El hogar de mis peores pesadillas y mis sueños desbocados

Image Hosted by ImageShack.us


Safe Creative #0902180072573




Todos los derechos reservados.
Esta obra está protegida por las leyes de propiedad intelectual y disposiciones de tratados internacionales, y no puede copiarse, difundirse o distribuirse sin la autorización del titular de los derechos.

27 de marzo de 2009

Evolución




Bajo las cálidas aguas de color púrpura se adivinan formas gigantescas que surcan los océanos engullendo por toneladas todo aquello que encuentran a su paso. A miles de metros bajo ellas extrañas formaciones rocosas se elevan desde el suelo buscando la superficie como si temieran morir asfixiadas bajo la líquida inmensidad, y en realidad así es. Aunque a simple vista puedan parecer rocas estériles, están vivas. Cada año que transcurre desde su nacimiento en los fondos abisales crecen unos centímetros, con el ansiado objetivo de alcanzar la superficie para reproducirse al aire libre y seguir creciendo eternamente. La enormidad de las torres que emergen bajo el cielo da una idea aproximada de la antigüedad de aquellas aguas, en las que millones de especies han surgido para extinguirse bajo la colosal presencia de los únicos testigos del comienzo de los tiempos. La quietud de la superficie se ve alterada únicamente por la estela de unas estrechas embarcaciones que surcan las aguas arrastrando redes a lo largo y ancho del océano, en busca del preciado alimento con el que llenarán sus estómagos los osados pescadores y sus familias. Las barcas son inusualmente estrechas y ligeras, y en su interior no hay espacio para mucha carga, pero es la única opción si se quiere pasar lo más desapercibido posible al invadir el territorio de los grandes depredadores marinos a los que deben arrebatar parte de su alimento para subsistir. En ese mundo líquido no hay muchas opciones, las lejanas montañas no ofrecen ninguna oportunidad con su tierra demasiado alcalina para pisarla siquiera, la comida proviene únicamente del mismo lugar donde habita el peor enemigo del resto de las especies, el único superviviente desde que la vida brotó en aquel medio hostil. Las formaciones rocosas albergan entre sus recovecos huecos y salientes en los que refugiarse e incluso crear algo parecido a un hogar. No se pueden guardar muchas posesiones, pues cíclicamente se suceden terribles tempestades que arrasan con todo, y sólo aquello que esté amarrado a la roca no desaparece arrastrado por los vientos. Tan arduas condiciones de vida han dado lugar a la supervivencia de los más aptos; árboles milenarios que se aferran al suelo con raíces tan gruesas con un hombre adulto y desafían la erosión sirven para construir embarcaciones que ni siquiera necesitan ser impermeabilizadas, pues la madera que proporcionan ha ido evolucionando hasta ser inmune al agua que los rodea. El agua potable procede de la lluvia, y es almacenada en grandes huecos tallados en la roca y cubiertos con pesadas planchas de madera para proteger los pozos de la suciedad y los ladrones alados o reptantes que no pierden ocasión para hacerse con alimento y agua a costa de otros. Cuando llega el ocaso los víveres robados al mar durante el día son almacenados entre grandes montones de sal proveniente de la evaporación del agua marina, y todas las posesiones se guardan en el fondo de las grutas, tras lo cual los habitantes proceden a cubrir las entradas con enormes bloques de piedra tras cerciorarse de que nadie se quede fuera. Cuando el sol se oculta tras el horizonte, el silencio lo invade todo y la más absoluta soledad se apodera del exterior, con la única excepción del rumor de las olas contra las rocas y el ocasional bramido de las bestias marinas en celo, llamando a las hembras con lamentos tan desgarradores que ponen los pelos de punta. Sólo queda esperar un nuevo día...

