El hogar de mis peores pesadillas y mis sueños desbocados

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22 de agosto de 2009

Ensoñaciones

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Cierro los ojos al mundo real, demasiado crudo en ocasiones, y me dejo llevar a otro mundo donde habitan mis sueños, un lugar en el que cada rincón está formado por recuerdos, deseos, anhelos, esperanzas y pequeñas piezas recogidas a lo largo de los años que, al juntarlas, forman un todo en el que me siento yo misma, totalmente definida. El mar es la música de fondo que me acompaña siempre, susurrando incesantemente secretos de los confines de sus aguas, que me hacen soñar con otras tierras y gentes que tal vez jamás conoceré pero a pesar de ello, están ahí, en alguna parte, esperandome. Recorro sin prisa las estancias de una casa abierta al sol y al aire, deleitando mi mirada en la belleza creada por ese mismo ser capaz de destruirse a sí mismo y a sus semejantes sin razón, corto las amarras que me atan a este lugar y me elevo por el cielo para ver lo que hay más allá del horizonte, sin saber si volveré a pisar este mismo suelo o, por el contrario, vagaré sin rumbo hacia el infinito, en busca de todo aquello que aún me queda por descubrir...

2 de junio de 2009

Mas allá del umbral

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Era ya de madrugada cuando un grito agudo rompió el silencio nocturno. A trompicones salió de la cama y se dirigió al pasillo, buscando a tientas el interruptor no sin antes machacarse los dedos del pie derecho al tropezar una vez más con la mesita sobre la que descansaban llaves, fotos enmarcadas de la familia y un montón de cachivaches que nunca se decidía a ordenar o tirar. Cuando por fin logró encender la lámpara del descansillo corrió los pocos metros que le separaban del dormitorio de su hija. Desde la muerte de su esposa en un accidente inexplicable hacía unos meses, la niña sufría horribles pesadillas que lo despertaban cada noche a causa de sus gritos. Y cada noche él acudía presuroso a calmarla, con los ojos hinchados por la falta de descanso y las muchas lágrimas vertidas en la almohada, fruto del dolor, la desesperación y la soledad.
Al entrar en la habitación encontró el mismo panorama desolador de siempre: la niña estaba acurrucada en una esquina del cuarto, pálida como la cera y con los ojos fuertemente cerrados, chillando y abrazada a su osito de trapo con tanta fuerza que tenía los dedos completamente blancos. Su padre se arrodilló a su lado, la abrazó e intentó calmarla con palabras cariñosas y caricias, y cuando al rato cesaron los gritos fueron sustituidos por un llanto suave y monótono que anunciaba el preludio de su adormecimiento, ahora ya tranquilo y sin pesadillas. El médico le había dicho que era normal, una fase que la niña necesitaba pasar para asimilar la pérdida de su madre, y que no debía preocuparse, pero las profundas ojeras y el velo de apatía que cubría la antes luminosa mirada de su hija le partían el corazón. ¿Cuánto tiempo más debía sufrir ese tormento? ¡Sólo tenía siete años, maldita sea!
Tras acostarla de nuevo en su cama y arroparla, se dirigía hacia la puerta cuando reparó en el armario abierto y, sin pensarlo, se acercó para cerrarlo. Pero antes de hacerlo algo llamó su atención. Una débil pero helada corriente de aire salía de donde sólo debería haber paneles de madera, y la idea de una fuga de gas pasó por su cabeza antes de caer en que en ese edificio no había tal instalación. Intrigado, se inclinó hacia el lugar de donde salía el aire, estirando la mano en un intento de localizar el punto exacto de entrada. Fué entonces cuando una mano helada lo agarró de la muñeca y tiró de él hacia el interior del armario, que de repente se había convertido en un lugar cavernoso, húmedo y frío donde reinaba la oscuridad absoluta y el hedor de la muerte flotaba en el ambiente.
Hecho un ovillo y caído sobre el suelo rasposo podía sentir como la superficie dura y cortante se le clavaba en el costado, pero no podía abrir los ojos. En realidad no quería, por temor a lo que pudiera ver si juntaba el valor suficiente para mirar lo que le rodeaba. Sentía el vómito subiéndole por la garganta a causa de la horrible pestilencia y temblaba incontroladamente, aunque eso podía deberse igualmente al frío o al terror. En la oscuridad no podía saber si habían transcurrido segundos u horas, pero cuando escuchó una respiración jadeante no muy lejos de él abrió por fin los ojos, intentó orientarse y tras percatarse de tener una única vía de escape en aquel pedrusco rodeado de paredes interminables hacia lo alto, echó a correr impulsado por el pánico que daba alas a sus maltrechos pies.
Estos no tardaron mucho en convertirse en una masa sanguinolienta, pues caminar sobre aquel suelo era como hacerlo sobre una inmensidad de cristales rotos, y pronto la agonía de cada paso se sumó al dolor de sus costados con cada bocanada de aire. Cuando levantó la vista en un intento desesperado por encontrar una salida no pudo dar crédito a sus ojos; sobre su cabeza siniestros nubarrones oscuros dejaban apenas entrever un cielo, si es que aquello podía ser considerado como tal, de un color granate entrecruzado por rayos deslumbrantes y silenciosos. Buscó apoyo en una de las paredes de aquel interminable cañón que lo rodeaba y al instante sintió que algo pegajoso se adhería a su cuerpo. Acercó una mano chorreante a su cara y no pudo contener un grito de horror al descubrir que aquello que empapaba la roca era sangre, fresca en su mayor parte pero evidentemente sólo era una mínima parte que cubría las paredes del cañón, pues bajo ella se escondían capas y más capas de aquella materia ya seca y putrefacta, depositada sobre la roca durante mucho tiempo, años, siglos tal vez…
Sin querer preguntarse de dónde provenía tal cantidad de sangre, ni de dónde había salido aquel lugar de pesadilla siguió adelante a trompicones, ayudándose de sus manos para apoyarse en la pared a pesar de su repugnancia. De pronto volvió a escuchar una respiración a muy poca distancia de él, y desesperado se volvió en redondo temiendo lo que pudiera encontrar, pero nada vivo había allí aparte de él. Bajó la cabeza y continuó, pero no habían transcurrido unos segundos cuando una voz apenas audible pronunció su nombre, y entre el hedor que le rodeaba le pareció sentir un aroma conocido y muy querido: el olor del perfume de su esposa. Pero eso era imposible, por supuesto; su esposa llevaba varios meses muerta, él había sucumbido finalmente al dolor y la presión de seguir adelante sin ella, y había perdido definitivamente la razón. Esa era la única explicación posible a ese infierno en el que se había visto atrapado sin saber cómo. Por eso cuando sintió en su hombro el familiar contacto de la mano de su esposa, no se sorprendió lo más mínimo, sino que se volvió con una demente sonrisa en los labios. Y cuando ella le reveló que su accidente no fue tal, sino que su adorada hija había planeado meticulosamente cada paso de su plan para librarse de su madre fingiendo un accidente doméstico, y que desde su llegada a esa especie de inframundo donde estaba condenada a existir por toda la eternidad conviviendo con otras almas atormentadas e injustamente arrancadas de sus vidas antes de llegar su momento, su única obsesión había sido lograr comunicarse con él de cualquier forma imaginable, aunque la única forma posible había sido a través de su hija, su asesina, y hacerle partícipe de la verdad sobre la niña, él no puso en duda ninguna de sus palabras. Lo único importante era que estaban juntos otra vez, y que ya nunca volverían a separarse; aunque faltaba un pequeño detalle para completar su felicidad.
Poco antes del amanecer se escuchó un leve chirrido en el dormitorio y la puerta del armario se abrió un poco más de lo que estaba, dejando salir de su interior una sombra que se acercó en silencio hasta la cama donde una preciosa niña dormía plácidamente, entregada a un sueño perfecto en el que sólo estaban su padre y ella, y nada se interponía entre ellos. En su sueño nadie la regañaba por ensuciar las cortinas con las manos manchadas de chocolate, ni la obligaba a hacer los deberes antes de salir a jugar, ni le ponía sobre la mesa asquerosos platos de verduras, ni le recordaba machaconamente que debía lavarse las manos antes de comer y los dientes tres veces al día. En su sueño había montañas de golosinas a su disposición, se acostaba pasada la medianoche y su padre la veneraba como a una diosa, con promesas de amor eterno y regalos fabulosos. Nada interrumpió ese sueño cuando unos brazos la cogieron suavemente y la llevaron con ternura a través de las puertas del armario, a un lugar donde su familia volvería a estar completa y ya nunca, jamás, se separarían.


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21 de mayo de 2009

Dar el cante

Medianoche. Hace ya un par de horas que a través del grueso muro de hormigón que separa mi vivienda de la de mis vecinos diagonales llega el sonido de varias voces masculinas en evidente estado de entusiasmo alcoholizado, cantando a pleno pulmón. ¿Vocación frustrada de chicos del coro? ¿Vestigios de una educación de otros tiempos en colegios donde el método correctivo consistía en una regla de madera aplicada con eficiente rigor? No lo sé, pero me han hecho recordar las incontables ocasiones en que las comidas o cenas de mis mayores y sus amigos o familiares terminaban exactamente igual, con todos los adultos cantando con melancolía a voz en grito, sin importarles que la celebración fuera en casa o en un restaurante de alcurnia, y el bochorno de los más jóvenes, que intentábamos pasar desapercibidos entre el concierto improvisado y fingir que no conocíamos a esa gente de nada. Y la más apurada en esas ocasiones siempre era yo, pues generalmente era mi padre el primero que se ponía a cantar en cuanto servían los cafés. Es algo que ya sólo se ve entre gente de cierta edad, un fenómeno que parece ligado a una generación en concreto, aquellos a quienes tocó vivir en sus carnes la Guerra Civil, por lo que me pregunto si no vendrá de aquella época tan dura, en la que al no tener apenas nada se recurría muchas veces al canto para levantar el ánimo...De lo que estoy segura es de que nunca he visto a nadie de mi generación ni las de mis hermanos mayores cantar después de una buena comilona y unos cuantos vasos de vino, mientras que mi padre lo ha hecho toda su vida, incluso el día de su boda.
¡Que corra el champán!
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14 de mayo de 2009

¿SOLIDARIDAD? ¿ESO QUÉ ES?


QUERIDOS AMIGOS CON MUCHA TRISTEZA Y MUY A MI PESAR OS COMUNICO:
LA LECTURA PÚBLICA DEL MANIFIESTO PARA LA CUAL NOS CONGREGARÍAMOS EL FUTURO DÍA 24 DE MAYO EN LA PLAZA MAYOR DE MADRID QUEDA CANCELADA POR LA FALTA DE APOYO Y POR LA CANTIDAD TRABAS LEGALES QUE NOS HAN IMPUESTO...
POR LO QUE ME DISCULPO PUBLICAMENTE Y MUESTRO LOS MOTIVOS DE LA CANCELACIÓN.

