El hogar de mis peores pesadillas y mis sueños desbocados

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27 de febrero de 2009

Charlie



La niña se revolvió inquieta entre las sábanas, sumida aún en un sueño profundo, que se resquebrajaba por momentos, obligándola a regresar contra su voluntad de la tierra de los sueños infantiles. Aún aturdida, no conseguía identificar qué era lo que la había despertado a tan temprana hora; la luz del día apenas era una insinuación grisácea, y a su alrededor el silencio era absoluto, todos dormían. Entonces oyó algo, un sonido extraño, apenas audible, como el chirrido de una puerta mal engrasada, y puso toda su atención en intentar descubrir la fuente de ese quejido. Enseguida se dio cuenta de que provenía de la calle, y se levantó rápidamente para abrir la ventana, sin ningún temor. Y allí, en el jardín, a metro y medio de la casa, estaba él, oculto por unos arbustos y llamando desesperadamente a la madre que lo había abandonado. La niña contuvo un grito de alegría, por temor a asustarlo, y rápidamente se puso la bata sobre el pijama y salió a la calle, sin tener muy claro qué era lo que iba a hacer, pero confiando en su instinto y en sus dotes naturales. Muy despacio, se acercó al lugar donde él continuaba llorando, se agachó y muy lentamente, acercó su mano al mismo tiempo que llamaba su atención de la misma forma que venía haciéndolo desde que tenía memoria, con ese sonido característico y universal; y con mucha cautela, él se fue acercando, pasito a pasito, entre curioso y receloso, a aquel ser enorme que por alguna extraña razón, había sabido comunicarse con él. La niña permaneció inmóvil, a pesar del hormigueo que recorría sus piernas y del incipiente calambre que la amenazaba en el brazo, hasta que sintió en las puntas de sus dedos el roce sedoso de su pelo, y sólo entonces movió un poquito la mano, lo justo para poder acariciar su cuello, provocando con este gesto una avalancha de empujones, roces, lametones y ronroneos, que la hizo caer sobre su trasero, muerta de risa, situación que él aprovechó para saltar a su regazo y lamerle la barbilla, adoptándola en ese instante como madre, mientras el placer le hacía sacar y meter las uñas repetidamente, arañándole suavemente el muslo y demostrando así su total aceptación. Como una tromba entró corriendo en la casa, con su nuevo tesoro en la mano, y se topó de bruces con su madre, que extrañada al oírla salir a la calle, había salido en su busca; y con los ojos brillantes de excitación y felicidad, anunció a su perpleja madre: “¡¡¡He encontrado un gatito, casi recién nacido!!! Lo voy a criar, y desde ahora, es mi mascota”. La madre, sabiendo del amor de su hija por los animales y de su demostrada responsabilidad para hacerse cargo de uno de ellos, sonrió y fue a la cocina a preparar un platillo con leche para el pequeño recién llegado, y mirando a la niña ilusionada, le preguntó, “¿y cómo lo vas a llamar?”, a lo que, ni corta ni perezosa, la hija respondió: “Charlie”.

Pasó el tiempo, y el gato creció feliz y satisfecho, olvidada ya aquella que lo trajo al mundo, pues para él, no existía otra madre que la niña, con quien jugaba, dormía y pasaba horas disfrutando de sus caricias. Gozaba de toda la libertad necesaria por su condición de gato, pero también apreciaba la compañía de los humanos con quienes convivía, ya que jamás había recibido mal trato de ninguno de ellos. Como era natural, se fue volviendo más y más independiente, y pronto adoptó el hábito de salir cada noche a satisfacer sus instintos felinos, aunque nunca olvidaba a su ama, trayendo cada mañana un trofeo para ella, que dejaba bajo su almohada. A veces eran colas de lagartija, otras pequeños ratones muertos, incluso mariposas, pero lo que más satisfacción le causaba era llevar a casa ratoncillos atontados tras la cacería, y soltarlos por la casa para después jugar con ellos hasta aburrirse. ¡Qué divertido era ver a su ama, que ya no era una niña, jugar, como él, a la caza del ratón, armada con un largo palo con pelos en uno de los extremos! Y no se le daba nada mal, pues casi siempre era ella quien acababa con ellos, mientras él, aburrido de jugar, se tumbaba satisfecho en el sofá, se hacía un ovillo y se dormía.
Una mañana, el gato no regresó a la hora de siempre. Ella se angustió pensando en todas las cosas horribles que podían haberle ocurrido, desde ser atropellado por un coche, hasta caer en las fauces de un perro más rápido que él. Con un nudo en el estómago vió pasar los días y las noches, intentando hacerse a la idea de no volver a verlo nunca más. Entonces, diez días después de su desaparición, oyó en su ventana el familiar sonido de sus uñas contra el cristal, y al levantarse, allí estaba, malherido, sucio, lleno de sangre seca y sin pelo en varias zonas de su cuerpo, pero vivo. Con gran cuidado lo limpió, desinfectó sus heridas, vendó su pata desgarrada por crueles dientes, mientras susurraba todo el tiempo palabras tranquilizadoras, y lo calmaba con suaves caricias.

El gato se recuperó totalmente, aunque la experiencia no sirvió para disuadirle de salir a callejear de noche, pero sí le enseñó a ser más desconfiado, más arisco, y a huir de los perros como del diablo. Y como recuerdo de aquél incidente, le quedó una oreja a la que le faltaba la punta, y una leve cojera de la pata trasera, que le daba un aire de chulo pandillero al andar. Vivió muchos años, hasta que, un día, sin más, no regresó. Tras él hubo otros gatos en la casa, pero ninguno pudo ocupar el hueco que dejó en el corazón de la que, siendo niña, adoptó a un gatito abandonado.