Safe Creative #0901292489637

23 de marzo de 2009

Un día perfecto

La nieve cae con fuerza tras el ventanal, formando caprichosos remolinos en el aire cuando el viento arrecia en furiosas ráfagas. Aquí, en este despacho del piso 58, me siento como en una burbuja, a salvo de la terrible tormenta invernal que azota este lado del país desde hace unos días, inclemente y furiosa, sepultándolo todo bajo metros de nieve que rápidamente se transforma en hielo. Por un momento tengo la curiosa sensación de estar en una de esas bolas de cristal que cuando se agitan muestran un paisaje nevado, solo que en este caso es a la inversa, yo estoy dentro de la bola y el paisaje exterior no es precisamente de cuento navideño, sino más bien una película de terror con un final nada feliz, a juzgar por el transcurrir de los acontecimientos desde que sonó el despertador esta mañana. Sentada en la incómoda silla que me machaca las lumbares soy apenas consciente del rapapolvo que recibo por parte de la jefa del departamento, una estúpida pretenciosa que ha llegado hasta este despacho en la última planta gracias a un padre con más influencias que cualquier político en el poder, y a una total falta de escrúpulos que la convierten en la persona ideal para el puesto, a pesar de no ser capaz de encontrar su propio culo ni aunque le pongan un mapa detallado delante de su nariz retocada en serie por el más caro de los cirujanos plásticos. Apenas percibo sus palabras, como si me llegasen a través de una gruesa capa de espuma, mezcladas con el adormecedor zumbido del aire acondicionado. Mi mirada se posa sobre un precioso pisapapeles de cristal, uno de los carísimos caprichos que la arpía recibe de los aduladores ansiosos de ganarse su favor y escalar enganchados a su chepa. Es un cubo transparente de cristal de Murano del tamaño de un cubo de Rubik, y en su interior hay una delicada libélula de alas multicolores en las que brillan pequeños diamantes, y cuyos ojos son dos diminutos rubíes. Mientras miro fijamente los relucientes ojos de esa libélula de lujo, me siento extrañamente ausente, como en trance, y los acontecimientos de este día van pasando como una presentación de diapositivas, la primera de las cuales me muestra a mi novio con una taza de café recién hecho en una mano mientras me explica porqué ya no soporta más mi irritante compañía y ha decidido volver a vivir con sus seniles abuelos, quienes a pesar de no tener un control total sobre sus funciones corporales son mejor compañía que yo. A continuación me veo a mí misma agachada junto a la rueda de mi coche intentando en vano hacer girar los tornillos congelados para cambiarla, mi falda manchada de grasa negruzca y el tacón de mi zapato derecho partido en dos, zapato que junto a su pareja me costó los ahorros de medio año, pues para entrar a trabajar en una empresa de tal prestigio se exige una apariencia acorde con el nivel económico de sus clientes. Veo pasar un taxi tras otro sin detenerse a pesar de ser evidente mi situación desesperada, me veo caminando por la acera congelada, con el frío calando tan hondo a través de mi abrigo que ya ni siento mi cuerpo, me veo resbalando al llegar a la entrada del edificio de oficinas y cayendo sobre mi trasero, al mismo tiempo que oigo el crujido de mis vértebras al chocar contra el suelo. Me veo deslizándome a hurtadillas en el ascensor con la esperanza de no ser vista antes de llegar a mi mesa, esperanza por supuesto vana, pues justo una décima de segundo antes de cerrarse las puertas, el presidente de la compañía entra y me da un repaso completo, con evidente desaprobación, diría más, con la misma repulsión con la que miraría a una cucaracha flotando en su café. Soporto estoicamente su manifiesto desprecio, y al llegar a la planta 58 salgo al descansillo suplicando al diablo que no sepa quién soy, petición no escuchada pues nada más llegar a mi cubículo veo a la arpía de pie junto a mi mesa, golpeando impaciente el suelo con la punta de sus zapatos hechos a medida con la piel de algún animal en vías de extinción. Me arrastro tras ella hacia su despacho con vistas a la mejor zona de la ciudad, y me siento en la dura silla de respaldo recto frente a su sillón ergonómico y con vibromasaje, y soy vagamente consciente de que me acaba de poner de patitas en la calle, sin considerar los años de abnegada dedicación al trabajo, ni las noches interminables ultimando detalles para que ella se llevase el mérito al llegar por la mañana descansada, fresca y tersa tras dormir envuelta en placentas de cordero y desayunarse con sangre de vírgenes doncellas. Soy levemente consciente de haberme puesto en pie sobre mis pies horriblemente doloridos al entrar en reacción con el calor de la oficina, haber hecho oídos sordos a su furiosa voz ordenándome sentarme, haber cogido con mi mano insensible el valioso pisapapeles y haber mirado fijamente la libélula, y de repente veo con sorpresa cómo esa bella criatura manipulada para complacer a una bruja me guiña uno de sus ojos de rubí y mueve sus alas produciendo un susurro parecido a una palabra. Acerco el cubo a mi oído y a pesar de los gritos airados llamando a seguridad, oigo claramente el sonido que brota de las alas de la libélula; una sonrisa triunfal se dibuja en mi cara mientras, obedientemente, estampo el pisapapeles en la cabeza de esa pécora, y mientras los fragmentos de cristal manchados de sangre caen sobre la moqueta de un blanco inmaculado, la libélula sale volando y atraviesa el ventanal cerrado a cal y canto.
Por fin es libre, y yo también.
Image Hosted by ImageShack.us

Safe Creative #0901252468405

18 de marzo de 2009

Vergüenza ajena


Cada vez estoy más harta de ver cómo el mundo se va a la mierda, y no me refiero solo al calentamiento global ni a la extinción de ciertas especies; la mayor y más preocupante de las extinciones es la del género humano, o al menos una parte de él que no por permanecer en las sombras de la pobreza y la desigualdad es menos importante. Cada día muere un número impensable de personas, gente como yo misma o cualquiera de los que me rodean, de hambre, de miseria extrema, de enfermedades fácilmente tratables con un mínimo de medios económicos; mueren víctimas de la injusticia. Cualquiera de nosotros podría haber tenido la horrible desgracia de nacer en esas condiciones. Nadie escoge dónde nacer ni bajo qué regimen político vivir explotado y morir ignorado.

Hace unos meses sentí el colmo de la indignación al ver en todos los medios la inauguración de un complejo residencial y hotelero en uno de esos países donde los mandamases tienen Rolls Royces de oro y plata y palacios más grandes que una aldea entera. No podía dar crédito al ver a toda esa horda de personajillos, políticos, actores, millonarios, gente con poder e influencias, disfrutando de una fiesta de inauguración con cuyo presupuesto se podría haber erradicado el hambre en el mundo entero. Fuentes que en vez de agua derraman champán helado, un menú exclusivo para sibaritas valorado en una fortuna, fuegos artificiales que se podían ver desde el espacio...¿acaso querían impresionar a alguien ahí arriba? Y en esos mismos momentos, miles de seres humanos muriendo víctimas de la hambruna, la sed, las epidemias...se me revuelve el estómago.

Por mucho que los ciudadanos de a pie hagamos, por mucho que contribuyamos con nuestro granito de arena, mientras quienes de verdad tienen el poder y el potencial económico para hacer algo verdaderamente útil, de poco sirve. Pero un poco es mejor que nada, una voz al viento es mejor que el silencio absoluto. Así que si alguno de vosotros tiene ganas de gritar, pinchad en este enlace y uníos a este puñado de voces, que poco a poco cada vez somos más numerosas y nos hacemos oír.

http://byjamp.blogspot.com/2009/03/el-polo-opuesto-de-la-globalizacion.html

17 de marzo de 2009

Raíces

Image Hosted by ImageShack.us




Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que crucé estas puertas, cargada con esas maletas que contenían toda mi vida, el corazón expectante y el estómago encogido por la incertidumbre al dejar atrás un pasado que me pesaba demasiado. Cuando dí el primer paso hacia el interior, tuve la extraña sensación de encontrarme en casa; la luz del enorme vestíbulo no era desconocida a mis ojos, el crujido del suelo de madera y el susurro del viento que hacía ondear las cortinas eran como una vieja melodía largo tiempo olvidada, incluso el olor a lavanda que impregnaba cada rincón de la vieja casona me reconfortó como el regazo de una madre amorosa. Mis pasos resonaban en las habitaciones desiertas mientras la recorría por entero, reconociendo cada detalle; las vetas en la madera del pasamanos en la escalera de caracol que lleva al ático, el intrincado dibujo del mármol en las columnas de la terraza, el brillo deslumbrante del lago al atardecer colándose por los ventanales, todo me era familiar, pese a saber con certeza que nunca antes había estado allí. Cuando entré en la que desde aquel día sería mi habitación todos los temores y dudas se desvanecieron como por arte de magia. Estaba en el lugar correcto, por fin después de tantos años de vagar sin rumbo, perdida y desorientada había encontrado mi hogar. Esa noche por primera vez en mucho tiempo dormí sin sobresaltos, arropada por aquella casa que me daba la bienvenida entre kilómetros de campos en flor, acunada por el canto de los grillos.