En primer lugar todas y cada una de las organizaciones no gubernamentales con las que he contactado, ni siquiera han tenido la delicadeza de responder a mis misivas y ruegos para que apoyasen este acto, a excepción de Manos Unidas que apoya el acto aunque no de forma oficial en nuestro evento central de Madrid, actitud que agradeceremos eternamente.
Tampoco lo han hecho las diversas empresas, por no hablar de todos los medios de comunicación y ahora, para más INRI ni siquiera lo hace el EXCELENTÍSIMO AYUNTAMIENTO DE MADRID.
Esta misma mañana me he puesto en contacto, vía mail, con el departamento de medio ambiente, que son los encargados de proporcionar los permisos necesarios, para la utilización en la vía pública de elementos de megafonía. Con estas palabras
A quién proceda:
Muy buenos días, me remito a ustedes para solicitar el permiso de la utilización de elementos de megafonía el Domingo día 24 de Mayo en la Plaza Mayor de Madrid. Y tras solicitar a la autoridad gubernativa el permiso pertinente de concentración. Habiéndonos remitido la misma una resolución aprobando dicho evento, en el cual nuestro interés no es otro que hacer una lectura pública de un manifiesto por la solidaridad y en contra del hambre.
Las expectativas de dicha concentración no son otras que:
Solicitar a nuestros gobernantes, a las organizaciones y a las grandes empresas del mundo, que tomen todas las medidas necesarias para dar fin a esta lacra que afecta a millones de personas en nuestro planeta. Reivindicamos el derecho a una vida digna, y lo más fundamental el derecho a comer.
Adjunto en archivos:
1º Permiso de la concentración.
2º El Manifiesto que será leído públicamente.
Con la expectativa aprueben esta petición, ruego fervientemente que así se haga si procede y se pongan conmigo en contacto con la mayor brevedad dada la proximidad de la fecha.
Contacto:
Juan Antonio Morales Parras, Telf. 646-400-286
Correo electrónico: jamp1978@gmail.com

La respuesta ha sido inmediata, me he asombrado... Han contactado conmigo telefónicamente.
En un tono inflexible, han prohibido el uso de cualquier tipo de elemento a efectos de megafonía para la lectura pública de dicho manifiesto, ni siquiera un simple megáfono... Ya que el mismo día y en el mismo lugar se celebra “EL DIA DEL COCIDO MADRILEÑO” según ellos.
Además me hacían saber que si ese día llegásemos a utilizar CUALQUIER FORMA DE MEGAFONÍA, LAS FUERZAS DE SEGURIDAD DISOLVERÍAN NUESTRA CONCENTRACIÓN...
Por todo lo cual y ante la degradación sin precedentes que ha sufrido nuestro acto, de mutuo acuerdo, Pablo el autor del manifiesto y yo. Hemos decidido desconvocar la concentración ya que pensamos que ésta se merece otro trato.
LA CONCENTRACIÓN Y LA LECTURA DEL MANIFIESTO NO PUEDE SER PROHIBIDA YA QUE ES COMPLETAMENTE LEGAL COMO ASÍ REZA EN EL PERMISO DE DE LA DELEGACIÓN DEL GOBIERNO... PERO SI NUESTRAS VOCES NO SE PUEDEN OIR DE QUE VALE NUESTRO ACTO.
¡NO TODOS SOMOS SOLIDARIOS!
¡NO TODOS ESTAMOS INTERESADOS EN ERRADICAR EL HAMBRE!
PROFUNDAMENTE INDIGNADOS.

13 de mayo de 2009

Manifiesto por la solidaridad

LA LECTURA PÚBLICA DEL MANIFIESTO POR LA SOLIDARIDAD, A QUIEN PONDRÁ VOZ:
PABLO JESÚS GÁMEZ RODRÍGUEZ
AUTOR DEL MANIFIESTO.
SE CELEBRA EL DÍA 24 DE MAYO A LAS 12’00 HORAS DE LA MAÑANA EN LA PLAZA MAYOR DE MADRID
¡ESPERAMOS VUESTRA PARTICIPACIÓN!
POR FAVOR DIFUNDAN ESTE MENSAJE NO CUESTA NADA Y PUEDEN HACER MUCHO BIEN.

COPIA DEL MANIFIESTO POR LA SOLIDARIDAD

QUIENES SOMOS:
Los que suscribimos este manifiesto somos ciudadanos en el pleno uso de nuestros derechos civiles, y titulares de la soberanía popular, de la cual emanan los poderes del Estado.Los firmantes nos dirigimos a todos los ciudadanos del mundo, conocedores de la situación de pobreza, hambre y enfermedad en la que se encuentra gran parte de la población humana en un momento histórico, como el actual, en el que se disponen de los suficientes medios políticos, económicos y científicos que pudieran solucionar estos problemas.Este manifiesto tiene vocación de universalidad, y va dirigido a toda la humanidad, a cada ser humano que habita el planeta, para que tome conciencia de la terrible situación a la que se enfrentan millones de personas y de alguna manera actúe en consecuencia para terminar con esta insostenible situación. Por ello la versión original en español será traducida a diversas lenguas, pues nuestro propósito consiste en hacer oír la voz de la opinión pública en los lugares en las que se toman las decisiones políticas y económicas del mundo.
A QUIÉN NOS DIRIGIMOS:
Nos dirigimos a la clase política gobernante de nuestros países; así como a los más altos mandatarios de las Organizaciones Internacionales, tales como la Organización de las Naciones Unidas, y a los Presidentes y Gobiernos de los países más poderosos económicamente de la Tierra.
LES MANIFESTAMOS:
1.- Que este texto tiene su origen en la constatación de la extrema situación de necesidad y de hambre que sufre una gran parte de la población de la Tierra y en el desigual e injusto reparto de bienes que existe actualmente en el mundo. Entendemos que la ecuanimidad y la armonía en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana, por lo cual es inadmisible que una gran parte de la población mundial tenga que enfrentarse a una realidad tan precaria, a tal grado de injusticia y desigualdad, a tanta hambre, pobreza y desnutrición.
2.- Que consideramos que dicha situación es intrínsecamente perversa y no admisible ni moral ni éticamente, dado que todos los seres humanos nacen libres e iguales. Igualmente, tenemos presente que todos los ciudadanos del mundo tienen esos derechos desde el mismo instante de su nacimiento y no como una promesa futura cuya conquista dependa de la realidad política, social o económica de sus países.
3.- Que defendemos que es completamente injusto, inmoral y un crimen humanitario punible ante los tribunales internacionales y la Historia que, en pleno Siglo XXI, existan seres humanos que pasen hambre en el mundo, y que mueran por ello. Que es un agravante de ese crimen que, existiendo las leyes internacionales suficientes, así como los medios técnicos, económicos y científicos para corregir dicha situación, los que ejercen el poder en el mundo no lleven a cabo las acciones necesarias para solucionar lo que generaciones futuras calificarán de verdadero genocidio en el que serán culpables todos aquellos que, teniendo los medios para solucionar el problema, no los hayan empleado.
4.- Que consideramos que esta injusta situación es contraria al Derecho Natural, a los Derechos Humanos y a las normas de la más elemental ética, y entendemos que ha llegado el momento de que la voz de la opinión pública exija de sus gobernantes el final de tal estado de cosas.5.- Que el presente manifiesto no es un manifiesto utópico; y que tampoco es un manifiesto político, ni se pretende con el mismo la instauración de un nuevo orden político o socio-económico mundial, ni ningún menoscabo del tejido empresarial, sanitario y social del mundo desarrollado, sino la más elemental justicia con los desfavorecidos.
POR TODO ELLO, EXIGIMOS A NUESTROS GOBERNANTES:
1.- La adopción de medidas inmediatas y urgentes para paliar tal situación de hambre, enfermedad y desnutrición en el tercer mundo. Consideramos que tales medidas no constituyen una utopía, sino que son perfectamente viables y posibles.
2.- Mantener el compromiso de cumplir los Objetivos del Milenio que, establecidos por Naciones Unidas en el año 2000, definen los principios a los que ha de ajustarse la actuación de los países y del sistema económico internacional para superar, con el horizonte fijado en 2015, las injusticias que aquejan a la humanidad.
3.- La realización de acciones solidarias sistemáticas con los países más desfavorecidos y que se establezca un orden lógico y humano de prioridades en la política económica, con proyectos inteligentes que creen riqueza y puestos de trabajo en los países afectados, facilitando un desarrollo sostenible y un progreso que les ayude a la consolidación de una red sanitaria, económica y social estable que haga posible el retorno a una situación de partida igualitaria.
4.- Que se tomen las medidas necesarias para que los países ricos destinen una parte de sus presupuestos a la creación de riqueza, de empresas y de fuentes de trabajo en los países afectados; así como la adopción de un acuerdo internacional, que debería subscribirse en la ONU de obligado cumplimiento para los países desarrollados.
5.- La implantación de un código ético que regule la estrategia de las empresas multinacionales, así como la eliminación de los paraísos fiscales y la aplicación de la tasa Tobin, ú otra similar, a las transacciones comerciales internacionales, que permita crear un fondo de solidaridad gestionado por Naciones Unidas.
6.- No aceptaremos simples declaraciones de principios que no se traduzcan en políticas concretas. En definitiva, APELAMOS al sentido de la generosidad y humanidad de todos, y fundamentalmente de la clase política internacional económicamente poderosa.Desde la tierra que espera y cree firmemente en la Solidaridad que construya un mundo mejor y más justo, a 30 de enero de 2009.