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26 de febrero de 2009

El monstruo de las cien cabezas




I
Una mañana, desperté con una extraña sensación. Sentía como si mi cabeza pesara demasiado, de hecho, al intentar incorporarme, la parte superior de mi cuello no se despegó de la almohada. Con mucho cuidado y mayor esfuerzo, logré levantarme e ir al baño, donde justo frente a la puerta, había un espejo. Cuando encendí la luz, oí un grito espeluznante, y me pregunté quién gritaba de esa forma y a esas horas, si allí no había nadie más que yo. Entonces caí en la cuenta: quien gritaba no era otra que yo misma, al ver reflejada en el espejo la imagen más aterradora que pudiera imaginar. De mi cuello surgían multitud de bultos, del tamaño de pelotas de tenis, que ocupaban el lugar de la que, hasta ayer, era mi cabeza. Pero podía ver, oír, respirar, gritar...¿cómo era posible? Respiré hondo y me acerqué, cautelosamente, al espejo, y así pude comprobar que cada uno de aquellos bultos era, en realidad, una versión a escala reducida de mi cabeza. Cada una de esas diminutas cabecitas tenía mis ojos, mi nariz, mi boca, incluso el lunar junto a mi párpado izquierdo. Pequeñas orejitas sobresalían a cada lado, y todas ellas estaban coronadas por mi pelo alborotado. En ese momento, llamaron a la puerta...¡horror! Me acerqué de puntillas al pasillo, esperando, y se oyó la voz de mi amiga y vecina: "¡abre, dormilona, que tengo una noticia bomba!". Sí, claro, para noticias bomba estaba yo...Guardé silencio, con la esperanza de que se fuera, pero recordé que mi coche estaba aparcado bajo su ventana, y ella sabía que sin él yo no iba nunca a ninguna parte. Siguió insistiendo, apretando el timbre con tanta fuerza que creí que iba a atravesar la pared y aparecer dentro de mi piso. Tras muchas dudas, pensé:"después de todo, es mi amiga; nos lo contamos todo. Me va a ser imposible ocultarle algo así...", de manera que cogí aire y abrí la puerta. Me miró de arriba a abajo y me soltó: "¿pero todavía estás así? Debería darte vergüenza, a tu edad, durmiendo hasta las tantas, con la de cosas que tenemos que hacer hoy. ¿A que no adivinas quién se acaba de separar? Es muy fuerte, es que no te lo imaginas, en serio. Pero bueno, ¿no te piensas vestir? Anda, ve dándote una ducha, que mientras, yo te cuento..." Y así siguió, mientras mis doscientos ojos la miraban sin dar crédito. "Es una alucinación, está claro. Anoche me sentó mal la pizza y ahora estoy pagando el pato. Voy a ir al baño, me voy a mirar en el espejo, y todo estará como siempre". Pero al llegar al baño, el espejo me devolvió la misma imagen aterradora."¿Pero es que no lo ves?", pregunté a mi amiga. "¿Ver, el qué?", "¡pues esto!", grité señalándome las cabezas. "¡Ah, eso! Mujer, ya me estabas preocupando, eso le pasa a cualquiera; un poco de crema antiacné y en un par de horas, ni rastro"."¡Pero qué dices, loca! ¿Estás hablando en serio?", "chica, solo es un grano en la barbilla, no es como si te hubieran salido cuatro ojos..."
Atónita por el hecho de ser la única que veía lo ocurrido, me metí bajo la ducha, mientras mi amiga parloteaba sin parar acerca de la separación de Mari Puri, a quien no veía desde hacía meses, y cuya vida amorosa me importaba un bledo. Y al abrir el agua,¡qué sensación más extraña, la del chorro caliente cayendo sobre todas aquellas cabecitas! De repente me ví enfrentada al dilema de cómo lavar todas aquellas cabelleras que apenas cabían en la palma de mi mano. Tras pensar un rato,cogí el cepillo de mango largo para frotar la espalda, lo embadurné con champú, cerré todos los ojos y comencé a frotar por todas partes, sintiendo el roce de las cerdas en mis caras y orejas, pero dejando las cabelleras relucientes. Al terminar mi ducha, sacudí el cuello como si fuera un perro, para librarme de la mayor parte posible del agua que chorreaba, pues el uso de una toalla era complicado en mis nuevas circunstancias. Frente al espejo, me sequé el cuerpo y procedí, con sumo cuidado, a desenredar todos los cabellos, tarea nada fácil. Mi amiga se empezaba a impacientar ante mi tardanza,"¡venga, mujer, que no tienes precisamente la melena de una leona!", así que prescindí del secador, en precaución ante las posibles quemaduras de mis pequeños rostros, y con el pelo mojado, me vestí y por fin, salimos a la calle.
Una vez en el rellano del portal, me detuve, indecisa, temiendo que mi amiga fuera la única que no viera mi nuevo aspecto, y tratando de no pensar en las consecuencias que acarrearía mi aparición en plena calle, pero ella ya había abierto la puerta y salido a la acera, dejándola abierta de par en par, y los transeúntes que miraron hacia dentro al pasar no dieron muestras de ver nada más extraño que a una lela parada frente a las escaleras. Así que respiré hondo, y salí a la mañana soleada de mediados de junio, asumiendo, por fin, que lo que me ocurría no afectaba mi relación con el mundo, de modo que ¡a vivir, que son dos días!


II
Con el transcurrir de los días, me fui percatando de que cada una de mis cabezas tenía su propia personalidad; cada una de ellas era en sí una entidad independiente y única. Y cada mañana, al despertar, una de ellas era quien llevaba la voz cantante.
Algunos días tenía el control la cabeza racional, con lo que el día transcurría sin sobresaltos, equilibradamente, y todos mis actos y decisiones eran acertados y correctos. En esos días compraba comida sana, invertía juiciosamente mis escasos ahorrillos, escuchaba a mis amigos desahogarse sobre su desastrosa vida sentimental, y les prestaba mi hombro para llorar. Y por la noche dormía plácidamente, con la conciencia tranquila y satisfecha. Pero esos días eran escasos, teniendo en cuenta el carácter de mis otras cabezas.
Los días de la cabeza realista, veía la vida con una crudeza tal que a veces me espantaba. Si las cosas iban bien, perfecto, pero era incapaz de poner un filtro a las cosas negativas del mundo; por mucho que lo intentase, mi cerebro se negaba a aceptar cristales de colores.
Estaba también la cabeza loca; esos días eran geniales, hacía las cosas sin pensarlas demasiado, me daba caprichos, me dejaba guiar por mis impulsos y las cosas feas, sencillamente, desaparecían. Pero tenía su lado negativo: tomaba decisiones impulsivas de las que a veces me arrepentía, y dejaba de lado las necesidades de mis amigos, estando como estaba absorta en mi propia felicidad.
¿Y la cabeza triste? ¡Cómo la odiaba! Esos eran los peores días, cuando me hundía en el fango de la autocompasión, y no podía dejar de pensar en todos y cada uno de los detalles negros que ensombrecían mi vida. Si hubiera sido posible, la habría arrancado de cuajo de mi cuello.
Había también una cabeza simpática, a la que le encantaba sonreír y charlar con cualquiera, invitar a casa a tomar café, organizar fiestas, gastar bromas divertidas y contar chistes graciosísimos. Esos días se teñían de colores, eran divertidísimos, y vivía deseando que llegase su turno, como un adicto espera el subidón.
Y la cabeza quisquillosa...¿qué puedo decir de ella? Que era un horror; una maniática, rencorosa, detallista al extremo, incapaz de olvidar la menor afrenta y por supuesto, mucho menos, perdonar. Su libreta negra estaba a rebosar de pequeñas injurias de las que tomaba nota al detalle. ¡Ojalá se pudra! (Ups, creo que ahora mismo acaba de asomar las narices un poquito...)
Había otra cabeza juerguista, dispuesta a apuntarse a un bombardeo. ¡Qué momentos los vividos bajo su influjo! Esa era noctámbula, dormía de día, robándole su tiempo a las demás, como un vampiro que se alimentaba del tiempo de otros...Se negaba a terminar sus turnos, siempre quería más, y exprimía al máximo los placeres de la vida nocturna. Me gustaba esa cabeza.
Y los días de la cabeza zen...silencio, calma, relax, nada podía afectarme esos días, era como si estuviera dentro de una burbuja suave y tibia que me acogía como el vientre materno, y mi mente encontraba la solución a los pequeños problemas de la vida que, otros días, me parecían irresolubles.
Las cabezas musicales eran varias, y solían acompañar a otras; tenían la capacidad, al contrario que el resto, de interactuar con las demás. Había una clásica, otra rockera, otra discotequera, otra melancólica, otra un poco heavy, pero cosa curiosa, no había ninguna romántica...no sé por qué.
Entre el resto de las cabezas estaban la naturalista, la perfeccionista, la crítica, la nostálgica, la previsora, la desordenada, la impaciente (su frase favorita era "¡quiero eso, y lo quiero ya!"), la práctica...y en fin, muchas más, tantas que no podría acordarme de todas aunque quisiera.
Pero había una, especial, un poquito más grande que sus compañeras, que predominaba sobre todas ellas. Tal vez fué la primera en aparecer, y por eso era más fuerte, o tal vez, al contrario, apareció en último lugar, y se alimentó de sus hermanas, creciendo hasta superarlas en tamaño y poder. Fuera como fuese, ella era la que aparecía con mayor frecuencia, destacando, e incluso en ocasiones, desplazando a la dominante, para ocupar su puesto. Esta cabeza era fría, calculadora, insobornable, rápida, aguda, cínica y sobre todo, dura. Nada la conmovía, nada la afectaba, no se dejaba engañar por las apariencias, siempre desconfiaba, siempre tenía a punto la réplica perfecta, y no cedía un milímetro. Cada día que aparecía, iba ganando un poquito más de terreno, al mismo tiempo que las otras menguaban, casi imperceptiblemente, pero a lo largo de los años, su avance sería cada vez más y más evidente...