Han pasado muchas décadas desde aquel día en el que el destino me llevó a las puertas del resto de mi vida; en este tiempo he soñado, llorado, reído, amado, he hablado por los codos cuando las palabras amenazaban con salir a borbotones y he callado cuando no tenía nada que decir, he descubierto más sobre la vida de lo que nunca hubiera imaginado, pero lo que no he hecho nunca, ni una sola vez, ha sido lamentarme de ninguno de los momentos vividos aquí, en mi hogar, donde las puertas jamás están cerradas.



Safe Creative #0901252468580

11 de marzo de 2009

Sed de sangre

Image Hosted by ImageShack.us


Su vida anterior era un inmenso vacío en su memoria. Ninguna de las personas con quienes compartió aquellos primeros años existía para ella, ni guardaba recuerdo alguno de la niña que fue alguna vez, ni de los supuestamente tormentosos años de adolescencia, y del mismo modo sus años de juventud no tenían para ella mayor valor que el de un grano de arena arrastrado por la marea al fondo del mar. Ignoraba si alguna vez amó a alguien, si llegó a formar una familia y sus brazos acunaron a un pequeño ser nacido de sus entrañas. Tal vez en alguna parte alguien la echaba de menos y lloraba su ausencia, pero de ser así ella nunca lo sabría. No tenía raíces pues no recordaba el lugar donde vino al mundo por primera vez. Su vida real había comenzado una noche de luna llena en aquel edificio en ruinas donde despertó con un extraño hormigueo en las venas y un ansia irrefrenable que la llevó a recorrer las noches sin descanso en busca de alimento.
Desconocía el significado de la piedad, y se servía igualmente de pequeñas criaturas confiadas que escapaban a la vigilancia de sus progenitores como de adultos en excelentes condiciones pero sin la menor posibilidad de salvación. Disfrutaba acechándolos entre las sombras, saboreando anticipadamente el momento en que sus colmillos se acercarían despacio a sus palpitantes cuellos, sin prisa por saciar una sed insaciable en realidad, postergando el momento al máximo para aumentar el placer al máximo y llegar al clímax de la satisfacción justo en el instante en que atravesase la carne y sus labios recibieran las primeras gotas de sangre caliente. Recorrió el mundo entero cazando de noche y descansando de día, sin relacionarse con ningún otro de su especie ni de ninguna otra. No necesitaba compañía y la posibilidad de compartir sus presas no era una idea que la atrajese, de manera que durante varios siglos permaneció en la más absoluta soledad.
Poco a poco la satisfacción de la caza se iba mitigando, el mero acto de beber ya no era suficiente, y ese oscuro rincón de su interior donde habitaba el placer obtenido, se iba convirtiendo en un páramo desierto y helado. Día tras día, el vacío crecía y lo devoraba todo. Por mucho que buscaba, no encontraba ninguna víctima digna de sus exigencias, y empezó a cuestionarse su extraña naturaleza. Dejó de cazar; se sumió en un estado de apatía del que nada podía sacarla, ni siquiera el olor de la sangre de las presas más tiernas y jóvenes, con su promesa de belleza e inmortalidad.
Una noche sin luna, mientras vagaba por las calles desiertas, se tropezó con un vagabundo escondido bajo unos cartones, semiinconsciente por el frío y la borrachera de licor barato. Se detuvo frente a él, y tras contemplarlo un instante, hizo un esfuerzo por sobreponerse a su apatía y saciar la sed que no sentía, pues sus fuerzas estaban mermando claramente, poniendo en peligro su supuesta inmortalidad. Se arrodilló a su lado, cogiendo con suavidad la cabeza del pobre hombre entre sus manos, para girarla y exponer el demacrado y sucio cuello. En ese momento reparó en las heridas que cruzaban su pecho, manchándole la camisa de sangre aún tibia. Movida por la curiosidad, separó de un tirón los jirones que cubrían apenas un torso desollado, con jirones de carne expuestos. Sin sentir la menor curiosidad por la causa de las heridas, e ignorando los gemidos de dolor del infortunado, pasó la yema de su dedo índice por una profunda herida situada sobre el esternón, y lentamente, lamió la sangre recogida. Tenía un gusto diferente, amargo, fuerte, como el humo proveniente de la incineradora a las afueras de la ciudad, repugnante pero al mismo tiempo fascinante, y con un ansia cada vez mayor, fue arrancando pedacitos de carne para lamer la sangre de su superficie. Entonces quedó a la vista el corazón, apenas protegido por un ridículo armazón de huesos quebradizos, que no opusieron resistencia a sus manos habituadas a matar. Los agónicos aullidos del vagabundo se perdieron en la oscuridad del callejón, sin que nadie los oyera, ni siquiera su verdugo, pues la excitación por lo que estaba a punto de ocurrir hacía rugir la sangre en sus oídos, borrando para sus sentidos todo lo que no fuera ese músculo palpitante, cálido y resbaladizo. Hundió la mano entre los huesos astillados, y de un solo tirón, arrancó el corazón de lo que ya sólo era un bulto gimiente y sin salvación.
Nunca ha habido bocado más exquisito, ni placer más insoportable que aquel primer mordisco a la carne aún viva; es sabor recién descubierto se impregnó en lo más recóndito de su cerebro, despertando un instinto mucho más fuerte y primigenio que la sed de sangre: la posesión del espíritu del hombre devorado.