17 de abril de 2009

Inteligencia superior

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Hace siglos que buscamos incesantemente pruebas de vida en otros planetas. Vida inteligente, por supuesto; de nada nos serviría saber que en tal o cual planeta o asteroide hay seres unicelulares o moléculas de ciertos elementos que, tal vez, en caso de darse casualmente las condiciones propicias, en unos cuantos milenios podrían dar lugar a ciertas formas básicas de vida microscópica. Se sabe a ciencia cierta que entre los miles de millones de cuerpos celestes del universo conocido alguno de ellos alberga vida digna de ser considerada como tal, y las probabilidades de que en uno de cada millón haya vida inteligente son lo suficientemente alentadoras para dedicar a este proyecto todos los recursos necesarios.
Al principio fueron señales de ondas lanzadas al infinito con la esperanza de que alguna de ellas llegara a buen puerto, pero tras una muy larga espera sin resultados los científicos expertos en la materia llegaron a la conclusión de que en caso de ser recibidas por algún ser capaz de descifrarlas y responder de la misma forma, no llegaría nada a nuestro planeta antes de varias generaciones, de modo que se redoblaron los esfuerzos por desarrollar la tecnología necesaria para facilitar nuestra tarea. Se invirtieron grandes riquezas y se explotaron los recursos naturales necesarios para lograr lo imposible, y tras años de abnegada dedicación vió la luz el resultado del esfuerzo conjunto de científicos, médicos, genetistas y militares: una nueva raza mejorada, apta para la supervivencia en condiciones extremas y medios hostiles. Los primeros ejemplares no resultaron todo lo bien que cabía esperar; algunos de ellos eran extremadamente violentos y no hacían distinción entre amigo o enemigo, por lo que tras varios percances desagradables oportunamente silenciados, fueron exterminados. Otros desarrollaron extrañas mutaciones que los incapacitaban para la tarea requerida; carecían de ojos, oídos o piel, por lo que hubo que refinar una y otra vez el proceso hasta obtener la criatura perfecta, capaz de matar si la situación lo requería sin titubear una milésima de segundo, con una capacidad analítica y una memoria superior en cien veces a la media habitual, reflejos agudísimos, y un metabolismo adaptable al entorno, por lo que podía pasar días o incluso semanas sin probar alimento ni líquido. Capaz de sobrevivir tanto a temperaturas bajo cero sin refugio como al calor abrasador de las estrellas más cercanas a los soles, su piel era un perfecto mecanismo de guerra. Mimetizaba a voluntad todo aquello que le rodeaba, tanto en aspecto como en olor, sonido o densidad, proporcionando así la mejor estrategia para el ataque o el camuflaje. Inmune a todos los microorganismos conocidos, era perfecto, y una vez probada su eficacia y corregidos los eventuales fallos, se crearon en masa con la intención de enviarlos a explorar el universo en busca de seres de inteligencia superior y en todo caso, colonizar nuevos planetas deshabitados para su futura transformación.
Durante décadas las naves exploradoras recorrieron el universo de cabo a rabo buscando signos de vida, casi siempre con resultados desalentadores. Moléculas, bacterias, fósiles antiquísimos de seres diminutos, lo que se hallaba daba muy poco lugar para la esperanza. Empezamos a temer que tanto despliegue y tanto derroche de medios en la campaña hubiera sido en vano. Era como si estuviéramos barriendo cada rincón del universo en busca de una joya perdida y lo único que encontrásemos fuera un montón de polvo inútil. Hasta que una de las naves que había llegado a una galaxia perdida más allá del límite de lo imaginable recibió una débil señal. Inmediatamente se decretó la alerta y todas las naves disponibles se reunieron en aquel lugar, y tras analizarla por todos los medios posibles lograron descifrar el contenido de aquella remota señal. Era un mensaje de presentación de una raza a todas luces inteligente, y en ella se describían datos como la composición de su atmósfera, su suelo, y la biología de sus habitantes. Parecía por su composición una tarjeta de presentación con una invitación formal a ser visitados por quienes la recibieran, de modo que tras informar a los altos mandos de la situación se procedió a la preparación del destacamento exploratorio. En primer lugar descendería un tercio de la flota disponible, en total unas trescientas naves ocupadas cada una por ciento cincuenta exploradores, y una vez establecido un primer contacto y comprobado la actitud no hostil de sus habitantes, se procedería al descenso de la flota completa, tras lo cual se sentarían las bases de un intercambio cultural y tal vez comercial con aquella civilización.
Las primeras naves atravesaron sin dificultad la barrera térmica del planeta y comenzaron a planear sobre la superficie, en busca del punto de origen de la señal recibida. Pero mientras los localizadores de a bordo intentaban sin éxito localizar un lugar concreto, un resplandor deslumbrante seguido de un ruido ensordecedor les advirtió de la colisión de un objeto contra el escudo de protección. De pronto el cielo se convirtió en una pesadilla de explosiones y fuego que parecían surgir de la nada y estar en todas partes al mismo tiempo. Los escudos resistían perfectamente, y pronto no quedó duda de que aquellos objetos de origen mecánico procedían de diversas zonas del planeta. Tras evaluar la situación desde todos los puntos posibles se llegó en segundos a una clara conclusión: era un ataque a gran escala, y la tripulación estaba genéticamente programada para responder en caso de ataque. En cuestión de minutos la superficie del planeta se convirtió en un infierno. Los haces de energía disparados desde las naves destruían todo en un radio de varios kilómetros, y el resultado de los miles de disparos combinados elevó la temperatura del aire al extremo de quemar a todo ser vivo por dentro al inhalarlo. El humo ascendía en grandes nubes cubriendo por completo el planeta como una segunda atmósfera, y pronto la superficie quedó reducida a cenizas. Ni la más resistente de las bacterias podía haber sobrevivido al holocausto.
Una de las naves se posó sobre los ardientes restos de lo que hasta hacía unos minutos era un bello planeta verde y azul rebosante de vida, y tras abrirse la escotilla de seguridad una de aquellas criaturas exploradoras salió al exterior, sin que su organismo se alterase lo más mínimo ante las condiciones imperantes. Tras ella salieron el resto de los tripulantes, y con objeto de presentar un informe lo más exhaustivo posible sobre el incidente recorrieron palmo a palmo una amplia extensión, en busca de cualquier cosa que hubiera salido indemne del ataque. Al cabo de un rato uno de ellos se inclinó y recogió del suelo un extraño objeto que lo dejó perplejo, y tras una minuciosa inspección no pudo evitar preguntarse porqué una raza capaz de crear réplicas de ellos mismos a tamaño reducido y en un material duro e inanimado, con ojos de cristal, cabellos artificiales y una expresión facial tan detallada, después de tomarse la molestia de enviar una señal al espacio exterior en busca de otros seres inteligentes, cuando por fin recibían la visita de aquellos a quien evidentemente habían invitado, respondían con la violencia sin la menor provocación. Seguramente los expertos en vida alienígena lo estudiarían a conciencia durante milenios, pero tal vez el hecho de caminar sobre dos piernas y tener un solo cerebro demostraba que, en realidad, no eran tan inteligentes como parecían. Después de todo, nadie capaz de vivir en torres de hormigón que rozaban el cielo podía considerarse un ser mentalmente desarrollado.


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8 de abril de 2009

Ssshhh...



Me gusta el silencio. Me encanta. Es más, podría decirse que de entre todas las cosas del mundo es la que más aprecio, sin la que no podría pasar. En estos tiempos que corren, en los que el ruido se ha convertido en algo tan habitual que ya ni lo advertimos la mayor parte del tiempo, el silencio es un lujo que no todo el mundo se puede permitir, y tampoco es algo con lo que cualquiera pueda convivir. La mayor parte de la gente que conozco tienden a romper el silencio como si se tratase de algo incómodo o molesto; siempre hay que tener un mínimo de ruido alrededor, sea la tele para no sentir la casa tan vacía, la radio en el dormitorio para hacernos compañía mientras caemos en brazos de Morfeo, las voces de aquellos que nos rodean para sentir que pertenecemos a algo más grande que una unidad...si estamos en grata compañía y la conversación decae por unos segundos, no pasa mucho tiempo antes de que alguien diga algo, aunque sea eso tan manido de "ha pasado un ángel...", simplemente por romper ese silencio que al instalarse crea un sentimiento de intranquilidad, como si estuviera mal visto no hablar delante de otra persona. Es como si en el silencio se corriese el peligro de prestar atención al propio pensamiento, y con ello se abriese el paso a ciertas ideas que es mejor no dejar salir a la superficie.


Yo disfruto del silencio. Nada me gusta más que pasar largo rato en el silencio casi absoluto, y digo casi porque ni en el lugar más silencioso del planeta existe un silencio total. Mi idea del paraíso es un lugar apartado de la civilización donde por toda compañía tuviera el sonido del aire entre las hojas de los árboles y el rugido de la rompiente del mar, o en su defecto el susurro cantarín de un río. Ni una voz, ni el ronquido de un motor, ni siquiera la música, nada que interrumpa el fluir de mis pensamientos. Tal vez porque hace mucho tiempo ya que me reconcilié conmigo misma y con mis ideas y no temo la soledad, o porque desde siempre he tenido un ramalazo antisocial que me ha hecho buscar mi propia compañía por encima de la ajena, el caso es que las multitudes me agobian, el ruido constante me molesta y llega un momento en el que me saturo. No es que no me guste la compañía, ni mucho menos. Pero de vez en cuando necesito un momento de aislamiento, una burbuja mía y solo mía donde nadie más pueda asomarse, donde sólo oiga mis pensamientos y pueda así poner en orden mis ideas.
Y escuchar atentamente el susurro de las musas.

27 de marzo de 2009

Evolución




Bajo las cálidas aguas de color púrpura se adivinan formas gigantescas que surcan los océanos engullendo por toneladas todo aquello que encuentran a su paso. A miles de metros bajo ellas extrañas formaciones rocosas se elevan desde el suelo buscando la superficie como si temieran morir asfixiadas bajo la líquida inmensidad, y en realidad así es. Aunque a simple vista puedan parecer rocas estériles, están vivas. Cada año que transcurre desde su nacimiento en los fondos abisales crecen unos centímetros, con el ansiado objetivo de alcanzar la superficie para reproducirse al aire libre y seguir creciendo eternamente. La enormidad de las torres que emergen bajo el cielo da una idea aproximada de la antigüedad de aquellas aguas, en las que millones de especies han surgido para extinguirse bajo la colosal presencia de los únicos testigos del comienzo de los tiempos. La quietud de la superficie se ve alterada únicamente por la estela de unas estrechas embarcaciones que surcan las aguas arrastrando redes a lo largo y ancho del océano, en busca del preciado alimento con el que llenarán sus estómagos los osados pescadores y sus familias. Las barcas son inusualmente estrechas y ligeras, y en su interior no hay espacio para mucha carga, pero es la única opción si se quiere pasar lo más desapercibido posible al invadir el territorio de los grandes depredadores marinos a los que deben arrebatar parte de su alimento para subsistir. En ese mundo líquido no hay muchas opciones, las lejanas montañas no ofrecen ninguna oportunidad con su tierra demasiado alcalina para pisarla siquiera, la comida proviene únicamente del mismo lugar donde habita el peor enemigo del resto de las especies, el único superviviente desde que la vida brotó en aquel medio hostil. Las formaciones rocosas albergan entre sus recovecos huecos y salientes en los que refugiarse e incluso crear algo parecido a un hogar. No se pueden guardar muchas posesiones, pues cíclicamente se suceden terribles tempestades que arrasan con todo, y sólo aquello que esté amarrado a la roca no desaparece arrastrado por los vientos. Tan arduas condiciones de vida han dado lugar a la supervivencia de los más aptos; árboles milenarios que se aferran al suelo con raíces tan gruesas con un hombre adulto y desafían la erosión sirven para construir embarcaciones que ni siquiera necesitan ser impermeabilizadas, pues la madera que proporcionan ha ido evolucionando hasta ser inmune al agua que los rodea. El agua potable procede de la lluvia, y es almacenada en grandes huecos tallados en la roca y cubiertos con pesadas planchas de madera para proteger los pozos de la suciedad y los ladrones alados o reptantes que no pierden ocasión para hacerse con alimento y agua a costa de otros. Cuando llega el ocaso los víveres robados al mar durante el día son almacenados entre grandes montones de sal proveniente de la evaporación del agua marina, y todas las posesiones se guardan en el fondo de las grutas, tras lo cual los habitantes proceden a cubrir las entradas con enormes bloques de piedra tras cerciorarse de que nadie se quede fuera. Cuando el sol se oculta tras el horizonte, el silencio lo invade todo y la más absoluta soledad se apodera del exterior, con la única excepción del rumor de las olas contra las rocas y el ocasional bramido de las bestias marinas en celo, llamando a las hembras con lamentos tan desgarradores que ponen los pelos de punta. Sólo queda esperar un nuevo día...