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24 de febrero de 2009

¿Comentar o no comentar? Esa es la cuestión...

Un par de amig@s me han avisado de que no podían dejar comentarios en mi blog, así que he hecho un par de cambios y parece que ya está solucionado. De todas formas, para comprobarlo, os pido a quienes podáis me dejeis un par de palabras, simplemente para asegurarme y así, en caso de no estar solucionado, buscar más a fondo el origen del problema. En este último caso, podéis poneros en contacto conmigo por e-mail.
Muchísimas gracias a tod@s por adelantado, majetes...

P.S. Parece que tampoco yo puedo dejaros comentarios en aquellos blogs configurados con verificación de la palabra; en mi caso lo que he hecho es suprimir la verificación y así parece que ya funciona.

23 de febrero de 2009

Una sombra tras la cortina



Cada mañana pasaba por delante de ese gran edificio con aspecto señorial, absorto en sus pensamientos de camino al despacho, planeando las estrategias a seguir durante la jornada para cumplir sus objetivos y mantener su status en la empresa. Nunca se le había pasado por la cabeza mirar hacia arriba; después de todo, en los edificios como ese normalmente viven personas ya muy mayores sin gran interés, de modo que caminaba cabizbajo, como un autómata, recorriendo a grandes zancadas la distancia que separaba la salida del metro del edificio acristalado donde pasaría las siguientes doce horas, sin tregua. Pero aquella mañana algo hizo variar su rutina, una manifestación de la furia de la naturaleza, totalmente inesperada. Corrió bajo el aguacero a resguardarse en el soportal de una vivienda, temiendo por el contenido de su maletín, demasiado valioso e irreemplazable como para echarse a perder a causa de la fuerte lluvia. Y al levantar la vista, se encontró con ella. Se escondía entre las cortinas de uno de aquellos grandes apartamentos, mirando al exterior subrepticiamente, como si temiera ser vista, y al cruzarse sus miradas se retiró inmediatamente al interior de la estancia. Él no podía dejar de mirar aquella ventana, intrigado por la presencia de una joven tan hermosa en aquel lugar, y sorprendido por la reacción de la chica, pero pocos segundos después ella volvió a asomarse tímidamente, dejándose apenas ver pero observándolo obviamente. No se dió cuenta de cuándo dejó de llover, pero de pronto pareció despertar de un profundo sueño y miró el reloj; sobresaltado, se dió cuenta de que llevaba bastante rato absorto en la contemplación de aquella enigmática chica, y antes de retomar de nuevo su camino volvió la vista hacia la ventana, pero allí ya no había nadie.

A partir de aquel día empezó a levantar la mirada hacia aquel lugar cada día al pasar, y siempre, invariablemente, ella estaba allí, semioculta por las cortinas, con una expresión entre melancólica y ardiente, mirándolo fijamente al pasar. Se acostumbró a levantarse cinco minutos antes para poder detenerse un momento frente a ella y disfrutar de aquella extraña relación que se había creado entre ellos. No sabía nada de ella, ni su nombre, ni su edad, ni el porqué de su extraña afición por observar a los viandantes, pero estaba totalmente obsesionado con ella. Por las noches le costaba conciliar el sueño pensando en ella, imaginándole nombres, poniéndoles color a sus ojos y a sus cabellos, fantaseando con el olor de su piel, el tacto de sus labios y el terciopelo de sus caricias...

Un día decidió satisfacer su curiosidad y al pasar por allí, se dirigió con paso seguro hacia el portal. Le extrañó encontrar la puerta abierta; normalmente en aquella zona de la ciudad las medidas de seguridad solían ser bastante eficaces, pero se alegró de no tener que inventar ninguna excusa lo suficientemente creíble para llamar a cualquier timbre y conseguir que le abrieran. El ascensor no funcionaba, y de todos modos no parecía muy aconsejable entrar en él en ningún caso, pues parecía bastante decrépito y descuidado. Subió los cinco tramos de escaleras hasta llegar al piso donde vivía la joven, y segun el cálculo que había hecho desde el exterior, se dirigió a la tercera puerta de su izquierda. Fué a llamar al timbre, pero en su lugar sólo había un par de cables deshilachados que sobresalían de la pared, de modo que decidió golpear con los nudillos, pero al hacerlo la puerta se abrió silenciosamente hacia adentro, como si tan sólo hubiera estado entornada. Intrigado, dió un paso hacia el interior, pero lo que vió lo dejó totalmente confuso. Aquel apartamento llevaba mucho tiempo vacío, a juzgar por la cantidad de telarañas y polvo que cubría los desiertos suelos y las desnudas paredes. Pensó que había calculado mal, evidentemente aquellos pisos eran más pequeños de lo que él había creído, de modo que salió de nuevo al rellano y se dirigió a la puerta contigua, pero su confusión aumentó más si cabe al descubrir otra vivienda abandonada, y lo mismo en todas las demás de aquel piso. Lentamente, repitiendo mentalmente el cálculo de las ventanas que había hecho antes, volvió al primer apartamento, y se dirigió a la que debía ser la ventana de la joven; al menos, aquellas parecían las mismas cortinas que él se había acostumbrado a ver cada día. Mientras miraba al exterior, al mismo lugar donde él se detenía todos los días a mirar, sintió que alguien lo observaba a su espalda. Con un estremecimiento se volvió, y allí estaba ella, mucho más bella y fascinante de lo que nunca pudo imaginar desde la distancia. Se le acercó con una leve sonrisa, y así el pudo comprobar que sus ojos eran de un gris pálido que les daba un aspecto algo irreal, y sus cabellos castaños brillaban a la luz de la ventana con reflejos rojizos. Sobre una piel muy pálida destacaban unos carnosos labios de color oscuro que en un instante estuvieron sobre los suyos, unidos en un beso congelado con sabor a rancio; de repente a él le fallaron las fuerzas y se sintió desfallecer al percibir el olor que emanaba de su piel blanca surcada de finísimas grietas grisáceas. Intentó apartarse para tomar aliento, pero ella se abrazó a él con más fuerza y se negó a separar sus labios de los de él, robándole el aire de sus pulmones hasta que perdió el conocimiento.

