El hogar de mis peores pesadillas y mis sueños desbocados

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17 de abril de 2009

Inteligencia superior

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Hace siglos que buscamos incesantemente pruebas de vida en otros planetas. Vida inteligente, por supuesto; de nada nos serviría saber que en tal o cual planeta o asteroide hay seres unicelulares o moléculas de ciertos elementos que, tal vez, en caso de darse casualmente las condiciones propicias, en unos cuantos milenios podrían dar lugar a ciertas formas básicas de vida microscópica. Se sabe a ciencia cierta que entre los miles de millones de cuerpos celestes del universo conocido alguno de ellos alberga vida digna de ser considerada como tal, y las probabilidades de que en uno de cada millón haya vida inteligente son lo suficientemente alentadoras para dedicar a este proyecto todos los recursos necesarios.
Al principio fueron señales de ondas lanzadas al infinito con la esperanza de que alguna de ellas llegara a buen puerto, pero tras una muy larga espera sin resultados los científicos expertos en la materia llegaron a la conclusión de que en caso de ser recibidas por algún ser capaz de descifrarlas y responder de la misma forma, no llegaría nada a nuestro planeta antes de varias generaciones, de modo que se redoblaron los esfuerzos por desarrollar la tecnología necesaria para facilitar nuestra tarea. Se invirtieron grandes riquezas y se explotaron los recursos naturales necesarios para lograr lo imposible, y tras años de abnegada dedicación vió la luz el resultado del esfuerzo conjunto de científicos, médicos, genetistas y militares: una nueva raza mejorada, apta para la supervivencia en condiciones extremas y medios hostiles. Los primeros ejemplares no resultaron todo lo bien que cabía esperar; algunos de ellos eran extremadamente violentos y no hacían distinción entre amigo o enemigo, por lo que tras varios percances desagradables oportunamente silenciados, fueron exterminados. Otros desarrollaron extrañas mutaciones que los incapacitaban para la tarea requerida; carecían de ojos, oídos o piel, por lo que hubo que refinar una y otra vez el proceso hasta obtener la criatura perfecta, capaz de matar si la situación lo requería sin titubear una milésima de segundo, con una capacidad analítica y una memoria superior en cien veces a la media habitual, reflejos agudísimos, y un metabolismo adaptable al entorno, por lo que podía pasar días o incluso semanas sin probar alimento ni líquido. Capaz de sobrevivir tanto a temperaturas bajo cero sin refugio como al calor abrasador de las estrellas más cercanas a los soles, su piel era un perfecto mecanismo de guerra. Mimetizaba a voluntad todo aquello que le rodeaba, tanto en aspecto como en olor, sonido o densidad, proporcionando así la mejor estrategia para el ataque o el camuflaje. Inmune a todos los microorganismos conocidos, era perfecto, y una vez probada su eficacia y corregidos los eventuales fallos, se crearon en masa con la intención de enviarlos a explorar el universo en busca de seres de inteligencia superior y en todo caso, colonizar nuevos planetas deshabitados para su futura transformación.
Durante décadas las naves exploradoras recorrieron el universo de cabo a rabo buscando signos de vida, casi siempre con resultados desalentadores. Moléculas, bacterias, fósiles antiquísimos de seres diminutos, lo que se hallaba daba muy poco lugar para la esperanza. Empezamos a temer que tanto despliegue y tanto derroche de medios en la campaña hubiera sido en vano. Era como si estuviéramos barriendo cada rincón del universo en busca de una joya perdida y lo único que encontrásemos fuera un montón de polvo inútil. Hasta que una de las naves que había llegado a una galaxia perdida más allá del límite de lo imaginable recibió una débil señal. Inmediatamente se decretó la alerta y todas las naves disponibles se reunieron en aquel lugar, y tras analizarla por todos los medios posibles lograron descifrar el contenido de aquella remota señal. Era un mensaje de presentación de una raza a todas luces inteligente, y en ella se describían datos como la composición de su atmósfera, su suelo, y la biología de sus habitantes. Parecía por su composición una tarjeta de presentación con una invitación formal a ser visitados por quienes la recibieran, de modo que tras informar a los altos mandos de la situación se procedió a la preparación del destacamento exploratorio. En primer lugar descendería un tercio de la flota disponible, en total unas trescientas naves ocupadas cada una por ciento cincuenta exploradores, y una vez establecido un primer contacto y comprobado la actitud no hostil de sus habitantes, se procedería al descenso de la flota completa, tras lo cual se sentarían las bases de un intercambio cultural y tal vez comercial con aquella civilización.
Las primeras naves atravesaron sin dificultad la barrera térmica del planeta y comenzaron a planear sobre la superficie, en busca del punto de origen de la señal recibida. Pero mientras los localizadores de a bordo intentaban sin éxito localizar un lugar concreto, un resplandor deslumbrante seguido de un ruido ensordecedor les advirtió de la colisión de un objeto contra el escudo de protección. De pronto el cielo se convirtió en una pesadilla de explosiones y fuego que parecían surgir de la nada y estar en todas partes al mismo tiempo. Los escudos resistían perfectamente, y pronto no quedó duda de que aquellos objetos de origen mecánico procedían de diversas zonas del planeta. Tras evaluar la situación desde todos los puntos posibles se llegó en segundos a una clara conclusión: era un ataque a gran escala, y la tripulación estaba genéticamente programada para responder en caso de ataque. En cuestión de minutos la superficie del planeta se convirtió en un infierno. Los haces de energía disparados desde las naves destruían todo en un radio de varios kilómetros, y el resultado de los miles de disparos combinados elevó la temperatura del aire al extremo de quemar a todo ser vivo por dentro al inhalarlo. El humo ascendía en grandes nubes cubriendo por completo el planeta como una segunda atmósfera, y pronto la superficie quedó reducida a cenizas. Ni la más resistente de las bacterias podía haber sobrevivido al holocausto.
Una de las naves se posó sobre los ardientes restos de lo que hasta hacía unos minutos era un bello planeta verde y azul rebosante de vida, y tras abrirse la escotilla de seguridad una de aquellas criaturas exploradoras salió al exterior, sin que su organismo se alterase lo más mínimo ante las condiciones imperantes. Tras ella salieron el resto de los tripulantes, y con objeto de presentar un informe lo más exhaustivo posible sobre el incidente recorrieron palmo a palmo una amplia extensión, en busca de cualquier cosa que hubiera salido indemne del ataque. Al cabo de un rato uno de ellos se inclinó y recogió del suelo un extraño objeto que lo dejó perplejo, y tras una minuciosa inspección no pudo evitar preguntarse porqué una raza capaz de crear réplicas de ellos mismos a tamaño reducido y en un material duro e inanimado, con ojos de cristal, cabellos artificiales y una expresión facial tan detallada, después de tomarse la molestia de enviar una señal al espacio exterior en busca de otros seres inteligentes, cuando por fin recibían la visita de aquellos a quien evidentemente habían invitado, respondían con la violencia sin la menor provocación. Seguramente los expertos en vida alienígena lo estudiarían a conciencia durante milenios, pero tal vez el hecho de caminar sobre dos piernas y tener un solo cerebro demostraba que, en realidad, no eran tan inteligentes como parecían. Después de todo, nadie capaz de vivir en torres de hormigón que rozaban el cielo podía considerarse un ser mentalmente desarrollado.