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23 de marzo de 2009

Un día perfecto

La nieve cae con fuerza tras el ventanal, formando caprichosos remolinos en el aire cuando el viento arrecia en furiosas ráfagas. Aquí, en este despacho del piso 58, me siento como en una burbuja, a salvo de la terrible tormenta invernal que azota este lado del país desde hace unos días, inclemente y furiosa, sepultándolo todo bajo metros de nieve que rápidamente se transforma en hielo. Por un momento tengo la curiosa sensación de estar en una de esas bolas de cristal que cuando se agitan muestran un paisaje nevado, solo que en este caso es a la inversa, yo estoy dentro de la bola y el paisaje exterior no es precisamente de cuento navideño, sino más bien una película de terror con un final nada feliz, a juzgar por el transcurrir de los acontecimientos desde que sonó el despertador esta mañana. Sentada en la incómoda silla que me machaca las lumbares soy apenas consciente del rapapolvo que recibo por parte de la jefa del departamento, una estúpida pretenciosa que ha llegado hasta este despacho en la última planta gracias a un padre con más influencias que cualquier político en el poder, y a una total falta de escrúpulos que la convierten en la persona ideal para el puesto, a pesar de no ser capaz de encontrar su propio culo ni aunque le pongan un mapa detallado delante de su nariz retocada en serie por el más caro de los cirujanos plásticos. Apenas percibo sus palabras, como si me llegasen a través de una gruesa capa de espuma, mezcladas con el adormecedor zumbido del aire acondicionado. Mi mirada se posa sobre un precioso pisapapeles de cristal, uno de los carísimos caprichos que la arpía recibe de los aduladores ansiosos de ganarse su favor y escalar enganchados a su chepa. Es un cubo transparente de cristal de Murano del tamaño de un cubo de Rubik, y en su interior hay una delicada libélula de alas multicolores en las que brillan pequeños diamantes, y cuyos ojos son dos diminutos rubíes. Mientras miro fijamente los relucientes ojos de esa libélula de lujo, me siento extrañamente ausente, como en trance, y los acontecimientos de este día van pasando como una presentación de diapositivas, la primera de las cuales me muestra a mi novio con una taza de café recién hecho en una mano mientras me explica porqué ya no soporta más mi irritante compañía y ha decidido volver a vivir con sus seniles abuelos, quienes a pesar de no tener un control total sobre sus funciones corporales son mejor compañía que yo. A continuación me veo a mí misma agachada junto a la rueda de mi coche intentando en vano hacer girar los tornillos congelados para cambiarla, mi falda manchada de grasa negruzca y el tacón de mi zapato derecho partido en dos, zapato que junto a su pareja me costó los ahorros de medio año, pues para entrar a trabajar en una empresa de tal prestigio se exige una apariencia acorde con el nivel económico de sus clientes. Veo pasar un taxi tras otro sin detenerse a pesar de ser evidente mi situación desesperada, me veo caminando por la acera congelada, con el frío calando tan hondo a través de mi abrigo que ya ni siento mi cuerpo, me veo resbalando al llegar a la entrada del edificio de oficinas y cayendo sobre mi trasero, al mismo tiempo que oigo el crujido de mis vértebras al chocar contra el suelo. Me veo deslizándome a hurtadillas en el ascensor con la esperanza de no ser vista antes de llegar a mi mesa, esperanza por supuesto vana, pues justo una décima de segundo antes de cerrarse las puertas, el presidente de la compañía entra y me da un repaso completo, con evidente desaprobación, diría más, con la misma repulsión con la que miraría a una cucaracha flotando en su café. Soporto estoicamente su manifiesto desprecio, y al llegar a la planta 58 salgo al descansillo suplicando al diablo que no sepa quién soy, petición no escuchada pues nada más llegar a mi cubículo veo a la arpía de pie junto a mi mesa, golpeando impaciente el suelo con la punta de sus zapatos hechos a medida con la piel de algún animal en vías de extinción. Me arrastro tras ella hacia su despacho con vistas a la mejor zona de la ciudad, y me siento en la dura silla de respaldo recto frente a su sillón ergonómico y con vibromasaje, y soy vagamente consciente de que me acaba de poner de patitas en la calle, sin considerar los años de abnegada dedicación al trabajo, ni las noches interminables ultimando detalles para que ella se llevase el mérito al llegar por la mañana descansada, fresca y tersa tras dormir envuelta en placentas de cordero y desayunarse con sangre de vírgenes doncellas. Soy levemente consciente de haberme puesto en pie sobre mis pies horriblemente doloridos al entrar en reacción con el calor de la oficina, haber hecho oídos sordos a su furiosa voz ordenándome sentarme, haber cogido con mi mano insensible el valioso pisapapeles y haber mirado fijamente la libélula, y de repente veo con sorpresa cómo esa bella criatura manipulada para complacer a una bruja me guiña uno de sus ojos de rubí y mueve sus alas produciendo un susurro parecido a una palabra. Acerco el cubo a mi oído y a pesar de los gritos airados llamando a seguridad, oigo claramente el sonido que brota de las alas de la libélula; una sonrisa triunfal se dibuja en mi cara mientras, obedientemente, estampo el pisapapeles en la cabeza de esa pécora, y mientras los fragmentos de cristal manchados de sangre caen sobre la moqueta de un blanco inmaculado, la libélula sale volando y atraviesa el ventanal cerrado a cal y canto.
Por fin es libre, y yo también.
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18 de marzo de 2009

Vergüenza ajena


Cada vez estoy más harta de ver cómo el mundo se va a la mierda, y no me refiero solo al calentamiento global ni a la extinción de ciertas especies; la mayor y más preocupante de las extinciones es la del género humano, o al menos una parte de él que no por permanecer en las sombras de la pobreza y la desigualdad es menos importante. Cada día muere un número impensable de personas, gente como yo misma o cualquiera de los que me rodean, de hambre, de miseria extrema, de enfermedades fácilmente tratables con un mínimo de medios económicos; mueren víctimas de la injusticia. Cualquiera de nosotros podría haber tenido la horrible desgracia de nacer en esas condiciones. Nadie escoge dónde nacer ni bajo qué regimen político vivir explotado y morir ignorado.

Hace unos meses sentí el colmo de la indignación al ver en todos los medios la inauguración de un complejo residencial y hotelero en uno de esos países donde los mandamases tienen Rolls Royces de oro y plata y palacios más grandes que una aldea entera. No podía dar crédito al ver a toda esa horda de personajillos, políticos, actores, millonarios, gente con poder e influencias, disfrutando de una fiesta de inauguración con cuyo presupuesto se podría haber erradicado el hambre en el mundo entero. Fuentes que en vez de agua derraman champán helado, un menú exclusivo para sibaritas valorado en una fortuna, fuegos artificiales que se podían ver desde el espacio...¿acaso querían impresionar a alguien ahí arriba? Y en esos mismos momentos, miles de seres humanos muriendo víctimas de la hambruna, la sed, las epidemias...se me revuelve el estómago.

Por mucho que los ciudadanos de a pie hagamos, por mucho que contribuyamos con nuestro granito de arena, mientras quienes de verdad tienen el poder y el potencial económico para hacer algo verdaderamente útil, de poco sirve. Pero un poco es mejor que nada, una voz al viento es mejor que el silencio absoluto. Así que si alguno de vosotros tiene ganas de gritar, pinchad en este enlace y uníos a este puñado de voces, que poco a poco cada vez somos más numerosas y nos hacemos oír.

http://byjamp.blogspot.com/2009/03/el-polo-opuesto-de-la-globalizacion.html

17 de marzo de 2009

Raíces

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Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que crucé estas puertas, cargada con esas maletas que contenían toda mi vida, el corazón expectante y el estómago encogido por la incertidumbre al dejar atrás un pasado que me pesaba demasiado. Cuando dí el primer paso hacia el interior, tuve la extraña sensación de encontrarme en casa; la luz del enorme vestíbulo no era desconocida a mis ojos, el crujido del suelo de madera y el susurro del viento que hacía ondear las cortinas eran como una vieja melodía largo tiempo olvidada, incluso el olor a lavanda que impregnaba cada rincón de la vieja casona me reconfortó como el regazo de una madre amorosa. Mis pasos resonaban en las habitaciones desiertas mientras la recorría por entero, reconociendo cada detalle; las vetas en la madera del pasamanos en la escalera de caracol que lleva al ático, el intrincado dibujo del mármol en las columnas de la terraza, el brillo deslumbrante del lago al atardecer colándose por los ventanales, todo me era familiar, pese a saber con certeza que nunca antes había estado allí. Cuando entré en la que desde aquel día sería mi habitación todos los temores y dudas se desvanecieron como por arte de magia. Estaba en el lugar correcto, por fin después de tantos años de vagar sin rumbo, perdida y desorientada había encontrado mi hogar. Esa noche por primera vez en mucho tiempo dormí sin sobresaltos, arropada por aquella casa que me daba la bienvenida entre kilómetros de campos en flor, acunada por el canto de los grillos.

Han pasado muchas décadas desde aquel día en el que el destino me llevó a las puertas del resto de mi vida; en este tiempo he soñado, llorado, reído, amado, he hablado por los codos cuando las palabras amenazaban con salir a borbotones y he callado cuando no tenía nada que decir, he descubierto más sobre la vida de lo que nunca hubiera imaginado, pero lo que no he hecho nunca, ni una sola vez, ha sido lamentarme de ninguno de los momentos vividos aquí, en mi hogar, donde las puertas jamás están cerradas.



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11 de marzo de 2009

Sed de sangre

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Su vida anterior era un inmenso vacío en su memoria. Ninguna de las personas con quienes compartió aquellos primeros años existía para ella, ni guardaba recuerdo alguno de la niña que fue alguna vez, ni de los supuestamente tormentosos años de adolescencia, y del mismo modo sus años de juventud no tenían para ella mayor valor que el de un grano de arena arrastrado por la marea al fondo del mar. Ignoraba si alguna vez amó a alguien, si llegó a formar una familia y sus brazos acunaron a un pequeño ser nacido de sus entrañas. Tal vez en alguna parte alguien la echaba de menos y lloraba su ausencia, pero de ser así ella nunca lo sabría. No tenía raíces pues no recordaba el lugar donde vino al mundo por primera vez. Su vida real había comenzado una noche de luna llena en aquel edificio en ruinas donde despertó con un extraño hormigueo en las venas y un ansia irrefrenable que la llevó a recorrer las noches sin descanso en busca de alimento.
Desconocía el significado de la piedad, y se servía igualmente de pequeñas criaturas confiadas que escapaban a la vigilancia de sus progenitores como de adultos en excelentes condiciones pero sin la menor posibilidad de salvación. Disfrutaba acechándolos entre las sombras, saboreando anticipadamente el momento en que sus colmillos se acercarían despacio a sus palpitantes cuellos, sin prisa por saciar una sed insaciable en realidad, postergando el momento al máximo para aumentar el placer al máximo y llegar al clímax de la satisfacción justo en el instante en que atravesase la carne y sus labios recibieran las primeras gotas de sangre caliente. Recorrió el mundo entero cazando de noche y descansando de día, sin relacionarse con ningún otro de su especie ni de ninguna otra. No necesitaba compañía y la posibilidad de compartir sus presas no era una idea que la atrajese, de manera que durante varios siglos permaneció en la más absoluta soledad.
Poco a poco la satisfacción de la caza se iba mitigando, el mero acto de beber ya no era suficiente, y ese oscuro rincón de su interior donde habitaba el placer obtenido, se iba convirtiendo en un páramo desierto y helado. Día tras día, el vacío crecía y lo devoraba todo. Por mucho que buscaba, no encontraba ninguna víctima digna de sus exigencias, y empezó a cuestionarse su extraña naturaleza. Dejó de cazar; se sumió en un estado de apatía del que nada podía sacarla, ni siquiera el olor de la sangre de las presas más tiernas y jóvenes, con su promesa de belleza e inmortalidad.
Una noche sin luna, mientras vagaba por las calles desiertas, se tropezó con un vagabundo escondido bajo unos cartones, semiinconsciente por el frío y la borrachera de licor barato. Se detuvo frente a él, y tras contemplarlo un instante, hizo un esfuerzo por sobreponerse a su apatía y saciar la sed que no sentía, pues sus fuerzas estaban mermando claramente, poniendo en peligro su supuesta inmortalidad. Se arrodilló a su lado, cogiendo con suavidad la cabeza del pobre hombre entre sus manos, para girarla y exponer el demacrado y sucio cuello. En ese momento reparó en las heridas que cruzaban su pecho, manchándole la camisa de sangre aún tibia. Movida por la curiosidad, separó de un tirón los jirones que cubrían apenas un torso desollado, con jirones de carne expuestos. Sin sentir la menor curiosidad por la causa de las heridas, e ignorando los gemidos de dolor del infortunado, pasó la yema de su dedo índice por una profunda herida situada sobre el esternón, y lentamente, lamió la sangre recogida. Tenía un gusto diferente, amargo, fuerte, como el humo proveniente de la incineradora a las afueras de la ciudad, repugnante pero al mismo tiempo fascinante, y con un ansia cada vez mayor, fue arrancando pedacitos de carne para lamer la sangre de su superficie. Entonces quedó a la vista el corazón, apenas protegido por un ridículo armazón de huesos quebradizos, que no opusieron resistencia a sus manos habituadas a matar. Los agónicos aullidos del vagabundo se perdieron en la oscuridad del callejón, sin que nadie los oyera, ni siquiera su verdugo, pues la excitación por lo que estaba a punto de ocurrir hacía rugir la sangre en sus oídos, borrando para sus sentidos todo lo que no fuera ese músculo palpitante, cálido y resbaladizo. Hundió la mano entre los huesos astillados, y de un solo tirón, arrancó el corazón de lo que ya sólo era un bulto gimiente y sin salvación.
Nunca ha habido bocado más exquisito, ni placer más insoportable que aquel primer mordisco a la carne aún viva; es sabor recién descubierto se impregnó en lo más recóndito de su cerebro, despertando un instinto mucho más fuerte y primigenio que la sed de sangre: la posesión del espíritu del hombre devorado.