Cuando despertó, estaba tendido en el suelo con la cabeza sobre el regazo de ella, quien amorosamente le acariciaba el cabello. Al percatarse de su despertar, se inclinó hacia él, besó suavemente sus párpados con aquellos labios fríos como el mármol, y con una voz que recordaba al crujido de las hojas secas en otoño le declaró su amor, amor eterno.



Llevo tantos años esperándote, amor mío; por fin has vuelto a nuestro hogar... Nos espera la eternidad para amarnos, aquí, solos tú y yo, en la casa que me vió nacer, y también morir.
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22 de febrero de 2009

Salto al vacío



Es curioso; casi toda mi vida la he pasado aquí, en este pequeño refugio desde donde contemplo el mundo que me rodea, sin plantearme nunca si será tal y como yo lo veo a través de este cristal, o si será tan sólo un espejismo provocado por el reflejo de la luz en su superficie. Nunca me había planteado antes la opción de salir al exterior, de comprobar hasta qué punto es real aquello que veo desde mi atalaya, escuchar de cerca el rumor de las olas en la rompiente, sentir cómo el perfume de las flores inunda mis pulmones y embriaga mis sentidos, dejar que la brisa me acaricie y estremecerme de placer por la sensación de pertenecer a algo más grande. Y por encima de todo, rodearme de otros como yo, aquellos cuya compañía me ha sido negada por el capricho de un hombre que una tarde se cruzó conmigo y decidió que me quería solo para él. Cómo imaginar, cuando fuí instalada en esta preciosa pecera con todos los lujos imaginables, que nunca volvería a salir de ella...Debí huir cuando aún estaba a tiempo, pero me dejé cegar por el oropel de aquello que me rodeaba y quise creer que quien poseía tanta belleza no podía ser cruel, pero me equivoqué, porque él no se rodea de belleza por el placer de disfrutarla, sino por pura ostentación de poder, y eso es lo que soy para él, un objeto precioso que adorna su propiedad y que despierta envidia y admiración a partes iguales entre sus rivales y su corte de lameculos. Pero su embrujo me mantenía hechizada, y no me daba cuenta de hasta qué punto estaba en sus manos y me mantenía apartada de todo aquello que pudiera despertar en mí el menor deseo de salir de esta hermosa prisión.
No sé que fué exactamente lo que me hizo abrir los ojos, pero como si un ligero velo hubiese caído por sí solo, de repente empecé a verlo todo de otra forma. Todo aquello que hasta ayer me parecía precioso, hoy lo veo viejo, agrietado y sin valor, las joyas parecen pedazos de barro, las gruesas alfombras tejidas a mano en lejanos países exóticos me hacen daño al pisarlas como si anduviera sobre piedras, los lujosos vestidos que me cubren me ponen la piel de gallina, y cuando me miro al espejo, la imagen perfecta que me devuelve gracias a la fortuna invertida en los mejores tratamientos de belleza y peluquería, siento náuseas. Sin ser del todo consciente de lo que hago, me siento en el tocador y me despojo de las joyas que me queman la piel, limpio mi rostro de maquillajes y deshago el elaborado peinado, cepillándo mi cabello como cuando era niña, dejándolo libre. Dejo caer al suelo mi vestido y busco al fondo del último cajón la ropa que escondí la primera vez que pisé esta casa, hace tantísimos años, dando gracias a mi impulso nostálgico de guardar algo perteneciente a mi pasado, que hoy me puede salvar la vida. Los vaqueros aún me sientan bien, cómo no, él no puede permitir que su mujer deje nunca de aparentar la edad que tenía cuando la adquirió, y la vieja camiseta de algodón es como una caricia para esta piel demasiado acostumbrada a la seda. Recojo mis escasas pertenencias, mi cartera, mi reloj; poco más es realmente mío, el resto pese a serlo no me pertenece, fué pagado por él, con su sucio dinero, el mismo que arruinó mi vida, y no quiero volver a ver nada de todo esto, nunca más. Me escabullo entre las sombras del crepúsculo, ebria de felicidad y me atrevo a pensar, esta vez sí, que por fin voy a vivir de verdad.
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17 de febrero de 2009

Se equivocó el poeta, se equivocaba



Yo la creía una Alondra
Simpática pajarilla,
que en noches de Luna y llanto
revoloteaba a mi lado
como queriendo cambiarme
el dolor de mis heridas
por los besos de su canto.

Pero igual que la paloma
yo también me equivocaba
confundiendo una farola
con la luz de la mañana.

Hoy me vino a despertar
mi pajarita preciosa
susurrandome al oído
mitad verso mitad prosa.

Poeta despierta ya
que ya no hay noche ni llanto
que tu amiga pajarilla
ha tornado el negro en blanco.

Nunca pude imaginar
aquella que soñé alondra
resultó en la realidad
una dulce mirlo blanco.
F. Ruiz de Loizaga

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15 de febrero de 2009

Especies protegidas

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Tengo una perra verde muy entrañable y peculiar por cuyas venas corre agua marina, una de esas criaturas a las que no es fácil entender, al menos para la mayoría, pues lo que para otros son rarezas incomprensibles para mí son parte de una personalidad muy interesante y compleja que encaja a la perfección con mi forma de ser y de pensar. Tiene una clarividencia que le permite ver la cara oculta de las cosas y leer entre líneas, lo que muchas veces me es muy útil ya aunque yo tengo una vista magnífica y apenas se me escapa nada, los mensajes ocultos se me suelen escapar (que no es lo mismo que los dobles sentidos, esos son mi especialidad...) Se podría pensar a simple vista que somos muy diferentes y por tanto incompatibles, pero sólo hay que profundizar un poco para darse cuenta de que nos unen lazos indestructibles compuestos por risas, lágrimas, tinta y salitre.

Tengo también un perro verde, pero éste viene además con lunares de colores y accesorios varios. A éste le gusta pasearse por el borde del abismo, componerles poemas a las estrellas, escribirle canciones al viento y coleccionar caracolas de formas extrañas y bordes cortantes. Proviene de otro mundo al que muy pocos se atreven a acercarse, poblado por inquietantes sueños y deslumbrantes fuegos de artificio, un país de fantasía donde todo es posible y nada es lo que parece. A veces brillante como una estrella fugaz y otras oscura como una noche sin luna, su genialidad es cualquier cosa menos indiferente, pero también peligrosa en ocasiones, y como un niño extraviado necesita que le cojan de la mano y lo traigan de vuelta a casa, antes de que se pierda para siempre en los callejones oscuros y las sirenas lo hechicen con sus malas artes...

Tengo también un gato a cuadros escoceses al que le gusta sacar las uñas de vez en cuando y asestar algún zarpazo cuando menos te lo esperas. Arrogante y vanidoso como buen felino, pretende imponer sus reglas en el juego, marcar su territorio y conservar su preciada libertad sin rendir cuentas a nadie mientras exige lealtad y sumisión incondicional, pero tras curar los arañazos de nuestro primer encontronazo se ha establecido un pacto de convivencia por el que ambos vivimos y dejamos vivir al otro, respetando nuestros respectivos territorios. Un extraño vínculo nos une, y entre siseos y algún que otro bufido nuestros caminos transcurren paralelos, a una distancia respetable pero sin alejarse demasiado ni perdernos de vista. Aunque reconozco que disfruto enormemente enseñándole los colmillos a ratos perdidos...