Safe Creative #0901252468450

10 de marzo de 2009

Un último beso


En la penumbra, te observo. En pocas horas me dirás adiós, y mientras nuestros caminos se separan definitivamente, intento imaginar cómo podré volver a caminar por las calles que recorrimos juntos, cómo haré para respirar el aire que ahora siento escapar fuera de mí, de qué forma lograré recomponer mi alma, rota en mil pedazos.
Me acerco a la ventana, con sigilo; no quiero despertarte, no vayas a apresurar tu partida, y a través de las cortinas miro el cielo radiante, los pájaros revoloteando entre los árboles, los niños jugando en el parque, la gente caminando, nadie sospecha que el mundo nunca volverá a ser como ahora. Nada será nunca igual, los colores van perdiendo su brillo, los sonidos se van apagando, la luz se vuelve difusa.
Vuelvo a tu lado, e intento grabar en mi memoria cada detalle: el pliegue de tu codo, la forma de tus dedos, el ritmo de tu respiración, la curva de tu espalda...Quiero llenarme de tu recuerdo, pues sé que, muy pronto, no habrá nada más.
Abres los ojos y me sonríes, como un niño confiado sin miedo al futuro, y me susurras promesas vacías, me cubres de besos sin sentido, abrazas mi cuerpo como si te perteneciera, y me ahogo, no puedo respirar; te regalo un último beso y salgo de la habitación, antes de hundirme por completo en tu abismo.

Safe Creative #0901252468474

8 de marzo de 2009

Se hace saber...

Inauguro hoy una nueva costumbre que espero mantener aunque a veces no me resulte fácil. Muchas veces me he sentido tentada de responder a vuestros comentarios, pero entre que voy muy pillada de tiempo y que soy una despistada crónica para ciertas cosas, y si no las hago al momento pasan a mejor vida en un universo paralelo donde se amontonan mis olvidos inintencionados, nunca me he puesto a ello. Pero como soy de esas personas a las que si les das una idea convincente no paran de darle vueltas hasta hacerlas realidad, sólo ha hecho falta un empujoncito por parte de un amigo curioso para poner el mecanismo en marcha, así que a partir de ahora voy a hacerlo, o al menos intentarlo siempre que me sea posible.
Chache, como ves, nuestra recién nacida amistad ya va dando sus frutos, y sin saberlo has tocado uno de mis puntos clave: si se me ordena hacer algo, lo único que se saca de mí es una rotunda negativa a la que me agarraré como a un clavo ardiendo simplemente por puro amor propio, pero basta que me lo sugieran así como quien no quiere la cosa, y en menos que canta un gallo estará hecho. Qué le voy a hacer, los Sagitario somos así...

Hasta allí del 8 de marzo

No puedo más. Tengo que decir algo al respecto o reviento, así que como no tengo ninguna gana de pasarme la mañana del domingo limpiando los restos de la masacre, me voy a quedar ancha diciendo cuatro cosas.
8 de marzo, día mundial de la mujer (¿trabajadora?)
De repente tengo la bandeja de entrada saturada con PPS muy bonitos, floridos y con una música de fondo de esas dulzonas que, lo siento mucho pero a mí me ponen atacada. Que si las mujeres valemos mucho, que si un mundo sin mujeres sería una mierda, que si cuando Dios quiso hacer el mundo perfecto creó a su obra maestra, la mujer, blablabla...
Vamos a ver; las mujeres ya sabemos lo mucho que valemos y de lo que somos capaces; somos perfectamente conscientes de nuestro privilegio a la hora de contribuir a la continuidad de la especie, de hecho nuestro cuerpo se encarga de recordárnoslo con regularidad y las que hemos tenido la suerte de llevar vida en nuestro interior sabemos muy bien lo que significa traer un nuevo ser a este mundo; tenemos un potencial enorme que nos hace capaces de llevar una casa, criar hijos, ocuparnos de nuestra pareja, mantener a toda la familia limpia y con la ropa bien planchada, todos bien alimentados y felices y además muchas curramos también fuera de casa. Pero eso no nos convierte en una especie superdotada que por ser capaz de hacer varias cosas al mismo tiempo debe mirar por encima del hombro al resto de la humanidad, o sea al hombre. Está muy bien que se haya avanzado enormemente en la igualdad de ambos sexos, al menos en ciertas zonas del planeta y hasta cierto punto, pues aún quedan muchísimas barreras que derribar, pero lo del día de la mujer siempre me ha olido bastante a feminismo. Porque una cosa es querer que se nos mida a todos por el mismo rasero, y otra muy distinta pretender compensar siglos de infravaloración intentando demostrar que ahora, nosotras somos mejores que ellos, y deberían entregarnos el poder del mundo.
Hay cosas que nunca cambiarán, y de hecho no deben cambiar, porque si un día descubriéramos que hombres y mujeres pensamos y sentimos igual, y ya no existiría la tan traída guerra de sexos, sinceramente, la vida sería insoportablemente aburrida. Somos diferentes, es así y nada lo va a cambiar, pero hay algo en lo que sí somos iguales; somos todos humanos. Y esa es la única igualdad por la que se debe luchar, del mismo modo que se lucha por la igualdad entre razas, credos u orientación sexual. La historia nos demuestra constantemente que mientras haya una sola persona que se crea superior al resto e intente convencer u obligar a los demás a ser como él, nunca podremos convivir en paz. Da lo mismo si es un grupo religioso o político que en su fanatismo asesina a quienes no profesan su misma fe, heterosexuales con ganas de linchar a todo aquel que sea capaz de amar a alguien de su mismo sexo, blancos, negros, judíos, orientales, musulmanes, todos queriendo ser la raza dominante...¿acaso no es bastante, que también tenemos que desear derrocar al macho a favor de la hembra?
Personalmente me lo paso en grande cuando nos juntamos un grupo de amigas y ponemos a caer de un burro a nuestros compañeros, pero sin más, es algo divertido que no hace daño a nadie que nos permite descargar frustraciones inevitables que surgen en la convivencia diaria, pero nunca se me ocurriría organizar una reunión de mujeres descontentas para acorralar maridos y convertirnos en unas nuevas amazonas. Y esa es la sensación que tengo cada vez que lega el 8 de marzo. Veo a una multitud de mujeres que dicen luchar por la igualdad, pero que en realidad lo que desean es la supremacía, y me dan escalofríos.
No me gustan los "días de...", para mí cada día es igual de importante a la hora de luchar por las causas realmente importantes, pero celebraré con gusto cuando proclamen "el día de la humanidad".
He dicho.