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10 de marzo de 2009

Un último beso


En la penumbra, te observo. En pocas horas me dirás adiós, y mientras nuestros caminos se separan definitivamente, intento imaginar cómo podré volver a caminar por las calles que recorrimos juntos, cómo haré para respirar el aire que ahora siento escapar fuera de mí, de qué forma lograré recomponer mi alma, rota en mil pedazos.
Me acerco a la ventana, con sigilo; no quiero despertarte, no vayas a apresurar tu partida, y a través de las cortinas miro el cielo radiante, los pájaros revoloteando entre los árboles, los niños jugando en el parque, la gente caminando, nadie sospecha que el mundo nunca volverá a ser como ahora. Nada será nunca igual, los colores van perdiendo su brillo, los sonidos se van apagando, la luz se vuelve difusa.
Vuelvo a tu lado, e intento grabar en mi memoria cada detalle: el pliegue de tu codo, la forma de tus dedos, el ritmo de tu respiración, la curva de tu espalda...Quiero llenarme de tu recuerdo, pues sé que, muy pronto, no habrá nada más.
Abres los ojos y me sonríes, como un niño confiado sin miedo al futuro, y me susurras promesas vacías, me cubres de besos sin sentido, abrazas mi cuerpo como si te perteneciera, y me ahogo, no puedo respirar; te regalo un último beso y salgo de la habitación, antes de hundirme por completo en tu abismo.

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8 de marzo de 2009

Se hace saber...

Inauguro hoy una nueva costumbre que espero mantener aunque a veces no me resulte fácil. Muchas veces me he sentido tentada de responder a vuestros comentarios, pero entre que voy muy pillada de tiempo y que soy una despistada crónica para ciertas cosas, y si no las hago al momento pasan a mejor vida en un universo paralelo donde se amontonan mis olvidos inintencionados, nunca me he puesto a ello. Pero como soy de esas personas a las que si les das una idea convincente no paran de darle vueltas hasta hacerlas realidad, sólo ha hecho falta un empujoncito por parte de un amigo curioso para poner el mecanismo en marcha, así que a partir de ahora voy a hacerlo, o al menos intentarlo siempre que me sea posible.
Chache, como ves, nuestra recién nacida amistad ya va dando sus frutos, y sin saberlo has tocado uno de mis puntos clave: si se me ordena hacer algo, lo único que se saca de mí es una rotunda negativa a la que me agarraré como a un clavo ardiendo simplemente por puro amor propio, pero basta que me lo sugieran así como quien no quiere la cosa, y en menos que canta un gallo estará hecho. Qué le voy a hacer, los Sagitario somos así...

Hasta allí del 8 de marzo

No puedo más. Tengo que decir algo al respecto o reviento, así que como no tengo ninguna gana de pasarme la mañana del domingo limpiando los restos de la masacre, me voy a quedar ancha diciendo cuatro cosas.
8 de marzo, día mundial de la mujer (¿trabajadora?)
De repente tengo la bandeja de entrada saturada con PPS muy bonitos, floridos y con una música de fondo de esas dulzonas que, lo siento mucho pero a mí me ponen atacada. Que si las mujeres valemos mucho, que si un mundo sin mujeres sería una mierda, que si cuando Dios quiso hacer el mundo perfecto creó a su obra maestra, la mujer, blablabla...
Vamos a ver; las mujeres ya sabemos lo mucho que valemos y de lo que somos capaces; somos perfectamente conscientes de nuestro privilegio a la hora de contribuir a la continuidad de la especie, de hecho nuestro cuerpo se encarga de recordárnoslo con regularidad y las que hemos tenido la suerte de llevar vida en nuestro interior sabemos muy bien lo que significa traer un nuevo ser a este mundo; tenemos un potencial enorme que nos hace capaces de llevar una casa, criar hijos, ocuparnos de nuestra pareja, mantener a toda la familia limpia y con la ropa bien planchada, todos bien alimentados y felices y además muchas curramos también fuera de casa. Pero eso no nos convierte en una especie superdotada que por ser capaz de hacer varias cosas al mismo tiempo debe mirar por encima del hombro al resto de la humanidad, o sea al hombre. Está muy bien que se haya avanzado enormemente en la igualdad de ambos sexos, al menos en ciertas zonas del planeta y hasta cierto punto, pues aún quedan muchísimas barreras que derribar, pero lo del día de la mujer siempre me ha olido bastante a feminismo. Porque una cosa es querer que se nos mida a todos por el mismo rasero, y otra muy distinta pretender compensar siglos de infravaloración intentando demostrar que ahora, nosotras somos mejores que ellos, y deberían entregarnos el poder del mundo.
Hay cosas que nunca cambiarán, y de hecho no deben cambiar, porque si un día descubriéramos que hombres y mujeres pensamos y sentimos igual, y ya no existiría la tan traída guerra de sexos, sinceramente, la vida sería insoportablemente aburrida. Somos diferentes, es así y nada lo va a cambiar, pero hay algo en lo que sí somos iguales; somos todos humanos. Y esa es la única igualdad por la que se debe luchar, del mismo modo que se lucha por la igualdad entre razas, credos u orientación sexual. La historia nos demuestra constantemente que mientras haya una sola persona que se crea superior al resto e intente convencer u obligar a los demás a ser como él, nunca podremos convivir en paz. Da lo mismo si es un grupo religioso o político que en su fanatismo asesina a quienes no profesan su misma fe, heterosexuales con ganas de linchar a todo aquel que sea capaz de amar a alguien de su mismo sexo, blancos, negros, judíos, orientales, musulmanes, todos queriendo ser la raza dominante...¿acaso no es bastante, que también tenemos que desear derrocar al macho a favor de la hembra?
Personalmente me lo paso en grande cuando nos juntamos un grupo de amigas y ponemos a caer de un burro a nuestros compañeros, pero sin más, es algo divertido que no hace daño a nadie que nos permite descargar frustraciones inevitables que surgen en la convivencia diaria, pero nunca se me ocurriría organizar una reunión de mujeres descontentas para acorralar maridos y convertirnos en unas nuevas amazonas. Y esa es la sensación que tengo cada vez que lega el 8 de marzo. Veo a una multitud de mujeres que dicen luchar por la igualdad, pero que en realidad lo que desean es la supremacía, y me dan escalofríos.
No me gustan los "días de...", para mí cada día es igual de importante a la hora de luchar por las causas realmente importantes, pero celebraré con gusto cuando proclamen "el día de la humanidad".
He dicho.

7 de marzo de 2009

La última esperanza de la humanidad


Día 1

Esta mañana me he despertado como todos los días, acordándome de los ancestros del maldito despertador cuando me ha sacado de un delicioso sueño en el que, aunque no recuerdo todos los detalles, me lo estaba pasando de vicio con ese morenazo de ojos verdes que me vuelve loquita; sólo recuerdo claramente que estábamos junto a un acantilado, que él llevaba una faldita de lo más sugerente y cerca de allí había una pila de cuerpos mutilados revueltos con cascos, escudos, espadas y diversos atuendos exóticos. Curiosamente mi sueño tenía un desacostumbrado tono sepia, lo que me hace sospechar que me he pasado una buena parte de la noche en el paso de las Termópilas, siendo la protagonista de mi propia película, aunque nunca sabré si tenía un final feliz por culpa del zumbido que me ha dejado caer de sopetón en la realidad. Para colmo de males me duele horrores la garganta, creo que he pillado otra vez esa faringitis de la que no consigo librarme últimamente y que me hace ir por la vida como una zombie, siempre medio grogui por esas décimas perpetuas de fiebre. Casi me ahogo intentando tragar un par de aspirinas antes de meterme en la ducha, bajo el chorro de agua casi hirviendo, que es la única forma de despejarme que conozco. Al que se sacó de la manga eso de que no hay nada como una ducha fresquita por las mañanas, deberían lincharlo en público, y yo estaría en primera fila para dejarle bien clarita mi opinión al respecto. Una vez recuperado un mínimo de consciencia gracias a un café bien cargado he cogido mis cosas y he salido a la calle, arrastrando los pies de camino a ese trabajo que aborrezco con todas mis fuerzas pero que me permite pagar el alquiler y las facturas, y comer algo medio decente de vez en cuando.
He recorrido varias manzanas antes de caer en la cuenta de lo vacías que estaban las calles, sin ningún coche circulando por la normalmente abarrotada carretera; las aceras desiertas devolvían el sonido de mis tacones amplificado escandalosamente, por lo que durante un momento me he sentido un tanto avergonzada, como cuando en medio de un auditorio suena un móvil y todo el mundo se gira para mirar quién es el desgraciado que ha pasado de apagarlo antes de entrar. No entiendo nada. ¿Es domingo y yo estoy tan perdida con respecto al calendario que no sé ni en qué día vivo? Pero eso no explica la ausencia de gente; incluso un domingo a primera hora de la mañana hay corredores haciendo su circuito habitual por el parque, algún que otro madrugador comprando el pan y el periódico, y nunca faltan los últimos jóvenes de regreso a casa tras una larga noche de fiesta. Una huelga general, eso es. Todo el mundo está en sus casas sin atreverse a salir por si hay piquetes o incidentes con la poli, pero entonces, ¿dónde están los coches patrulla? Mierda, no entiendo nada…Creo que me voy a dar la vuelta y me voy a meter en la cama otra vez, a ver si con un poco de suerte esto es un mal sueño y cuando me despierte de verdad todo está como antes.