En las noches más oscuras disfruto de la compañía de un lobo malherido que se debate entre lamerse sus heridas y levantarse para seguir su camino, o dejar que el dolor lo arrastre al infierno para desaparecer ante mis ojos. Cuando ya no puede más le aúlla a la luna y se tumba a mis pies aparentando indiferencia, fingiendo que mi compañía no le sirve de consuelo, pero cuando amanece de nuevo sus lametones me demuestran lo contrario. Varias veces he ido a buscarlo a ese infierno que de vez en cuando le hechiza con susurros envenenados, y he conseguido traerlo de vuelta con ayuda de mi perra verde, y cada vez que he vuelto de ese viaje he descubierto que por el camino he perdido un trozo de mi pellejo.

Estos son algunos de los ejemplares que habitan en la Reserva para la Fauna Exótica de Viperina, bichos raros que curiosamente, son mis mejores amigos...

Y tú, ¿eres también un bicho raro?

14 de febrero de 2009

Adicta a tí



Maldigo el momento en que te entregué mi oscuro corazón. De haber sabido lo que pretendías hacer con él lo hubiera arrojado yo misma al abismo del que saliste, para ahorrarte el trabajo de destrozarlo con tus propias manos. Desde el primer momento en que apareciste frente a mí debí hacer caso a mi instinto y salir corriendo hasta más allá del horizonte, pero imprudentemente dejé que me mirases a los ojos, y en ese mismo instante quedé clavada a tus pies como un cachorro abandonado que ha encontrado un nuevo amo que le acaricie la cabeza y le alimente con sus manos. Sólo que el alimento que recibí de tí estaba envenenado, y en lugar de crecer a tu lado, me fuí consumiendo, presa de un hambre voraz que me corroía por dentro y me empujaba a cometer actos impensables para un alma con un mínimo de cordura. Mis noches se llenaron de espanto y dolor, y perdí por completo la noción de la realidad. En mi mente una espesa bruma lo cubría todo, impidiéndome pensar con claridad y comprender tan sólo una pequeña parte de lo que estabas haciendo conmigo. De haber podido hubiera rasgado mi piel y abierto mi carne para ofrecértela en agradecimiento por tu amarga compañía, y en cierto modo lo hice. No había una sola molécula de mí que no te perteneciera, y a cambio tú cogiste lo que quedaba de mí y lo estrujaste entre tus manos. Me convertiste en tu esclava por el simple placer de tener un despojo semihumano que te recibiese ansioso cuando regresabas de tus correrías salvajes, con las manos manchadas de sangre y una sonrisa demente en tu cara. Pero eso se acabó. No puedo permitir que me conviertas en lo que tú eres. Debo hacer acopio de la poca voluntad que aún me queda, acercarme al borde del abismo y saltar mientras aún sea capaz de pensar por mí misma.


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Pleamar




Como la marea, vienes y vas. Llegas con ímpetu, con energía arrolladora, trayendo contigo todo aquello que encontraste de camino, retazos de un pasado que no conocí, trozos de otras vidas, momentos compartidos con otros de quienes nunca sabré. Con la fuerza de la pleamar, me arrastras a un remolino del que no puedo, ni quiero, escapar. Me arrollas, me envuelves, me ahogas, y mientras me hundo siento que podría quedarme así, para siempre. Pero para siempre es demasiado; cuando siento que ya no puedo resistir, que tu pasión es excesiva y me empiezo a desintegrar en tu frenesí, retrocedes, vuelves allí de donde viniste, y me dejas abandonada en la orilla, rodeada de los restos que trajiste, destrozada, anhelando la llegada de la próxima ola.

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8 sueños


Felipoween me ha nominado para un meme bastante original, un meme de sueños, así que allá van:

1- Que todas las personas que tienen un trocito de mi corazón, por pequeño que sea, sigan siempre ahí, a pesar de los años y las circunstancias.
2-Que los míos nunca tengan que pasar por ciertos golpes demoledores de la vida, y si por desgracia es inevitable, que lo superen sin guardar cicatrices demasiado dolorosas.
3-Hacer más amigos y seguir conociendo gente que aporte algo nuevo a mi vida, y a quienes mi amistad pueda enriquecer de alguna manera.
4-No dejar nunca de sentir curiosidad ni dejar de aprender algo nuevo cada día. Como siempre digo, "a la cama no te irás, sin saber una cosa más".
5-Viajar, viajar y viajar. Me encanta conocer lugares nuevos, culturas diferentes, costumbres desconocidas e incluso chocantes, probar platos nuevos, escuchar músicas extrañas a mis oídos...
6-Ser feliz siempre, al margen de los problemas cotidianos y de este mundo de locos en que vivimos.
7-Que todos los seres humanos del planeta abran los ojos a la realidad y dejen de comportarse como si todos fueramos enemigos o seres inferiores a quienes se puede tratar como basura.
8-Y por último, pero en estos momentos el más importante de todos, que se sequen de una vez los ríos de lágrimas que con demasiada frecuencia desde hace un tiempo inundan la vida de alguien que es parte de mí misma, y que vuelva a brillar en su mirada la esperanza y la ilusión por el futuro, para que desaparezca el nudo que llevo dentro y que no me deja vivir en paz.

Se supone que debo nominar a otros 8 amigos, pero no me gusta poner a nadie en compromisos, así que lo dejo a vuestra elección; quien lo quiera hacer, es libre de hacerlo, y quien no, pues tal cual...