7 de marzo de 2009

La última esperanza de la humanidad


Día 1

Esta mañana me he despertado como todos los días, acordándome de los ancestros del maldito despertador cuando me ha sacado de un delicioso sueño en el que, aunque no recuerdo todos los detalles, me lo estaba pasando de vicio con ese morenazo de ojos verdes que me vuelve loquita; sólo recuerdo claramente que estábamos junto a un acantilado, que él llevaba una faldita de lo más sugerente y cerca de allí había una pila de cuerpos mutilados revueltos con cascos, escudos, espadas y diversos atuendos exóticos. Curiosamente mi sueño tenía un desacostumbrado tono sepia, lo que me hace sospechar que me he pasado una buena parte de la noche en el paso de las Termópilas, siendo la protagonista de mi propia película, aunque nunca sabré si tenía un final feliz por culpa del zumbido que me ha dejado caer de sopetón en la realidad. Para colmo de males me duele horrores la garganta, creo que he pillado otra vez esa faringitis de la que no consigo librarme últimamente y que me hace ir por la vida como una zombie, siempre medio grogui por esas décimas perpetuas de fiebre. Casi me ahogo intentando tragar un par de aspirinas antes de meterme en la ducha, bajo el chorro de agua casi hirviendo, que es la única forma de despejarme que conozco. Al que se sacó de la manga eso de que no hay nada como una ducha fresquita por las mañanas, deberían lincharlo en público, y yo estaría en primera fila para dejarle bien clarita mi opinión al respecto. Una vez recuperado un mínimo de consciencia gracias a un café bien cargado he cogido mis cosas y he salido a la calle, arrastrando los pies de camino a ese trabajo que aborrezco con todas mis fuerzas pero que me permite pagar el alquiler y las facturas, y comer algo medio decente de vez en cuando.
He recorrido varias manzanas antes de caer en la cuenta de lo vacías que estaban las calles, sin ningún coche circulando por la normalmente abarrotada carretera; las aceras desiertas devolvían el sonido de mis tacones amplificado escandalosamente, por lo que durante un momento me he sentido un tanto avergonzada, como cuando en medio de un auditorio suena un móvil y todo el mundo se gira para mirar quién es el desgraciado que ha pasado de apagarlo antes de entrar. No entiendo nada. ¿Es domingo y yo estoy tan perdida con respecto al calendario que no sé ni en qué día vivo? Pero eso no explica la ausencia de gente; incluso un domingo a primera hora de la mañana hay corredores haciendo su circuito habitual por el parque, algún que otro madrugador comprando el pan y el periódico, y nunca faltan los últimos jóvenes de regreso a casa tras una larga noche de fiesta. Una huelga general, eso es. Todo el mundo está en sus casas sin atreverse a salir por si hay piquetes o incidentes con la poli, pero entonces, ¿dónde están los coches patrulla? Mierda, no entiendo nada…Creo que me voy a dar la vuelta y me voy a meter en la cama otra vez, a ver si con un poco de suerte esto es un mal sueño y cuando me despierte de verdad todo está como antes.


Día 4

Nunca pensé que diría esto, pero echo de menos a mis compañeros del trabajo. Peor aún, echo de menos a mi jefe, un cretino integral a quien sólo con verle la cara de cerdo babeante mientras me mira las tetas e intenta sobarme el culo cada vez que paso por delante suyo se me sube el desayuno a la garganta. Daría cualquier cosa por ver a alguien, cualquiera, y por oír algo que no sea el sonido de mi propia voz divagando día y noche de forma preocupante. Después de pasar tres días sin salir de mi apartamento he tenido que salir en busca de provisiones, pues lo único que me quedaba era una lata de mejillones caducada y un saco de pienso para gatos, del que supongo que me tendré que deshacer pues el puñetero bicho también ha desaparecido sin rastro, aunque no pierdo la esperanza de volver a encontrar el rastro de sus pelos a los pies de mi cama. Estaba muerta de miedo pero el hambre ha podido más, y aunque por un momento me he sentido tentada de permanecer segura en mi refugio y subsistir gracias a las mismas proteínas que mantenían al gato regordete y con el pelo brillante, la idea de comer lo mismo durante semanas no era lo más apetecible, así que he cogido uno de los cuchillos del cajón y me he acercado al super de la esquina, sin saber muy bien cómo hacer para conseguir comida. Las puertas estaban cerradas, pero no había reja metálica, así que después de un rato dándole vueltas a la cabeza he agarrado una mesita de la terraza del bar de al lado y la he estampado contra la puerta de cristal. Al instante ha saltado la alarma y mi primer impulso ha sido salir corriendo a esconderme, pero enseguida me he dado cuenta de que nadie iba a venir a arrestarme por allanamiento. Además si hubiera aparecido un poli creo que le habría ofrecido las manos con gusto para que me esposara y me llevara a comisaría, cualquier cosa con tal de estar con otro ser humano. Pero como era de esperar, nadie ha aparecido a investigar el jaleo, así que he cogido un carrito y lo he llenado hasta arriba. Al menos ya no tengo que preocuparme por la dieta; nadie me va a criticar por mi imagen si cojo unos kilitos, así que me pienso poner hasta el culo de chocolate, galletas, pizzas y patatas fritas. Se acabaron las ensaladas y los filetes a la plancha; ¡nunca más volveré a pasar hambre, aunque se acabe el mundo! Aunque sospecho que eso ya ha ocurrido…