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8 de abril de 2009

Ssshhh...



Me gusta el silencio. Me encanta. Es más, podría decirse que de entre todas las cosas del mundo es la que más aprecio, sin la que no podría pasar. En estos tiempos que corren, en los que el ruido se ha convertido en algo tan habitual que ya ni lo advertimos la mayor parte del tiempo, el silencio es un lujo que no todo el mundo se puede permitir, y tampoco es algo con lo que cualquiera pueda convivir. La mayor parte de la gente que conozco tienden a romper el silencio como si se tratase de algo incómodo o molesto; siempre hay que tener un mínimo de ruido alrededor, sea la tele para no sentir la casa tan vacía, la radio en el dormitorio para hacernos compañía mientras caemos en brazos de Morfeo, las voces de aquellos que nos rodean para sentir que pertenecemos a algo más grande que una unidad...si estamos en grata compañía y la conversación decae por unos segundos, no pasa mucho tiempo antes de que alguien diga algo, aunque sea eso tan manido de "ha pasado un ángel...", simplemente por romper ese silencio que al instalarse crea un sentimiento de intranquilidad, como si estuviera mal visto no hablar delante de otra persona. Es como si en el silencio se corriese el peligro de prestar atención al propio pensamiento, y con ello se abriese el paso a ciertas ideas que es mejor no dejar salir a la superficie.


Yo disfruto del silencio. Nada me gusta más que pasar largo rato en el silencio casi absoluto, y digo casi porque ni en el lugar más silencioso del planeta existe un silencio total. Mi idea del paraíso es un lugar apartado de la civilización donde por toda compañía tuviera el sonido del aire entre las hojas de los árboles y el rugido de la rompiente del mar, o en su defecto el susurro cantarín de un río. Ni una voz, ni el ronquido de un motor, ni siquiera la música, nada que interrumpa el fluir de mis pensamientos. Tal vez porque hace mucho tiempo ya que me reconcilié conmigo misma y con mis ideas y no temo la soledad, o porque desde siempre he tenido un ramalazo antisocial que me ha hecho buscar mi propia compañía por encima de la ajena, el caso es que las multitudes me agobian, el ruido constante me molesta y llega un momento en el que me saturo. No es que no me guste la compañía, ni mucho menos. Pero de vez en cuando necesito un momento de aislamiento, una burbuja mía y solo mía donde nadie más pueda asomarse, donde sólo oiga mis pensamientos y pueda así poner en orden mis ideas.
Y escuchar atentamente el susurro de las musas.