10 de febrero de 2009

Inhumana perfección



La envidia de todas las madres. Así eran aquellas tres niñas adorables; siempre limpias, bien vestidas y ni un pelo fuera de su sitio. Educadas y correctas hasta lo imposible, nadie tenía una sola palabra de queja sobre ellas por su comportamiento, ni siquiera sus vecinos sufrían las habituales molestias de tres criaturas en edad de correr, gritar y rivalizar entre ellas por cualquier nadería. Cuando salían en familia eran la comidilla de sus vecinos, pues a nadie le parecía normal tanta perfección. De posición económica acomodada gracias al empleo del padre, la imagen que daban al mundo era impecable; ropa de firma, cabello cuidado por los mejores profesionales, zapatos apropiados para cada ocasión y siempre relucientes, monovolumen último modelo, gafas de sol ultrafashion, perfume con aroma a dinero...y las tres niñas siempre conjuntadas, con ropas de colores sobrios y elegantes, vestidas con indudable buen gusto pero de forma muy poco apropiada para los juegos y la diversión. Pero eso no importaba, porque aquellas niñas nunca jugaban, al menos a nada que pudiera estropear su impecable aspecto. Las únicas diversiones que conocían eran las de puertas adentro, en su cuarto de juegos, especialmente aquellas en las que no interviniesen pinceles, tijeras ni pegamento, ni nada que pudiera estropear sus caras vestimentas. Ni una sola vez se las vió en el parque infantil, ni montando en bicicleta por las aceras de su calle, ni recogiendo flores, hojas o palos para crear un collage para regalar a su madre, de quien con una enorme sonrisa permanentemente anclada en su cara, nadie diría que alguna vez tenía un mal día o sufría de algún mal, al contrario, su respuesta a la cortés pregunta "¿qué tal?" inevitablemente era "estupendamente, gracias" mientras la sonrisa se ensanchaba hasta el límite de lo que permitían sus mejillas.
Pero algo no encajaba en el cuadro, sobre la deslumbrante sonrisa una mirada fría y vacía contradecía tanta armonía...
Cada tarde, al acercarse el anochecer, en el interior de la casa se repetía el mismo ritual. Un baño caliente y fragante para las niñas, tras el cual eran enfundadas en sus pijamas limpios y perfumados, para a continuación sentarse en torno a la mesa del comedor para dar cuenta de la cena preparada por su amorosa madre; después un cuento mientras los ojos se entrecerraban sobre la almohada y al terminar, un beso de buenas noches. Más tarde los padres también se prepararán para finalizar la jornada, con una agradable cena, un poco de charla intrascendente y un rato frente a las noticias de la televisión. Tras limpiar y recoger los restos de la cena, se acomodarán en su confortable cama y tras compartir unos momentos de mecánica y controlada pasión , se quedarán dormidos profundamente.
En el silencio y la oscuridad de la casa dormida, se puede escuchar un leve zumbido que parece proceder del ático. Tras la puerta al final de las escaleras hay un objeto de aspecto muy extraño, una gran esfera translúcida surcada de algo que parecen gruesas venas palpitantes, que emite un fulgor anaranjado e intermitente. Al mismo tiempo, en los dormitorios, la oscuridad de la noche se interrumpe cerca de las cabezas de los durmientes, de las cuales procede una difusa luz roja, que con el transcurso de las horas, cambiará a verde, tras lo cual el zumbido callará y el silencio reinará al fin en la casa. La recarga nocturna se habrá completado. El ciclo de la vida se reiniciará un día más.

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8 de febrero de 2009

¿El amor es para siempre?

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Otra noche en blanco. Hace ya seis días que no duermo más de media hora seguida, pues cuando no se ahoga en toses el pequeño, la mayor tiene pesadillas y se queja en sueños, y si no el mediano se despierta con dolor de barriga y vomitando...A la falta de sueño se le suma el agotamiento por tanta ropa que lavar, suelos que frotar, agua por hervir y niños por limpiar, mientras cargo con mi enorme vientre que parece a punto de reventar. En la cocina siempre hay un puchero al fuego, pues con tantas bocas que alimentar no hay descanso; en cuanto terminan el desayuno hay que empezar con la comida que se irá cocinando lentamente mientras me ocupo de la colada del día anterior, de la de hoy, de vestir y peinar a los niños y comprobar que ninguno tenga piojos, en cuyo caso hay que poner a hervir toda la ropa y las sábanas, bajar al pozo a por agua, ir al mercado con la esperanza de que el carnicero se apiade de nosotros y nos deje los restos de ayer a buen precio, amasar el pan y hornearlo, y dejar la casa lo más recogida posible para que cuando él venga a comer no se disguste y se ponga de mal humor. Si hay suerte y los niños duermen un rato después de comer, cogeré el cesto de la costura y remendaré algunas ropas, y sacaré los bajos y las costuras de las de los niños para que les sirvan unos meses más...Después entre los niños y yo trabajaremos el huerto, a ver si están ya a punto las cebollas y la calabaza, y esta noche podemos cenar una sabrosa sopa que nos ayude a dormir un poco mejor.
Mientras los niños aún duermen me levanto y me lavo la cara con agua fresca, y el espejo me devuelve la imagen de una mujer a la que no conozco. Mis cabellos están teñidos de gris, mi piel cuarteada tiene un color ceniciento y salpicado de manchas, dos profundos surcos bajan por los lados de mi boca y bajo mis ojos hay dos manchas oscuras que crecen cada día un poco más. Miro mis manos arrugadas, secas y agrietadas por tanto frotar, estrujar, pelar y cortar, y parecen las de una anciana. Mis pechos hinchados caen hacia mi abultado vientre, surcados de venas azules y líneas blanquecinas; el ahora tenso vientre pronto volverá a ser un saco vacío y ondulante, cedido por los embarazos constantes. La mujer del espejo me mira con infinita tristeza, no hay el menor brillo en esos ojos que antaño eran como dos luceros, y el rictus de desilusión de su boca me hace sentir un estremecimiento por la espalda. Aún no tengo veinticinco años, y mi vida es una ruina.
Recuerdo cuando él me miraba con arrobamiento, y me susurraba al oído bellas palabras cargadas de pasión. El mundo nos pertenecía, el futuro era una infinita promesa de días de amor y versos, y noches de caricias y dulces besos. Nada ni nadie podía ensombrecer nuestro amor; incluso nos enfrentamos a nuestras familias, que desde el principio se opusieron a nuestra relación, y creímos en nuestro entusiasmo poder salir adelante solos nosotros dos, sin más ayuda ni apoyo que el nuestro. Los primeros tiempos fueron felices, a pesar de la dureza de nuestra situación, pero pronto las dificultades fueron creciendo, el cansancio se fué instalando silenciosamente en nuestro hogar, y la llegada de un hijo tras otro, a pesar de ser motivo de gran dicha, suponía el crecimiento sin tregua de una situación cada vez más desesperada. Los embarazos fallidos suponen un alivio al mismo tiempo que me dejan un regusto amargo en el corazón...
A veces me pregunto que sería de mi vida si hubiera hecho caso a mis padres y me hubiera olvidado de aquel primer amor. Si no se habría cruzado en mi camino en aquella fiesta, dándome la oportunidad de prometerme con aquel joven de buena familia que estaba loco por mí; qué habría sido de nosotros si aquella noche yo hubiera tenido el valor suficiente para hacer aquello que planeé, en lugar de ir a verle y proponerle fugarnos juntos en ese mismo momento. Nunca lo sabré, pero si tuviera una sola oportunidad de volver atrás, de reescribir mi vida, sabiendo lo que ahora sé, cerraría a cal y canto los postigos de mi ventana, y le haría llegar con un mensajero una nota que no dejase lugar alguno para la esperanza:
Querido Romeo, eres un encanto y te aprecio mucho, pero ambos sabemos que lo nuestro es imposible. Seamos amigos y salgamos con otras personas, ya verás cómo pronto conoces a una joven más conveniente que suspirará de amor por tí. Después de todo eres un artista de la seducción y labia no te falta, de eso doy fe. Yo por mi parte seguramente me casaré con el hijo de alguno de los socios de mi padre, y aunque no sea inmensamente feliz, nunca me faltará nada; después de todo, el amor es maravilloso, pero no da de comer ni pone ropas sobre nuestros cuerpos ni zapatos en nuestros pies.
No es nada personal, pero de verdad creo que nos irá mejor a cada uno por su lado.
Siempre tuya,
Julieta