Día 4

Nunca pensé que diría esto, pero echo de menos a mis compañeros del trabajo. Peor aún, echo de menos a mi jefe, un cretino integral a quien sólo con verle la cara de cerdo babeante mientras me mira las tetas e intenta sobarme el culo cada vez que paso por delante suyo se me sube el desayuno a la garganta. Daría cualquier cosa por ver a alguien, cualquiera, y por oír algo que no sea el sonido de mi propia voz divagando día y noche de forma preocupante. Después de pasar tres días sin salir de mi apartamento he tenido que salir en busca de provisiones, pues lo único que me quedaba era una lata de mejillones caducada y un saco de pienso para gatos, del que supongo que me tendré que deshacer pues el puñetero bicho también ha desaparecido sin rastro, aunque no pierdo la esperanza de volver a encontrar el rastro de sus pelos a los pies de mi cama. Estaba muerta de miedo pero el hambre ha podido más, y aunque por un momento me he sentido tentada de permanecer segura en mi refugio y subsistir gracias a las mismas proteínas que mantenían al gato regordete y con el pelo brillante, la idea de comer lo mismo durante semanas no era lo más apetecible, así que he cogido uno de los cuchillos del cajón y me he acercado al super de la esquina, sin saber muy bien cómo hacer para conseguir comida. Las puertas estaban cerradas, pero no había reja metálica, así que después de un rato dándole vueltas a la cabeza he agarrado una mesita de la terraza del bar de al lado y la he estampado contra la puerta de cristal. Al instante ha saltado la alarma y mi primer impulso ha sido salir corriendo a esconderme, pero enseguida me he dado cuenta de que nadie iba a venir a arrestarme por allanamiento. Además si hubiera aparecido un poli creo que le habría ofrecido las manos con gusto para que me esposara y me llevara a comisaría, cualquier cosa con tal de estar con otro ser humano. Pero como era de esperar, nadie ha aparecido a investigar el jaleo, así que he cogido un carrito y lo he llenado hasta arriba. Al menos ya no tengo que preocuparme por la dieta; nadie me va a criticar por mi imagen si cojo unos kilitos, así que me pienso poner hasta el culo de chocolate, galletas, pizzas y patatas fritas. Se acabaron las ensaladas y los filetes a la plancha; ¡nunca más volveré a pasar hambre, aunque se acabe el mundo! Aunque sospecho que eso ya ha ocurrido…


Día 58

Me está pasando algo muy raro. Ya no echo de menos a la gente, y he descubierto que ser la única persona en kilómetros, o tal vez en el planeta, no está tan mal. Hago lo que me da la gana, no tengo que trabajar pues todo lo que necesito está al alcance de mi mano, pongo la música a todo volumen a altas horas de la noche sin que nadie aporree mi puerta ni me amenace con denunciarme al propietario, tengo los armarios a rebosar de ropa de diseño que nunca me hubiera podido permitir en mi anterior vida, y cientos de pares de zapatos divinos que me cambio a cada rato por el simple placer de verme con ellos puestos. No tengo que poner buena cara cuando alguien me da el coñazo contándome cosas de sí mismo o de su vida que en realidad me importan una mierda, y puedo pasear por la ciudad sin preocuparme por que me asalten o me roben, incluso a medianoche. He dejado de teñirme el pelo y de depilarme, y me he mudado a una preciosa casa con piscina y un salón de cine más grande de lo que era mi antiguo apartamento; por fin me estoy poniendo al día con todas las pelis que nunca tenía tiempo para ver, gracias al video club del centro comercial. Estoy pensando en coger el coche e irme de viaje. Siempre he querido recorrer Europa entera, ahora ya no tengo que preocuparme por el dinero, y la gasolina está ahí, esperándome. Creo que por primera vez en mi vida, soy feliz.


Día 64

Ya tenía todo preparado para marcharme cuando al pasar por delante del escritorio he visto el ordenador, y el antiguo y arraigado impuso me ha hecho encenderlo y comprobar el correo; una tontería, ya lo sé, pues si no quedo más que yo, no se cómo podría tener nada nuevo en la bandeja de entrada, pero de todas formas lo he mirado, tal vez por añoranza de aquellos días en los que recibía docenas de mensajes al día. Por un buen rato me he quedado clavada en el sitio, con los ojos como platos y la boca abierta, mientras veía la hilera de sobrecitos amarillos con fechas desde hace un par de semanas hasta hoy mismo. El remitente era desconocido, pero a estas alturas no me iba a andar con remilgos; si había alguien más ahí fuera tenía que saberlo. Todos decían más o menos lo mismo, una llamada al vacío en busca de una respuesta, “¿hay alguien ahí?” Con las manos sudorosas y el corazón saliéndoseme por la garganta he tecleado un solitario y tímido “hola”, y le he dado a enviar. No han pasado más de un par de minutos cuando ha llegado la respuesta, y desde ese momento he pasado todo el día sin levantarme de la silla si no era para ir al baño o a por algo de beber. Entre mensaje y mensaje he descubierto que es un hombre algo mayor que yo, culto, simpático y encantador. Ya sé que no debería, pero no puedo evitar ponerle la cara del protagonista del último sueño medio normal que tuve; después de todo, nada me impide fantasear un poco, y quién sabe, podría ser que precisamente él fuera el otro superviviente y nos tocara a nosotros la tarea de repoblar el planeta y devolver la esperanza a la raza humana…cosas más raras se han visto, ¿no? Después de todo, si hace tres meses me hubieran dicho que me iba a despertar en un mundo donde toda la humanidad excepto yo se hubiera esfumado sin dejar rastro, me habría reído con ganas en su cara.


Día 71

Hemos quedado en encontrarnos en una ciudad intermedia, ¡por fin! Me he pasado todo el día recuperando un aspecto presentable. Me he depilado con los ojos llenos de lágrimas; ¡mierda, ya no recordaba cómo duele esto! Me he teñido el pelo y ahora me escuece el cuero cabelludo horrores; sospecho que el tinte me ha provocado una reacción alérgica, pero no me importa. Este rubio platino me queda divino y con la ropa italiana de diseño que dejé preparada ayer y mis nuevos Manolos, no creo que haya problemas para que me encuentre la chica más deseable del mundo; además no tiene mucho más donde elegir, ¿no? Mañana por la mañana, bien temprano, saldré rumbo a lo que mi nuevo destino me depara…

Día 73

Llegué la primera al punto de encuentro. Estaba nerviosísima, así que busqué un sitio donde poder tomarme una copa antes de que él apareciera. Mientras me servía en el interior de un local cercano el ruido de un coche acercándose me aceleró el corazón. Creí que nunca más volvería a ver otro coche que no fuera el mío circulando. Me quedé oculta, observando al guaperas que desde ese momento sería mi compañero, la respuesta a todas mis plegarias. El coche se detuvo frente a la fuente de la plaza donde habíamos quedado, y alguien bajó, pero el reflejo del sol sobre el cristal de la ventanilla me impidió verle con claridad hasta que cerró la puerta. Estaba de espaldas a mí y permaneció en la misma postura unos segundos que se me hicieron eternos, estirándose después del largo viaje. Por fin se giró y pude verle la cara. Con mucho cuidado para no dejarme ver ni oír, salí por la puerta trasera del local, crucé varias calles hasta alejarme lo suficiente y me subí al primer coche que encontré con las llaves puestas. Pisé a fondo el acelerador mientras ponía kilómetros entre él y yo. Me largo a hacer ese viaje por Europa que me prometí. Lo siento, tal vez mi postura sea egoísta y despreciable, pero si la única esperanza de repoblar la tierra somos mi ex jefe y yo, la humanidad puede darse por jodida.

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Para Chache; gracias por tu amistad y por la inspiración, aunque haya sido indirecta.

6 de marzo de 2009

Lo que la Red ha unido, que no lo separe el hombre (ni la mujer...)

Salimos del coche y nuestros pies nos llevaron sin pensar al muro tras el que el mar rugía furioso en la oscuridad. El suelo mojado dejaba claro que alguna de aquellas olas era lo suficientemente alta como para rebasar el rompeolas, pero eso no importaba. Apoyados en la barandilla aspiramos con deleite ese perfume marino que embriaga los sentidos de quienes como nosotros, han vivido toda su vida frente al mar. Sin prisa nos dirigimos al final del paseo marítimo, charlando por el camino de todo un poco, sacando algunas fotos del cubo iluminado con diferentes colores en honor al carnaval, y sobre todo disfrutando del momento en que por fin podíamos hablar los dos solos, sin interrupciones constantes ni cambios de conversación inoportunos.
Agradecimos llegar a la zona de callejuelas en las que ya no soplaba el viento helado y nos sentamos a tomar un café, y entre anécdotas, risas y alguna que otra confidencia descubrimos muchas cosas a lo largo de las horas. Que si nunca hasta entonces nos habíamos encontrado fué por caprichos del azar, pues no faltaban los puntos ni las personas comunes; que en lo básico, lo realmente importante, pensamos de forma muy parecida; que estamos cómodos en nuestra mutua compañía y conectamos de esa forma que pocas veces se da entre quienes hasta hace muy poco eran solo conocidos tras una pantalla pese a haber nacido en la misma ciudad y pateado las mismas calles durante toda una vida. Te sorprendiste con agrado cuando al amparo de la confianza y el ambiente relajado de aquel local de jazz dejé salir a la granuja vacilona a quien sólo conocen un puñado de personas en el mundo, y nos reímos como críos cuando me propusiste matrimonio y el tipo de al lado, con un par de copas de más creyó que iba en serio.
Aquí tienes un amigo para toda la vida, me dijiste al despedirnos, y lo sé, era en serio. Y sí, puedo imaginarnos dentro no de 20 años, sino de 30 y hasta 40, sentados en un banco frente a la bahía, charlando por los codos y no precisamente de achaques y operaciones típicas de viejos, sino de nuestras neuras, nuestros escritos y vacilando a la gente al pasar frente a nosotros, sin importarnos un carajo que nos miren con cara de vergüenza ajena.

4 de marzo de 2009

Un año de palabras, por Nachob

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No existe mejor regalo imaginable en el mundo para una yonqui de la letra impresa que un libro, un buen libro, y eso es lo que he recibido hoy, por fin, de manos de su propio autor. Un hombre que como tantos de nosotros vive la escritura como una pasión y encontró en este medio la oportunidad de realizarla. Este libro es una recopilación de doce relatos, todos diferentes y todos magníficos por lo que he podido ver echando una breve ojeada, pues para hincarle el diente con el esmero que merece tendrá que esperar aún un poquito más a que termine con el que ahora tengo entre manos, pues no me gusta leer más de un libro cada vez, para saborear cada uno de ellos al máximo. Os recomiendo, si os gusta la buena lectura, que os paséis por su blog y os recreéis en él, y si como yo, adoráis la sensación del papel en vuestras manos al leer, no tenéis más que poneros en contacto con Nachob, el autor, y os lo enviará gustosamente como lo ha hecho conmigo.
Por cierto, desde aquí le doy las gracias, unas gracias enormes e infinitas por el maravilloso detalle, por su generosidad al hacer llegar su libro de forma totalmente gratuita, y prometo disfrutarlo como se merece, pues desde ahora pasa a formar parte de mi preciada colección de lectura.
Muchisimas gracias, Nachob.