Día 58

Me está pasando algo muy raro. Ya no echo de menos a la gente, y he descubierto que ser la única persona en kilómetros, o tal vez en el planeta, no está tan mal. Hago lo que me da la gana, no tengo que trabajar pues todo lo que necesito está al alcance de mi mano, pongo la música a todo volumen a altas horas de la noche sin que nadie aporree mi puerta ni me amenace con denunciarme al propietario, tengo los armarios a rebosar de ropa de diseño que nunca me hubiera podido permitir en mi anterior vida, y cientos de pares de zapatos divinos que me cambio a cada rato por el simple placer de verme con ellos puestos. No tengo que poner buena cara cuando alguien me da el coñazo contándome cosas de sí mismo o de su vida que en realidad me importan una mierda, y puedo pasear por la ciudad sin preocuparme por que me asalten o me roben, incluso a medianoche. He dejado de teñirme el pelo y de depilarme, y me he mudado a una preciosa casa con piscina y un salón de cine más grande de lo que era mi antiguo apartamento; por fin me estoy poniendo al día con todas las pelis que nunca tenía tiempo para ver, gracias al video club del centro comercial. Estoy pensando en coger el coche e irme de viaje. Siempre he querido recorrer Europa entera, ahora ya no tengo que preocuparme por el dinero, y la gasolina está ahí, esperándome. Creo que por primera vez en mi vida, soy feliz.


Día 64

Ya tenía todo preparado para marcharme cuando al pasar por delante del escritorio he visto el ordenador, y el antiguo y arraigado impuso me ha hecho encenderlo y comprobar el correo; una tontería, ya lo sé, pues si no quedo más que yo, no se cómo podría tener nada nuevo en la bandeja de entrada, pero de todas formas lo he mirado, tal vez por añoranza de aquellos días en los que recibía docenas de mensajes al día. Por un buen rato me he quedado clavada en el sitio, con los ojos como platos y la boca abierta, mientras veía la hilera de sobrecitos amarillos con fechas desde hace un par de semanas hasta hoy mismo. El remitente era desconocido, pero a estas alturas no me iba a andar con remilgos; si había alguien más ahí fuera tenía que saberlo. Todos decían más o menos lo mismo, una llamada al vacío en busca de una respuesta, “¿hay alguien ahí?” Con las manos sudorosas y el corazón saliéndoseme por la garganta he tecleado un solitario y tímido “hola”, y le he dado a enviar. No han pasado más de un par de minutos cuando ha llegado la respuesta, y desde ese momento he pasado todo el día sin levantarme de la silla si no era para ir al baño o a por algo de beber. Entre mensaje y mensaje he descubierto que es un hombre algo mayor que yo, culto, simpático y encantador. Ya sé que no debería, pero no puedo evitar ponerle la cara del protagonista del último sueño medio normal que tuve; después de todo, nada me impide fantasear un poco, y quién sabe, podría ser que precisamente él fuera el otro superviviente y nos tocara a nosotros la tarea de repoblar el planeta y devolver la esperanza a la raza humana…cosas más raras se han visto, ¿no? Después de todo, si hace tres meses me hubieran dicho que me iba a despertar en un mundo donde toda la humanidad excepto yo se hubiera esfumado sin dejar rastro, me habría reído con ganas en su cara.


Día 71

Hemos quedado en encontrarnos en una ciudad intermedia, ¡por fin! Me he pasado todo el día recuperando un aspecto presentable. Me he depilado con los ojos llenos de lágrimas; ¡mierda, ya no recordaba cómo duele esto! Me he teñido el pelo y ahora me escuece el cuero cabelludo horrores; sospecho que el tinte me ha provocado una reacción alérgica, pero no me importa. Este rubio platino me queda divino y con la ropa italiana de diseño que dejé preparada ayer y mis nuevos Manolos, no creo que haya problemas para que me encuentre la chica más deseable del mundo; además no tiene mucho más donde elegir, ¿no? Mañana por la mañana, bien temprano, saldré rumbo a lo que mi nuevo destino me depara…

Día 73

Llegué la primera al punto de encuentro. Estaba nerviosísima, así que busqué un sitio donde poder tomarme una copa antes de que él apareciera. Mientras me servía en el interior de un local cercano el ruido de un coche acercándose me aceleró el corazón. Creí que nunca más volvería a ver otro coche que no fuera el mío circulando. Me quedé oculta, observando al guaperas que desde ese momento sería mi compañero, la respuesta a todas mis plegarias. El coche se detuvo frente a la fuente de la plaza donde habíamos quedado, y alguien bajó, pero el reflejo del sol sobre el cristal de la ventanilla me impidió verle con claridad hasta que cerró la puerta. Estaba de espaldas a mí y permaneció en la misma postura unos segundos que se me hicieron eternos, estirándose después del largo viaje. Por fin se giró y pude verle la cara. Con mucho cuidado para no dejarme ver ni oír, salí por la puerta trasera del local, crucé varias calles hasta alejarme lo suficiente y me subí al primer coche que encontré con las llaves puestas. Pisé a fondo el acelerador mientras ponía kilómetros entre él y yo. Me largo a hacer ese viaje por Europa que me prometí. Lo siento, tal vez mi postura sea egoísta y despreciable, pero si la única esperanza de repoblar la tierra somos mi ex jefe y yo, la humanidad puede darse por jodida.

Safe Creative #0903072709010

Para Chache; gracias por tu amistad y por la inspiración, aunque haya sido indirecta.

6 de marzo de 2009

Lo que la Red ha unido, que no lo separe el hombre (ni la mujer...)

