Hace 4 años
El hogar de mis peores pesadillas y mis sueños desbocados
7 de marzo de 2009
La última esperanza de la humanidad
Día 1
Esta mañana me he despertado como todos los días, acordándome de los ancestros del maldito despertador cuando me ha sacado de un delicioso sueño en el que, aunque no recuerdo todos los detalles, me lo estaba pasando de vicio con ese morenazo de ojos verdes que me vuelve loquita; sólo recuerdo claramente que estábamos junto a un acantilado, que él llevaba una faldita de lo más sugerente y cerca de allí había una pila de cuerpos mutilados revueltos con cascos, escudos, espadas y diversos atuendos exóticos. Curiosamente mi sueño tenía un desacostumbrado tono sepia, lo que me hace sospechar que me he pasado una buena parte de la noche en el paso de las Termópilas, siendo la protagonista de mi propia película, aunque nunca sabré si tenía un final feliz por culpa del zumbido que me ha dejado caer de sopetón en la realidad. Para colmo de males me duele horrores la garganta, creo que he pillado otra vez esa faringitis de la que no consigo librarme últimamente y que me hace ir por la vida como una zombie, siempre medio grogui por esas décimas perpetuas de fiebre. Casi me ahogo intentando tragar un par de aspirinas antes de meterme en la ducha, bajo el chorro de agua casi hirviendo, que es la única forma de despejarme que conozco. Al que se sacó de la manga eso de que no hay nada como una ducha fresquita por las mañanas, deberían lincharlo en público, y yo estaría en primera fila para dejarle bien clarita mi opinión al respecto. Una vez recuperado un mínimo de consciencia gracias a un café bien cargado he cogido mis cosas y he salido a la calle, arrastrando los pies de camino a ese trabajo que aborrezco con todas mis fuerzas pero que me permite pagar el alquiler y las facturas, y comer algo medio decente de vez en cuando.
He recorrido varias manzanas antes de caer en la cuenta de lo vacías que estaban las calles, sin ningún coche circulando por la normalmente abarrotada carretera; las aceras desiertas devolvían el sonido de mis tacones amplificado escandalosamente, por lo que durante un momento me he sentido un tanto avergonzada, como cuando en medio de un auditorio suena un móvil y todo el mundo se gira para mirar quién es el desgraciado que ha pasado de apagarlo antes de entrar. No entiendo nada. ¿Es domingo y yo estoy tan perdida con respecto al calendario que no sé ni en qué día vivo? Pero eso no explica la ausencia de gente; incluso un domingo a primera hora de la mañana hay corredores haciendo su circuito habitual por el parque, algún que otro madrugador comprando el pan y el periódico, y nunca faltan los últimos jóvenes de regreso a casa tras una larga noche de fiesta. Una huelga general, eso es. Todo el mundo está en sus casas sin atreverse a salir por si hay piquetes o incidentes con la poli, pero entonces, ¿dónde están los coches patrulla? Mierda, no entiendo nada…Creo que me voy a dar la vuelta y me voy a meter en la cama otra vez, a ver si con un poco de suerte esto es un mal sueño y cuando me despierte de verdad todo está como antes.
Día 4
Nunca pensé que diría esto, pero echo de menos a mis compañeros del trabajo. Peor aún, echo de menos a mi jefe, un cretino integral a quien sólo con verle la cara de cerdo babeante mientras me mira las tetas e intenta sobarme el culo cada vez que paso por delante suyo se me sube el desayuno a la garganta. Daría cualquier cosa por ver a alguien, cualquiera, y por oír algo que no sea el sonido de mi propia voz divagando día y noche de forma preocupante. Después de pasar tres días sin salir de mi apartamento he tenido que salir en busca de provisiones, pues lo único que me quedaba era una lata de mejillones caducada y un saco de pienso para gatos, del que supongo que me tendré que deshacer pues el puñetero bicho también ha desaparecido sin rastro, aunque no pierdo la esperanza de volver a encontrar el rastro de sus pelos a los pies de mi cama. Estaba muerta de miedo pero el hambre ha podido más, y aunque por un momento me he sentido tentada de permanecer segura en mi refugio y subsistir gracias a las mismas proteínas que mantenían al gato regordete y con el pelo brillante, la idea de comer lo mismo durante semanas no era lo más apetecible, así que he cogido uno de los cuchillos del cajón y me he acercado al super de la esquina, sin saber muy bien cómo hacer para conseguir comida. Las puertas estaban cerradas, pero no había reja metálica, así que después de un rato dándole vueltas a la cabeza