Un año de palabras http://nachob-elcontadordehistorias.blogspot.com/

3 de marzo de 2009

El gigante con corazón de hielo


En el interior de una enorme montaña vivía un gigante, con cuerpo de roca y corazón de hielo. Todos en el valle sabían de su existencia, pues eran frecuentes los estragos que causaba en los alrededores, pero muy pocos lo habían visto, y entre ellos, ninguno se atrevería jamás a admitirlo, pues el pavor que causaba su presencia era tal, que el pobre desdichado que por azar se tropezaba con él estaba condenado de por vida a sufrir las más espantosas pesadillas cada noche del resto de su vida, y tal desasosiego traía la terrible consecuencia de ser considerado por sus vecinos un alma poseída por los demonios, y a la que se debía devolver la paz de la única forma posible: con la muerte.
Nadie sabía de donde vino aquel gigante; desde el comienzo de los tiempos había estado ahí, oculto en una cueva tan profunda y oscura que un hombre tardaría varios años de su vida en recorrerla entera, y de la que por supuesto, nunca saldría. Corrían las leyendas sobre su figura, y no había palabras más eficaces para tornar a un niño caprichoso y rebelde en uno docil y obediente, que aquellas que invocaban la presencia del ogro para llevarse a los niños malos a su cueva. Cada tarde, después del ocaso, las calles quedaban desiertas, y en las casas se cerraban con grandes cerrojos puertas y ventanas, antes de atrancarlas con gruesas vigas. Precaución del todo innecesaria, pues durante siglos el gigante nunca había bajado de las montañas, y jamás se supo de un solo hombre que hubiera perecido en sus manos, pero como toda precaución es poca, las noches de los poblados del valle eran las más solitarias y silenciosas en cientos de kilómetros a la redonda.
En la escuela el juego preferido de los niños era el conocido por "cazar al gigante", al que se sumaban gustosos todos los chicos, soñando todos y cada uno secretamente con ser él quien finalmente venciese al monstruo, y gracias a esa heroica acción se ganaría el respeto y admiración del mundo entero, conseguiría las mayores riquezas como premio por su valor, y desposaría a la más bella y noble de las jovencitas. Las niñas por su parte jugaban a ser capturadas por tan horrendo ser, y rescatadas en el último segundo por un apuesto caballero montado a lomos de un imponente caballo blanco, para después consentir decorosamente en ofrecer su mano al héroe que la salvó de una muerte ciertamente espantosa. Como era de esperar, toda la vida de los habitantes del valle giraba en torno a una sola cosa; nada tenía más importancia o prioridad que el gigante, cuya presencia, o más bien su ausencia, era algo a tener en cuenta en cada acto público o privado.
Pero entre todos ellos, una personita vivía ajena al asunto común: una pequeña y flaquísima chiquilla, a quien nada le importaban las idas y venidas de aquel gigante a quien nunca había visto ni oído. Ella, al contrario que el resto de las niñas, pasaba sus horas de ocio entretenida en crear muñecas con viejos trozos de ropas desechadas, dibujando caras sonrientes o tristes, según su estado de ánimo, en los suelos de las calles con piedras de colores, inventando cientos de historias cada día, todas diferentes y repletas de aventura y color, emoción, amor y riesgo. No sabía escribir, y aunque supiera no tenía donde plasmar el producto de su desbordada imaginación, pero tampoco lo necesitaba. Tenía un cofre dentro de su cabeza, donde guardaba como un valiosísimo tesoro cada historia, personaje y escenario de su invención. Nadie en el pueblo la hacía mucho caso, pues era tan silenciosa y se entretenía de tal manera ella sola, que a veces parecía invisible. Los demás niños la trataban con desprecio, y disfrutaban contando cómo la loca había vuelto a llenar de caras estúpidas las calles, y ellos las borraban escupiendo u orinando sobre ellas, mientras reían a carcajadas. Nada de esto importaba a la niña; ella era feliz en su mundo imaginario, donde todo lo que existía, animal, vegetal o mineral, había sido creado a su gusto, y le proporcionaba la más absoluta satisfacción. Y al vivir ajena a la preocupación común, era la única persona feliz entre los cientos que moraban en el valle.
Una tarde de otoño, cuando los últimos días de sol y calor teñían de colores de fuego la inmensidad del valle y sus montañas, la chiquilla decidió acercarse al arroyo al pie de la más alta de las montañas, para recoger las deliciosas moras que en esos días regalaban a quien las cogiera su exquisito dulzor. Embelesada por el trino de los pajaros, el susurro del viento y el silencio del ocaso, no se percató de la caída del sol hasta que sus flacuchos brazos se erizaron por el frío, y al girarse para regresar al pueblo se dió cuenta de que éste ya estaba sumido en las sombras, y la última luz del día se encontraba sobre la montaña que se alzaba imponente frente a ella, así que resuelta, se dirigió hacia allí, aprovechando los últimos minutos de claridad para buscar un lugar donde pasar la noche. Largo rato después de iniciar el ascenso, entrevió una abertura entre los arbustos, y al acercarse encontró una grieta que ascendía hasta donde se perdía la vista, con la anchura de un hombre fuerte. Aterida por el frío y temerosa de las alimañas nocturnas, entró en la abertura, y no había dado más de unos pocos pasos cuando esta de reveló como una amplia cueva, seca y caliente por el calor del sol acumulado en la piedra, así que más tranquila, se tendió en el suelo, cerró los ojos e inmediatamente se durmió.
La despertó un ruido extraño, y tras prestar atención lo reconoció: era el rítmico goteo del agua al caer desde gran altura y rebotar contra la piedra. En la más absoluta negrura se levantó y se dirigió, intrigada, en dirección del sonido. Ni por un instante se le pasó por la cabeza la idea de perderse en la cueva oscura y no poder encontrar el camino de vuelta; simplemente, se sentía hechizada por el sonido cristalino y musical de las gotas, y sus pies se movían uno tras otro sin mediar la voluntad de la niña. Tras lo que pudieron ser minutos u horas, la niña llegó a un lugar que superaba con mucho todo aquello creado en sus incontables horas de imaginación: incrustado en la roca, más arriba de su cabeza, brillaba el más hermoso de los objetos imaginables, una roca cristalina y reluciente que en la oscuridad lucía el fulgor de todos los colores del arco iris, a pesar de no existir ninguna fuente de luminosidad que pudiera producir tal efecto; era como si la luz proviniera de su interior. A su alrededor, en el aire, danzaban preciosas motas brillantes y delicadas, ligeras como el mismo aire, y al intentar la niña atrapar una con sus manos, descubrió que se fundía al contacto con su mano, como un copo de nieve. Solo que nunca había visto copos de nieve de colores...
Movida por una irresistible curiosidad, empezó a trepar por la roca ayudándose de sus huesudos dedos, y poco a poco fué acortando la distancia que la separaba de la fuente de tanta maravilla.
Cuando por fin alcanzó su objetivo, acercó su mano con cautela, más por respeto a tan increíble objeto que por temor, y lo rozó ligeramente con la yema de sus dedos. ¡Cuál fué su sorpresa al sentir en ellos el frío glacial del hielo! Se acercó aún más, y acomodándose en una grieta para no caer, acercó su rostro al hielo multicolor impulsada por un anhelo irresistible, y con infinita delicadeza, atrapó entre sus labios una gota del líquido que desprendía. Era tan dulce e increíble que acarició con sus manitas los bordes del hielo, y con un amor que desbordaba su corazón, lo besó suavemente. Ante sus atónitos ojos, el hielo comenzó a fundirse y una increíble cascada de agua multicolor brotó de la dura roca donde segundos antes no había nada, creando en un momento un lago de agua tibia de gran profundidad, que de pronto empezó acorrer por el camino que había recorrido la niña hasta llegar allí. La fuerte corriente producida la arrastró de vuelta, hasta donde se divisaba la claridad del día, y al salir al exterior descubrió con sorpresa que el valle antes sembrado de hojas marchitas resplandecía con millones de fragantes flores que no dejaban ver ni una pizca de hierba, y atraídas por su aroma, miles de mariposas revoloteaban por doquier, ofreciendo a la vista un espectáculo maravilloso. Echó a correr ladera abajo, ansiosa de despertar a todos para que pudieran disfrutar de aquella maravilla, cuando de pronto sintió el impulso de volverse a contemplar la montaña que la había acogido en esa fría noche, pero al mirar en su dirección no encontró la imponente mole de la montaña más alta del valle, sino un gigantesco hombre de ojos brillantes como esmeraldas que le sonreía, y que al responder la niña a su sonrisa, se llevó la mano al pecho, a la altura del corazón, y con un soplo le envió una nube de pétalos que revolotearon juguetones alrededor de la niña, que nunca en toda su vida había sido tan feliz. Cuando llegó a su casa descubrió que tenía los bolsillos repletos de aquellos aterciopelados pétalos, así que los guardó en una cajita de plata, y desde aquel día, cuando la vida se oscurecía, abría la caja, aspiraba el perfume de aquellos pétalos que nunca se marchitaban, y la vida volvía a ser un arcoiris.

Dedicada a mi gigante de ojos verdes

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27 de febrero de 2009

Charlie



La niña se revolvió inquieta entre las sábanas, sumida aún en un sueño profundo, que se resquebrajaba por momentos, obligándola a regresar contra su voluntad de la tierra de los sueños infantiles. Aún aturdida, no conseguía identificar qué era lo que la había despertado a tan temprana hora; la luz del día apenas era una insinuación grisácea, y a su alrededor el silencio era absoluto, todos dormían. Entonces oyó algo, un sonido extraño, apenas audible, como el chirrido de una puerta mal engrasada, y puso toda su atención en intentar descubrir la fuente de ese quejido. Enseguida se dio cuenta de que provenía de la calle, y se levantó rápidamente para abrir la ventana, sin ningún temor. Y allí, en el jardín, a metro y medio de la casa, estaba él, oculto por unos arbustos y llamando desesperadamente a la madre que lo había abandonado. La niña contuvo un grito de alegría, por temor a asustarlo, y rápidamente se puso la bata sobre el pijama y salió a la calle, sin tener muy claro qué era lo que iba a hacer, pero confiando en su instinto y en sus dotes naturales. Muy despacio, se acercó al lugar donde él continuaba llorando, se agachó y muy lentamente, acercó su mano al mismo tiempo que llamaba su atención de la misma forma que venía haciéndolo desde que tenía memoria, con ese sonido característico y universal; y con mucha cautela, él se fue acercando, pasito a pasito, entre curioso y receloso, a aquel ser enorme que por alguna extraña razón, había sabido comunicarse con él. La niña permaneció inmóvil, a pesar del hormigueo que recorría sus piernas y del incipiente calambre que la amenazaba en el brazo, hasta que sintió en las puntas de sus dedos el roce sedoso de su pelo, y sólo entonces movió un poquito la mano, lo justo para poder acariciar su cuello, provocando con este gesto una avalancha de empujones, roces, lametones y ronroneos, que la hizo caer sobre su trasero, muerta de risa, situación que él aprovechó para saltar a su regazo y lamerle la barbilla, adoptándola en ese instante como madre, mientras el placer le hacía sacar y meter las uñas repetidamente, arañándole suavemente el muslo y demostrando así su total aceptación. Como una tromba entró corriendo en la casa, con su nuevo tesoro en la mano, y se topó de bruces con su madre, que extrañada al oírla salir a la calle, había salido en su busca; y con los ojos brillantes de excitación y felicidad, anunció a su perpleja madre: “¡¡¡He encontrado un gatito, casi recién nacido!!! Lo voy a criar, y desde ahora, es mi mascota”. La madre, sabiendo del amor de su hija por los animales y de su demostrada responsabilidad para hacerse cargo de uno de ellos, sonrió y fue a la cocina a preparar un platillo con leche para el pequeño recién llegado, y mirando a la niña ilusionada, le preguntó, “¿y cómo lo vas a llamar?”, a lo que, ni corta ni perezosa, la hija respondió: “Charlie”.