Salimos del coche y nuestros pies nos llevaron sin pensar al muro tras el que el mar rugía furioso en la oscuridad. El suelo mojado dejaba claro que alguna de aquellas olas era lo suficientemente alta como para rebasar el rompeolas, pero eso no importaba. Apoyados en la barandilla aspiramos con deleite ese perfume marino que embriaga los sentidos de quienes como nosotros, han vivido toda su vida frente al mar. Sin prisa nos dirigimos al final del paseo marítimo, charlando por el camino de todo un poco, sacando algunas fotos del cubo iluminado con diferentes colores en honor al carnaval, y sobre todo disfrutando del momento en que por fin podíamos hablar los dos solos, sin interrupciones constantes ni cambios de conversación inoportunos.
Agradecimos llegar a la zona de callejuelas en las que ya no soplaba el viento helado y nos sentamos a tomar un café, y entre anécdotas, risas y alguna que otra confidencia descubrimos muchas cosas a lo largo de las horas. Que si nunca hasta entonces nos habíamos encontrado fué por caprichos del azar, pues no faltaban los puntos ni las personas comunes; que en lo básico, lo realmente importante, pensamos de forma muy parecida; que estamos cómodos en nuestra mutua compañía y conectamos de esa forma que pocas veces se da entre quienes hasta hace muy poco eran solo conocidos tras una pantalla pese a haber nacido en la misma ciudad y pateado las mismas calles durante toda una vida. Te sorprendiste con agrado cuando al amparo de la confianza y el ambiente relajado de aquel local de jazz dejé salir a la granuja vacilona a quien sólo conocen un puñado de personas en el mundo, y nos reímos como críos cuando me propusiste matrimonio y el tipo de al lado, con un par de copas de más creyó que iba en serio.
Aquí tienes un amigo para toda la vida, me dijiste al despedirnos, y lo sé, era en serio. Y sí, puedo imaginarnos dentro no de 20 años, sino de 30 y hasta 40, sentados en un banco frente a la bahía, charlando por los codos y no precisamente de achaques y operaciones típicas de viejos, sino de nuestras neuras, nuestros escritos y vacilando a la gente al pasar frente a nosotros, sin importarnos un carajo que nos miren con cara de vergüenza ajena.

4 de marzo de 2009

Un año de palabras, por Nachob

Image Hosted by ImageShack.us

No existe mejor regalo imaginable en el mundo para una yonqui de la letra impresa que un libro, un buen libro, y eso es lo que he recibido hoy, por fin, de manos de su propio autor. Un hombre que como tantos de nosotros vive la escritura como una pasión y encontró en este medio la oportunidad de realizarla. Este libro es una recopilación de doce relatos, todos diferentes y todos magníficos por lo que he podido ver echando una breve ojeada, pues para hincarle el diente con el esmero que merece tendrá que esperar aún un poquito más a que termine con el que ahora tengo entre manos, pues no me gusta leer más de un libro cada vez, para saborear cada uno de ellos al máximo. Os recomiendo, si os gusta la buena lectura, que os paséis por su blog y os recreéis en él, y si como yo, adoráis la sensación del papel en vuestras manos al leer, no tenéis más que poneros en contacto con Nachob, el autor, y os lo enviará gustosamente como lo ha hecho conmigo.
Por cierto, desde aquí le doy las gracias, unas gracias enormes e infinitas por el maravilloso detalle, por su generosidad al hacer llegar su libro de forma totalmente gratuita, y prometo disfrutarlo como se merece, pues desde ahora pasa a formar parte de mi preciada colección de lectura.
Muchisimas gracias, Nachob.

