El hogar de mis peores pesadillas y mis sueños desbocados

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17 de marzo de 2009

Raíces

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Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que crucé estas puertas, cargada con esas maletas que contenían toda mi vida, el corazón expectante y el estómago encogido por la incertidumbre al dejar atrás un pasado que me pesaba demasiado. Cuando dí el primer paso hacia el interior, tuve la extraña sensación de encontrarme en casa; la luz del enorme vestíbulo no era desconocida a mis ojos, el crujido del suelo de madera y el susurro del viento que hacía ondear las cortinas eran como una vieja melodía largo tiempo olvidada, incluso el olor a lavanda que impregnaba cada rincón de la vieja casona me reconfortó como el regazo de una madre amorosa. Mis pasos resonaban en las habitaciones desiertas mientras la recorría por entero, reconociendo cada detalle; las vetas en la madera del pasamanos en la escalera de caracol que lleva al ático, el intrincado dibujo del mármol en las columnas de la terraza, el brillo deslumbrante del lago al atardecer colándose por los ventanales, todo me era familiar, pese a saber con certeza que nunca antes había estado allí. Cuando entré en la que desde aquel día sería mi habitación todos los temores y dudas se desvanecieron como por arte de magia. Estaba en el lugar correcto, por fin después de tantos años de vagar sin rumbo, perdida y desorientada había encontrado mi hogar. Esa noche por primera vez en mucho tiempo dormí sin sobresaltos, arropada por aquella casa que me daba la bienvenida entre kilómetros de campos en flor, acunada por el canto de los grillos.

Han pasado muchas décadas desde aquel día en el que el destino me llevó a las puertas del resto de mi vida; en este tiempo he soñado, llorado, reído, amado, he hablado por los codos cuando las palabras amenazaban con salir a borbotones y he callado cuando no tenía nada que decir, he descubierto más sobre la vida de lo que nunca hubiera imaginado, pero lo que no he hecho nunca, ni una sola vez, ha sido lamentarme de ninguno de los momentos vividos aquí, en mi hogar, donde las puertas jamás están cerradas.



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6 comentarios:

Max dijo...

Tu forma de detallar traslada a esos lugares que describes, hasta me pareció oler la lavanda. ;)

José Luis López Recio dijo...

Vaya despliegue de buena narración has hecho. Ha sido muy evocador.
Saludos

€_r_i_K dijo...

Sí de ningún momento te has lamentado, enhorabuena, me alegro por tí, por alguén, quién lo que haya hecho, hecho está....
Sin juzgar, ni para condenar ni para liberar nada....
Solo un mátiz, se aprende a vivir el segundo antes de morir, que putada....(las puertas del resto de mi vida).....


Abrazos, Amiga....

Alberto dijo...

Raíces... me ha recordado a aquella serie televisiva que narraba las peripecias de esclavos en la Norteamérica del siglo XIX.
Yo siempre digo que lo importante de una casa no son sus paredes u hornamentos, sino el hecho de sea un hogar de verdad y ésa de la que tú hablas sin duda que lo fue.
Un beso y que tengas un bonito día.
Un brindis por la vida.

Radamanth dijo...

sabes que siempre me ha gustado ese texto, me parecio muy bien descrito, casi podiamos ver las estancias, sentir el frescor de esas cuatro paredes... Ese placer de recrear nuestros ojos por un texto bello y a la vez lleno de contenido, besotes wapa

Anónimo dijo...

Hola!! Aquí estoy con mi disfraz de Serlok Holmes. No se, no se, tengo que asegurarme, pero yo diria ......
Te lo digo otro día, jajaja
La entrada ya la había leído y creo que comentado.
Hasta lueee, loca.