Pasó el tiempo, y el gato creció feliz y satisfecho, olvidada ya aquella que lo trajo al mundo, pues para él, no existía otra madre que la niña, con quien jugaba, dormía y pasaba horas disfrutando de sus caricias. Gozaba de toda la libertad necesaria por su condición de gato, pero también apreciaba la compañía de los humanos con quienes convivía, ya que jamás había recibido mal trato de ninguno de ellos. Como era natural, se fue volviendo más y más independiente, y pronto adoptó el hábito de salir cada noche a satisfacer sus instintos felinos, aunque nunca olvidaba a su ama, trayendo cada mañana un trofeo para ella, que dejaba bajo su almohada. A veces eran colas de lagartija, otras pequeños ratones muertos, incluso mariposas, pero lo que más satisfacción le causaba era llevar a casa ratoncillos atontados tras la cacería, y soltarlos por la casa para después jugar con ellos hasta aburrirse. ¡Qué divertido era ver a su ama, que ya no era una niña, jugar, como él, a la caza del ratón, armada con un largo palo con pelos en uno de los extremos! Y no se le daba nada mal, pues casi siempre era ella quien acababa con ellos, mientras él, aburrido de jugar, se tumbaba satisfecho en el sofá, se hacía un ovillo y se dormía.
Una mañana, el gato no regresó a la hora de siempre. Ella se angustió pensando en todas las cosas horribles que podían haberle ocurrido, desde ser atropellado por un coche, hasta caer en las fauces de un perro más rápido que él. Con un nudo en el estómago vió pasar los días y las noches, intentando hacerse a la idea de no volver a verlo nunca más. Entonces, diez días después de su desaparición, oyó en su ventana el familiar sonido de sus uñas contra el cristal, y al levantarse, allí estaba, malherido, sucio, lleno de sangre seca y sin pelo en varias zonas de su cuerpo, pero vivo. Con gran cuidado lo limpió, desinfectó sus heridas, vendó su pata desgarrada por crueles dientes, mientras susurraba todo el tiempo palabras tranquilizadoras, y lo calmaba con suaves caricias.

El gato se recuperó totalmente, aunque la experiencia no sirvió para disuadirle de salir a callejear de noche, pero sí le enseñó a ser más desconfiado, más arisco, y a huir de los perros como del diablo. Y como recuerdo de aquél incidente, le quedó una oreja a la que le faltaba la punta, y una leve cojera de la pata trasera, que le daba un aire de chulo pandillero al andar. Vivió muchos años, hasta que, un día, sin más, no regresó. Tras él hubo otros gatos en la casa, pero ninguno pudo ocupar el hueco que dejó en el corazón de la que, siendo niña, adoptó a un gatito abandonado.

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26 de febrero de 2009

El monstruo de las cien cabezas




I
Una mañana, desperté con una extraña sensación. Sentía como si mi cabeza pesara demasiado, de hecho, al intentar incorporarme, la parte superior de mi cuello no se despegó de la almohada. Con mucho cuidado y mayor esfuerzo, logré levantarme e ir al baño, donde justo frente a la puerta, había un espejo. Cuando encendí la luz, oí un grito espeluznante, y me pregunté quién gritaba de esa forma y a esas horas, si allí no había nadie más que yo. Entonces caí en la cuenta: quien gritaba no era otra que yo misma, al ver reflejada en el espejo la imagen más aterradora que pudiera imaginar. De mi cuello surgían multitud de bultos, del tamaño de pelotas de tenis, que ocupaban el lugar de la que, hasta ayer, era mi cabeza. Pero podía ver, oír, respirar, gritar...¿cómo era posible? Respiré hondo y me acerqué, cautelosamente, al espejo, y así pude comprobar que cada uno de aquellos bultos era, en realidad, una versión a escala reducida de mi cabeza. Cada una de esas diminutas cabecitas tenía mis ojos, mi nariz, mi boca, incluso el lunar junto a mi párpado izquierdo. Pequeñas orejitas sobresalían a cada lado, y todas ellas estaban coronadas por mi pelo alborotado. En ese momento, llamaron a la puerta...¡horror! Me acerqué de puntillas al pasillo, esperando, y se oyó la voz de mi amiga y vecina: "¡abre, dormilona, que tengo una noticia bomba!". Sí, claro, para noticias bomba estaba yo...Guardé silencio, con la esperanza de que se fuera, pero recordé que mi coche estaba aparcado bajo su ventana, y ella sabía que sin él yo no iba nunca a ninguna parte. Siguió insistiendo, apretando el timbre con tanta fuerza que creí que iba a atravesar la pared y aparecer dentro de mi piso. Tras muchas dudas, pensé:"después de todo, es mi amiga; nos lo contamos todo. Me va a ser imposible ocultarle algo así...", de manera que cogí aire y abrí la puerta. Me miró de arriba a abajo y me soltó: "¿pero todavía estás así? Debería darte vergüenza, a tu edad, durmiendo hasta las tantas, con la de cosas que tenemos que hacer hoy. ¿A que no adivinas quién se acaba de separar? Es muy fuerte, es que no te lo imaginas, en serio. Pero bueno, ¿no te piensas vestir? Anda, ve dándote una ducha, que mientras, yo te cuento..." Y así siguió, mientras mis doscientos ojos la miraban sin dar crédito. "Es una alucinación, está claro. Anoche me sentó mal la pizza y ahora estoy pagando el pato. Voy a ir al baño, me voy a mirar en el espejo, y todo estará como siempre". Pero al llegar al baño, el espejo me devolvió la misma imagen aterradora."¿Pero es que no lo ves?", pregunté a mi amiga. "¿Ver, el qué?", "¡pues esto!", grité señalándome las cabezas. "¡Ah, eso! Mujer, ya me estabas preocupando, eso le pasa a cualquiera; un poco de crema antiacné y en un par de horas, ni rastro"."¡Pero qué dices, loca! ¿Estás hablando en serio?", "chica, solo es un grano en la barbilla, no es como si te hubieran salido cuatro ojos..."
Atónita por el hecho de ser la única que veía lo ocurrido, me metí bajo la ducha, mientras mi amiga parloteaba sin parar acerca de la separación de Mari Puri, a quien no veía desde hacía meses, y cuya vida amorosa me importaba un bledo. Y al abrir el agua,¡qué sensación más extraña, la del chorro caliente cayendo sobre todas aquellas cabecitas! De repente me ví enfrentada al dilema de cómo lavar todas aquellas cabelleras que apenas cabían en la palma de mi mano. Tras pensar un rato,cogí el cepillo de mango largo para frotar la espalda, lo embadurné con champú, cerré todos los ojos y comencé a frotar por todas partes, sintiendo el roce de las cerdas en mis caras y orejas, pero dejando las cabelleras relucientes. Al terminar mi ducha, sacudí el cuello como si fuera un perro, para librarme de la mayor parte posible del agua que chorreaba, pues el uso de una toalla era complicado en mis nuevas circunstancias. Frente al espejo, me sequé el cuerpo y procedí, con sumo cuidado, a desenredar todos los cabellos, tarea nada fácil. Mi amiga se empezaba a impacientar ante mi tardanza,"¡venga, mujer, que no tienes precisamente la melena de una leona!", así que prescindí del secador, en precaución ante las posibles quemaduras de mis pequeños rostros, y con el pelo mojado, me vestí y por fin, salimos a la calle.
Una vez en el rellano del portal, me detuve, indecisa, temiendo que mi amiga fuera la única que no viera mi nuevo aspecto, y tratando de no pensar en las consecuencias que acarrearía mi aparición en plena calle, pero ella ya había abierto la puerta y salido a la acera, dejándola abierta de par en par, y los transeúntes que miraron hacia dentro al pasar no dieron muestras de ver nada más extraño que a una lela parada frente a las escaleras. Así que respiré hondo, y salí a la mañana soleada de mediados de junio, asumiendo, por fin, que lo que me ocurría no afectaba mi relación con el mundo, de modo que ¡a vivir, que son dos días!


II
Con el transcurrir de los días, me fui percatando de que cada una de mis cabezas tenía su propia personalidad; cada una de ellas era en sí una entidad independiente y única. Y cada mañana, al despertar, una de ellas era quien llevaba la voz cantante.
Algunos días tenía el control la cabeza racional, con lo que el día transcurría sin sobresaltos, equilibradamente, y todos mis actos y decisiones eran acertados y correctos. En esos días compraba comida sana, invertía juiciosamente mis escasos ahorrillos, escuchaba a mis amigos desahogarse sobre su desastrosa vida sentimental, y les prestaba mi hombro para llorar. Y por la noche dormía plácidamente, con la conciencia tranquila y satisfecha. Pero esos días eran escasos, teniendo en cuenta el carácter de mis otras cabezas.
Los días de la cabeza realista, veía la vida con una crudeza tal que a veces me espantaba. Si las cosas iban bien, perfecto, pero era incapaz de poner un filtro a las cosas negativas del mundo; por mucho que lo intentase, mi cerebro se negaba a aceptar cristales de colores.
Estaba también la cabeza loca; esos días eran geniales, hacía las cosas sin pensarlas demasiado, me daba caprichos, me dejaba guiar por mis impulsos y las cosas feas, sencillamente, desaparecían. Pero tenía su lado negativo: tomaba decisiones impulsivas de las que a veces me arrepentía, y dejaba de lado las necesidades de mis amigos, estando como estaba absorta en mi propia felicidad.
¿Y la cabeza triste? ¡Cómo la odiaba! Esos eran los peores días, cuando me hundía en el fango de la autocompasión, y no podía dejar de pensar en todos y cada uno de los detalles negros que ensombrecían mi vida. Si hubiera sido posible, la habría arrancado de cuajo de mi cuello.
Había también una cabeza simpática, a la que le encantaba sonreír y charlar con cualquiera, invitar a casa a tomar café, organizar fiestas, gastar bromas divertidas y contar chistes graciosísimos. Esos días se teñían de colores, eran divertidísimos, y vivía deseando que llegase su turno, como un adicto espera el subidón.
Y la cabeza quisquillosa...¿qué puedo decir de ella? Que era un horror; una maniática, rencorosa, detallista al extremo, incapaz de olvidar la menor afrenta y por supuesto, mucho menos, perdonar. Su libreta negra estaba a rebosar de pequeñas injurias de las que tomaba nota al detalle. ¡Ojalá se pudra! (Ups, creo que ahora mismo acaba de asomar las narices un poquito...)
Había otra cabeza juerguista, dispuesta a apuntarse a un bombardeo. ¡Qué momentos los vividos bajo su influjo! Esa era noctámbula, dormía de día, robándole su tiempo a las demás, como un vampiro que se alimentaba del tiempo de otros...Se negaba a terminar sus turnos, siempre quería más, y exprimía al máximo los placeres de la vida nocturna. Me gustaba esa cabeza.
Y los días de la cabeza zen...silencio, calma, relax, nada podía afectarme esos días, era como si estuviera dentro de una burbuja suave y tibia que me acogía como el vientre materno, y mi mente encontraba la solución a los pequeños problemas de la vida que, otros días, me parecían irresolubles.
Las cabezas musicales eran varias, y solían acompañar a otras; tenían la capacidad, al contrario que el resto, de interactuar con las demás. Había una clásica, otra rockera, otra discotequera, otra melancólica, otra un poco heavy, pero cosa curiosa, no había ninguna romántica...no sé por qué.
Entre el resto de las cabezas estaban la naturalista, la perfeccionista, la crítica, la nostálgica, la previsora, la desordenada, la impaciente (su frase favorita era "¡quiero eso, y lo quiero ya!"), la práctica...y en fin, muchas más, tantas que no podría acordarme de todas aunque quisiera.
Pero había una, especial, un poquito más grande que sus compañeras, que predominaba sobre todas ellas. Tal vez fué la primera en aparecer, y por eso era más fuerte, o tal vez, al contrario, apareció en último lugar, y se alimentó de sus hermanas, creciendo hasta superarlas en tamaño y poder. Fuera como fuese, ella era la que aparecía con mayor frecuencia, destacando, e incluso en ocasiones, desplazando a la dominante, para ocupar su puesto. Esta cabeza era fría, calculadora, insobornable, rápida, aguda, cínica y sobre todo, dura. Nada la conmovía, nada la afectaba, no se dejaba engañar por las apariencias, siempre desconfiaba, siempre tenía a punto la réplica perfecta, y no cedía un milímetro. Cada día que aparecía, iba ganando un poquito más de terreno, al mismo tiempo que las otras menguaban, casi imperceptiblemente, pero a lo largo de los años, su avance sería cada vez más y más evidente...


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