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Siete almas


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Aparte de ser una lectora compulsiva de (casi) todo aquello que cae en mis manos, también soy cinéfila declarada, y sin manías, pues lo mismo disfruto de una buena peli en el sofá de mi casa que en una sala de cine, sola o en compañía, siempre y cuando quien esté a mi lado no se dedique a tocar las narices con comentarios constantes o preguntas tipo "¿qué ha dicho? ¿porqué hace eso? ¿y ése quien es?..."
Esta noche por fin he tenido la oportunidad de ver "Siete almas"; hacía tiempo que le tenía ganas pues desde que ví el tráiler me dió muy buena espina, aparte del hecho de que Mr. Smith es uno de mis actores preferidos y que está de toma pan y moja, pero eso es harina de otro costal, que me voy por las ramas...no me suelo equivocar con las primeras impresiones, soy bastante intuitiva, pero no me esperaba esto en absoluto. Ya en los primeros tres minutos de película me he quedado flasheada por completo, y dos palabras me han venido a la cabeza: "empezamos bien...", y a partir de ahí me he quedado completamente absorta por la historia, pero no sólo eso, a medida que iba transcurriendo la acción, un sentimiento enorme y poderoso me ha dominado, y sólo se me ocurre una palabra para definirlo: conmoción. He salido de la sala conmocionada, y lo sigo estando aún mientras escribo esto. Es una de las historias más hermosas y conmovedoras que se han filmado, me ha puesto la carne de gallina y me ha hecho soltar alguna lagrimilla hacia el final, y yo no soy de lágrima fácil, os lo aseguro. Aunque al principio pueda resultar algo confusa para quien no sepa de qué va el argumento, muy pronto se hace la luz para descubrir a un hombre capaz de la generosidad más grande de la que alguien sea capaz; sinceramente, si existieran personas así, con esa capacidad de altruismo, vendería mi alma al diablo por conocer a una, tan sólo una, de ellas.
No voy a destripar el argumento, pues quien quiera verla le basta con ver la cartelera para hacerse una idea, y todo lo que yo cuente, por poco que sea, será demasiado, así que lo único que voy a hacer es recomendarla vivamente. Id a verla, y si es posible, dejad que su mensaje os empape un poquito, abrid bien las puertas del alma para que un poco de lo que transmite se cuele dentro.
Y como me entere de que está basada en un libro...remuevo cielo y tierra para encontrarlo, ya lo creo.

7 de febrero de 2009

Un sueño



Cual resto de un naufragio arrastrado por la marea

floto ingrávida en la inmensidad, ligera y tranquila

y me dejo llevar hasta los confines del océano,

hacia la tierra de los deseos prometidos y jamás cumplidos,

de la felicidad largamente perseguida y nunca alcanzada.

Quién sabe lo que me espera en la lejana orilla...


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Buenas noches a tod@s.

6 de febrero de 2009

Ritual nocturno

Entro en el descansillo y me refugio en su interior, agradeciendo el súbito calor y la protección que me ofrece contra la lluvia inclemente, que cae sin descanso desde hace tantos días que ya ni recuerdo cuando fué la última vez que vi un rayo de sol. Con las manos entumecidas por el frío y las gotas heladas que se escurren por el borde del paraguas salpicándome, dejo el pesado paquete en el suelo y rebusco en el bolso intentando encontrar las escurridizas llaves que, como es habitual, nunca aparecen cuando las necesito con urgencia. Tras un buen rato de búsqueda infructuosa sacudo impaciente el bolso, con la esperanza de que su tintineo me ayude a ubicarlas en su interior, pero nada de lo que se agita dentro suena ni parecido siquiera al tintineo metálico de mi llavero, así que con una frustración que raya en la rabia vuelco el contenido en la alfombra, sólo para descubrir que, extrañamente, no están entre el montón de cosas que llevo siempre a cuestas. Veo un paquete arrugado de pañuelos de papel, más inservibles que otra cosa gracias a la humedad que se cuela por la esquina de la cremallera que hace mucho tiempo no cierra bien, la cartera abombada y no precisamente por billetes, sino por una cantidad inexplicable de papeles y recibos de compra de los que nunca me decido a desprenderme, la barra de cacao que siempre me acompaña pero es incapaz de impedir que mis labios se cuarteen durante todo el año, el inhalador para el asma que casi nunca utilizo, pero que resulta absolutamente necesario precisamente las únicas veces en que me lo dejo olvidado sobre la mesilla, y unos cuantos chicles de fresa ácida medio desenvueltos por el trajín, pero de las llaves, ni rastro. Un atisbo de pánico se insinúa en forma de palpitaciones aceleradas de mi preocupado corazón, e intento controlarlo recordando cuándo y dónde las ví por última vez. Entonces recuerdo que en la librería, cuando saqué la cartera para pagar, las llaves estaban enganchadas del cierre y tras forcejear con ellas para liberarlas, las metí...¡vaya! rebusco en el bolsillo del abrigo y ¡voilà!, ahí están las malditas llaves...
Entro en casa de un humor de perros, empapada por completo de cintura para abajo, agarrotada por el frío y segura de que mañana me despertaré hecha unos zorros. Dejo el paquete sobre la mesa de la cocina y pongo a calentar agua en el microondas mientras busco en el armario una bolsita de té, que espero me ayude a recuperar un poco la temperatura interna de mi cuerpo. Mientras reposa entro en el baño y me quito la ropa chorreante, entro en la ducha y dejo correr el agua muy caliente sobre mi maltrecho cuerpo, sintiendo como poco a poco se relajan los músculos y se alivia la tensión que amenazaba con provocar una jaqueca que hubiera arruinado mis planes para esa noche. Me pongo un pijama grueso, un par de calcetines de lana y la bata de invierno, y sintiéndome casi bien del todo me acurruco en el sofá con la taza de té y el paquete, que apoyo sobre mis rodillas. Casi con reverencia rasgo el papel que lo envuelve, dejando a la vista el tesoro que contiene, cuatro libros de diferentes tamaños y estilos, escogidos entre cientos para ser mi más preciada compañía en las frías noches de invierno de las próximas semanas. Tras un momento de vacilación me decido por uno de ellos y lo abro cuidadosamente, lo mismo que si se tratara del estuche de una joya de incalculable valor, porque en realidad eso es lo que es, al menos para mí, una joya más preciada que cualquier diamante. Y me sumerjo en la lectura mientras lo que me rodea pierde consistencia y es sustituido por otro paisaje, otro tiempo, con texturas y olores propios que nada tienen que ver con los de mi apartamento...
No pasa mucho tiempo antes de que sienta su presencia a mi lado, sutil e incorpórea, pero familiar y reconfortante. Oigo su voz susurrando junto a mi oído, siento el leve roce de sus manos al apoyarse en mi hombro y jugueteando con mi pelo, e incluso a veces me parece sentir su aliento en mi cara, como si estuviera leyendo por encima de mi hombro. Mi compañero de lectura me acompaña cada noche desde el día que me mudé aquí, y nunca he sentido miedo ante su presencia; al contrario, es como un viejo amigo con quien comparto una gran pasión, un compañero de piso que no ensucia, no pone la música demasiado alta ni curiosea en mis cosas cuando no estoy. No sé su nombre ni he visto nunca su cara, pero de lo que sí estoy segura es de que nunca me abandonará, y yo nunca faltaré al ritual nocturno de su compañía.
Nunca más estaremos solos.