Un año de palabras http://nachob-elcontadordehistorias.blogspot.com/

3 de marzo de 2009

El gigante con corazón de hielo


En el interior de una enorme montaña vivía un gigante, con cuerpo de roca y corazón de hielo. Todos en el valle sabían de su existencia, pues eran frecuentes los estragos que causaba en los alrededores, pero muy pocos lo habían visto, y entre ellos, ninguno se atrevería jamás a admitirlo, pues el pavor que causaba su presencia era tal, que el pobre desdichado que por azar se tropezaba con él estaba condenado de por vida a sufrir las más espantosas pesadillas cada noche del resto de su vida, y tal desasosiego traía la terrible consecuencia de ser considerado por sus vecinos un alma poseída por los demonios, y a la que se debía devolver la paz de la única forma posible: con la muerte.
Nadie sabía de donde vino aquel gigante; desde el comienzo de los tiempos había estado ahí, oculto en una cueva tan profunda y oscura que un hombre tardaría varios años de su vida en recorrerla entera, y de la que por supuesto, nunca saldría. Corrían las leyendas sobre su figura, y no había palabras más eficaces para tornar a un niño caprichoso y rebelde en uno docil y obediente, que aquellas que invocaban la presencia del ogro para llevarse a los niños malos a su cueva. Cada tarde, después del ocaso, las calles quedaban desiertas, y en las casas se cerraban con grandes cerrojos puertas y ventanas, antes de atrancarlas con gruesas vigas. Precaución del todo innecesaria, pues durante siglos el gigante nunca había bajado de las montañas, y jamás se supo de un solo hombre que hubiera perecido en sus manos, pero como toda precaución es poca, las noches de los poblados del valle eran las más solitarias y silenciosas en cientos de kilómetros a la redonda.
En la escuela el juego preferido de los niños era el conocido por "cazar al gigante", al que se sumaban gustosos todos los chicos, soñando todos y cada uno secretamente con ser él quien finalmente venciese al monstruo, y gracias a esa heroica acción se ganaría el respeto y admiración del mundo entero, conseguiría las mayores riquezas como premio por su valor, y desposaría a la más bella y noble de las jovencitas. Las niñas por su parte jugaban a ser capturadas por tan horrendo ser, y rescatadas en el último segundo por un apuesto caballero montado a lomos de un imponente caballo blanco, para después consentir decorosamente en ofrecer su mano al héroe que la salvó de una muerte ciertamente espantosa. Como era de esperar, toda la vida de los habitantes del valle giraba en torno a una sola cosa; nada tenía más importancia o prioridad que el gigante, cuya presencia, o más bien su ausencia, era algo a tener en cuenta en cada acto público o privado.
Pero entre todos ellos, una personita vivía ajena al asunto común: una pequeña y flaquísima chiquilla, a quien nada le importaban las idas y venidas de aquel gigante a quien nunca había visto ni oído. Ella, al contrario que el resto de las niñas, pasaba sus horas de ocio entretenida en crear muñecas con viejos trozos de ropas desechadas, dibujando caras sonrientes o tristes, según su estado de ánimo, en los suelos de las calles con piedras de colores, inventando cientos de historias cada día, todas diferentes y repletas de aventura y color, emoción, amor y riesgo. No sabía escribir, y aunque supiera no tenía donde plasmar el producto de su desbordada imaginación, pero tampoco lo necesitaba. Tenía un cofre dentro de su cabeza, donde guardaba como un valiosísimo tesoro cada historia, personaje y escenario de su invención. Nadie en el pueblo la hacía mucho caso, pues era tan silenciosa y se entretenía de tal manera ella sola, que a veces parecía invisible. Los demás niños la trataban con desprecio, y disfrutaban contando cómo la loca había vuelto a llenar de caras estúpidas las calles, y ellos las borraban escupiendo u orinando sobre ellas, mientras reían a carcajadas. Nada de esto importaba a la niña; ella era feliz en su mundo imaginario, donde todo lo que existía, animal, vegetal o mineral, había sido creado a su gusto, y le proporcionaba la más absoluta satisfacción. Y al vivir ajena a la preocupación común, era la única persona feliz entre los cientos que moraban en el valle.
Una tarde de otoño, cuando los últimos días de sol y calor teñían de colores de fuego la inmensidad del valle y sus montañas, la chiquilla decidió acercarse al arroyo al pie de la más alta de las montañas, para recoger las deliciosas moras que en esos días regalaban a quien las cogiera su exquisito dulzor. Embelesada por el trino de los pajaros, el susurro del viento y el silencio del ocaso, no se percató de la caída del sol hasta que sus flacuchos brazos se erizaron por el frío, y al girarse para regresar al pueblo se dió cuenta de que éste ya estaba sumido en las sombras, y la última luz del día se encontraba sobre la montaña que se alzaba imponente frente a ella, así que resuelta, se dirigió hacia allí, aprovechando los últimos minutos de claridad para buscar un lugar donde pasar la noche. Largo rato después de iniciar el ascenso, entrevió una abertura entre los arbustos, y al acercarse encontró una grieta que ascendía hasta donde se perdía la vista, con la anchura de un hombre fuerte. Aterida por el frío y temerosa de las alimañas nocturnas, entró en la abertura, y no había dado más de unos pocos pasos cuando esta de reveló como una amplia cueva, seca y caliente por el calor del sol acumulado en la piedra, así que más tranquila, se tendió en el suelo, cerró los ojos e inmediatamente se durmió.
La despertó un ruido extraño, y tras prestar atención lo reconoció: era el rítmico goteo del agua al caer desde gran altura y rebotar contra la piedra. En la más absoluta negrura se levantó y se dirigió, intrigada, en dirección del sonido. Ni por un instante se le pasó por la cabeza la idea de perderse en la cueva oscura y no poder encontrar el camino de vuelta; simplemente, se sentía hechizada por el sonido cristalino y musical de las gotas, y sus pies se movían uno tras otro sin mediar la voluntad de la niña. Tras lo que pudieron ser minutos u horas, la niña llegó a un lugar que superaba con mucho todo aquello creado en sus incontables horas de imaginación: incrustado en la roca, más arriba de su cabeza, brillaba el más hermoso de los objetos imaginables, una roca cristalina y reluciente que en la oscuridad lucía el fulgor de todos los colores del arco iris, a pesar de no existir ninguna fuente de luminosidad que pudiera producir tal efecto; era como si la luz proviniera de su interior. A su alrededor, en el aire, danzaban preciosas motas brillantes y delicadas, ligeras como el mismo aire, y al intentar la niña atrapar una con sus manos, descubrió que se fundía al contacto con su mano, como un copo de nieve. Solo que nunca había visto copos de nieve de colores...
Movida por una irresistible curiosidad, empezó a trepar por la roca ayudándose de sus huesudos dedos, y poco a poco fué acortando la distancia que la separaba de la fuente de tanta maravilla.
Cuando por fin alcanzó su objetivo, acercó su mano con cautela, más por respeto a tan increíble objeto que por temor, y lo rozó ligeramente con la yema de sus dedos. ¡Cuál fué su sorpresa al sentir en ellos el frío glacial del hielo! Se acercó aún más, y acomodándose en una grieta para no caer, acercó su rostro al hielo multicolor impulsada por un anhelo irresistible, y con infinita delicadeza, atrapó entre sus labios una gota del líquido que desprendía. Era tan dulce e increíble que acarició con sus manitas los bordes del hielo, y con un amor que desbordaba su corazón, lo besó suavemente. Ante sus atónitos ojos, el hielo comenzó a fundirse y una increíble cascada de agua multicolor brotó de la dura roca donde segundos antes no había nada, creando en un momento un lago de agua tibia de gran profundidad, que de pronto empezó acorrer por el camino que había recorrido la niña hasta llegar allí. La fuerte corriente producida la arrastró de vuelta, hasta donde se divisaba la claridad del día, y al salir al exterior descubrió con sorpresa que el valle antes sembrado de hojas marchitas resplandecía con millones de fragantes flores que no dejaban ver ni una pizca de hierba, y atraídas por su aroma, miles de mariposas revoloteaban por doquier, ofreciendo a la vista un espectáculo maravilloso. Echó a correr ladera abajo, ansiosa de despertar a todos para que pudieran disfrutar de aquella maravilla, cuando de pronto sintió el impulso de volverse a contemplar la montaña que la había acogido en esa fría noche, pero al mirar en su dirección no encontró la imponente mole de la montaña más alta del valle, sino un gigantesco hombre de ojos brillantes como esmeraldas que le sonreía, y que al responder la niña a su sonrisa, se llevó la mano al pecho, a la altura del corazón, y con un soplo le envió una nube de pétalos que revolotearon juguetones alrededor de la niña, que nunca en toda su vida había sido tan feliz. Cuando llegó a su casa descubrió que tenía los bolsillos repletos de aquellos aterciopelados pétalos, así que los guardó en una cajita de plata, y desde aquel día, cuando la vida se oscurecía, abría la caja, aspiraba el perfume de aquellos pétalos que nunca se marchitaban, y la vida volvía a ser un arcoiris.

Dedicada a mi gigante de ojos verdes

Safe Creative #0901252468337