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La más bella del cementerio

Se desperezó entre las frescas sábanas mientras el olor del café recién hecho y las tostadas se colaba por la puerta entreabierta. La fuerte luz del sol apenas contenida por los finos visillos traspasaba sus párpados, obligándola a cerrarlos con fuerza y cubrirse la cabeza con la almohada. Durante un momento sintió un amago de pánico al pensar que se había quedado dormida y no iba a llegar al colegio a tiempo, pero enseguida recordó que era sábado y por eso el sol se colaba por su ventana, algo que nunca ocurría antes de las nueve de la mañana. Pensó en darse una ducha antes de bajar, pero el aroma del desayuno le hizo darse cuenta de que estaba hambrienta, así que se puso las zapatillas y salió de su habitación medio dormida siguiendo el sonido del trasiego de quien estuviera en la cocina. Frotándose distraída los ojos, entró en el comedor y se acomodó en la mesa de la terraza, donde la chica que se ocupaba de la cocina estaba terminando de colocar los platos. Se sirvió un gran vaso de zumo de naranja y empezó a untar generosamente las tostadas con la mantequilla, aprovechando que su madre no estaba presente para reprenderla por alimentarse sólo con porquerías que arruinarían su cutis y su figura antes de su puesta de largo. Como si a ella le importase una mierda esa estúpida tradición, pensó. Aún faltaban dos años para el Gran Día, y ya estaba harta de tanto remilgo. Mientras su madre daba estrictas órdenes a la cocinera para preparar únicamente platos con contenido en grasa cero, servir en cada comida una gran porción de verduras al vapor y erradicar de la despensa todo aquello que pudiera parecerse remotamente al azúcar, ella utilizaba el dinero que semanalmente le daba su abuelo a escondidas para atiborrarse a escondidas con dulces, pizzas de anchoa y queso de cabra, y deliciosas hamburguesas a la parrilla con extra de queso y cebolla frita. La estirada de su madre no parecía darse cuenta de que nada de lo que comiese podría echar a perder su piel ni su aspecto, pues saltaba a la vista que había heredado los genes de la familia paterna, cuyos miembros eran todos espigados y altísimos, con piel de porcelana y cabelleras que variaban entre el rubio ceniciento de la bisabuela hasta el rojo zanahoria de su padre, pasando por el color ambarino de sus propios rizos. Pero su madre no tenía esa suerte, por lo que su existencia era una batalla constante contra la báscula, y en su desmedida obsesión por no pasar de una talla 36 a pesar de haber parido dos hijos había sido necesario internarla varias veces en un centro de “recuperación”, como lo llamaban en las escasas ocasiones en las que se mencionaba el tema, siempre de puertas adentro, por supuesto. Una jaula para chaladas con complejo de perchero, eso es lo que era para ella. Cuando los huesos de las clavículas de su madre amenazaban con desgarrarle la piel y tenía que agarrarse con fuerza al pasamanos de las escaleras para no tropezar con sus propios zapatos, cualquiera, generalmente alguien del servicio, hacía una llamada de teléfono al despacho de su padre y un par de horas después una discreta limusina con cristales tintados paraba ante la puerta y recogía a la escuálida mujer y sus enormes maletas, para llevarla a esa mansión donde sólo había estado una vez, y de donde salió llorando desconsolada y rogando a su padre que no la obligase a volver allí, por favor, a visitar a mamá entre aquella congregación de cadáveres andantes. El padre cumplió su palabra, envidiando a su hija por su condición de niña que la permitía evadirse de lo que para él era ineludible. Cada vez que intentaba recordar en qué momento de su matrimonio su bella y saludable esposa había desaparecido, siendo suplantada por aquella criatura cuyo objetivo en la vida era desaparecer un poco más cada día, no conseguía verlo. A fuerza de pasar cada vez más horas en su despacho negociando con nuevos clientes, cerrando tratos millonarios, viajando al extranjero casi cada semana y acumulando dinero para dar a su familia todo aquello que una buena posición económica pudiera proporcionarles, su ociosa mujer se había desvanecido ante él sin que se percatara de que la compañía de sus nuevas amigas de clase alta y la presión social la estaban transformando con más eficacia que si su código genético hubiese mutado por completo. Con gusto renunciaría a todo su dinero si ello sirviese para devolverle a la mujer de la que se enamoró, pero desgraciadamente era demasiado tarde, el daño ya estaba hecho y el mismo dinero que había destruido su alma, era su único aliado en la lucha contra la despiadada muerte.

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1 de febrero de 2009

Momentos



Muchas veces así es como me siento, como si fuera la única persona aún despierta en el mundo. Me rodea el silencio roto únicamente por el susurro del ordenador y el leve golpeteo del teclado, y es en esos momentos de absoluta calma y soledad cuando mi cabeza da rienda suelta a esas ideas fugaces que pasan de largo durante el día. Todo el mundo duerme, parece que a esas horas sólo los pirados permanecemos en pie; pirados de la escritura, aislados cada uno de nosotros en su propia burbuja dando forma a las palabras, creando vida de la nada, solo que no estamos tan aislados en realidad. Somos miembros de una misma especie y nos reconocemos a distancia, un hilo invisible nos conecta a pesar de distancias a veces pequeñas y otras insalvables, pero sea como sea, en esas noches largas y silenciosas hay algo que nos une. Mientras absorta tecleo intentando seguir la velocidad de mis pensamientos, oigo el sonido apagado que me avisa de la llegada de un mensaje a mi bandeja de correo. Termino la frase que tengo entre manos y me tomo un respiro mientras abro el correo, que me provoca una tenue sonrisa. Otro pirado de las letras ha hecho un alto en su camino para enviarme un pensamiento, unas pocas palabras sencillas pero llenas de significado, nacidas de las entrañas de alguien que no puede ni debe hacer otra cosa que escribir, o su talento desaprovechado lo haría explotar en millones de trocitos. Es una forma simple de decir "estoy aquí, sé que tú también estás ahí, y acabo de pensar en tí". No hace falta responder cuando se recibe una de esas señales, no se espera confirmación ni respuesta, simplemente se acepta y se disfruta de la sensación de bienestar que produce, a sabiendas de que otra noche será otro quien reciba mis señales de humo. Y sigo dándole al teclado con esa media sonrisa pegada en mis labios, feliz por un momento, olvidados los problemas cotidianos y las preocupaciones, porque esta noche al menos las personas que me importan a pesar de la distancia están bien, a salvo de sus fantasmas, superados los últimos tropezones en el azaroso camino que recorremos de formas paralelas. Esta noche mis niños están a salvo, y yo puedo atreverme a respirar.

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Medianoche

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Cuando se acerca la hora bruja, despiertan los monstruos que pueblan los rincones oscuros de la habitación. Los susurros apagados y el roce de sus pasos presagian largas horas de soledad y angustia, de miedos escondidos durante las horas en las que reina el sol, que salen a flote al llegar el ocaso. Ojalá pudiera detener el tiempo, evitar que la aguja recorra ese pequeño tramo que la separa del número maldito, acallar el tic tac que desquicia mis nervios segundo a segundo, pero me resigno y espero, descartando cualquier atisbo de esperanza...

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¿Pasadas las medias noches
se disuelve tu mirada
melancolica y cansada
en abrazos que te abrochan
y que nunca te piden nada?
F. Ruiz de Loizaga