he agarrado una mesita de la terraza del bar de al lado y la he estampado contra la puerta de cristal. Al instante ha saltado la alarma y mi primer impulso ha sido salir corriendo a esconderme, pero enseguida me he dado cuenta de que nadie iba a venir a arrestarme por allanamiento. Además si hubiera aparecido un poli creo que le habría ofrecido las manos con gusto para que me esposara y me llevara a comisaría, cualquier cosa con tal de estar con otro ser humano. Pero como era de esperar, nadie ha aparecido a investigar el jaleo, así que he cogido un carrito y lo he llenado hasta arriba. Al menos ya no tengo que preocuparme por la dieta; nadie me va a criticar por mi imagen si cojo unos kilitos, así que me pienso poner hasta el culo de chocolate, galletas, pizzas y patatas fritas. Se acabaron las ensaladas y los filetes a la plancha; ¡nunca más volveré a pasar hambre, aunque se acabe el mundo! Aunque sospecho que eso ya ha ocurrido…
Día 58
Me está pasando algo muy raro. Ya no echo de menos a la gente, y he descubierto que ser la única persona en kilómetros, o tal vez en el planeta, no está tan mal. Hago lo que me da la gana, no tengo que trabajar pues todo lo que necesito está al alcance de mi mano, pongo la música a todo volumen a altas horas de la noche sin que nadie aporree mi puerta ni me amenace con denunciarme al propietario, tengo los armarios a rebosar de ropa de diseño que nunca me hubiera podido permitir en mi anterior vida, y cientos de pares de zapatos divinos que me cambio a cada rato por el simple placer de verme con ellos puestos. No tengo que poner buena cara cuando alguien me da el coñazo contándome cosas de sí mismo o de su vida que en realidad me importan una mierda, y puedo pasear por la ciudad sin preocuparme por que me asalten o me roben, incluso a medianoche. He dejado de teñirme el pelo y de depilarme, y me he mudado a una preciosa casa con piscina y un salón de cine más grande de lo que era mi antiguo apartamento; por fin me estoy poniendo al día con todas las pelis que nunca tenía tiempo para ver, gracias al video club del centro comercial. Estoy pensando en coger el coche e irme de viaje. Siempre he querido recorrer Europa entera, ahora ya no tengo que preocuparme por el dinero, y la gasolina está ahí, esperándome. Creo que por primera vez en mi vida, soy feliz.
Día 64
Ya tenía todo preparado para marcharme cuando al pasar por delante del escritorio he visto el ordenador, y el antiguo y arraigado impuso me ha hecho encenderlo y comprobar el correo; una tontería, ya lo sé, pues si no quedo más que yo, no se cómo podría tener nada nuevo en la bandeja de entrada, pero de todas formas lo he mirado, tal vez por añoranza de aquellos días en los que recibía docenas de mensajes al día. Por un buen rato me he quedado clavada en el sitio, con los ojos como platos y la boca abierta, mientras veía la hilera de sobrecitos amarillos con fechas desde hace un par de semanas hasta hoy mismo. El remitente era desconocido, pero a estas alturas no me iba a andar con remilgos; si había alguien más ahí fuera tenía que saberlo. Todos decían más o menos lo mismo, una llamada al vacío en busca de una respuesta, “¿hay alguien ahí?” Con las manos sudorosas y el corazón saliéndoseme por la garganta he tecleado un solitario y tímido “hola”, y le he dado a enviar. No han pasado más de un par de minutos cuando ha llegado la respuesta, y desde ese momento he pasado todo el día sin levantarme de la silla si no era para ir al baño o a por algo de beber. Entre mensaje y mensaje he descubierto que es un hombre algo mayor que yo, culto, simpático y encantador. Ya sé que no debería, pero no puedo evitar ponerle la cara del protagonista del último sueño medio normal que tuve; después de todo, nada me impide fantasear un poco, y quién sabe, podría ser que precisamente él fuera el otro superviviente y nos tocara a nosotros la tarea de repoblar el planeta y devolver la esperanza a la raza humana…cosas más raras se han visto, ¿no? Después de todo, si hace tres meses me hubieran dicho que me iba a despertar en un mundo donde toda la humanidad excepto yo se hubiera esfumado sin dejar rastro, me habría reído con ganas en su cara.
Día 71
Hemos quedado en encontrarnos en una ciudad intermedia, ¡por fin! Me he pasado todo el día recuperando un aspecto presentable. Me he depilado con los ojos llenos de lágrimas; ¡mierda, ya no recordaba cómo duele esto! Me he teñido el pelo y ahora me escuece el cuero cabelludo horrores; sospecho que el tinte me ha provocado una reacción alérgica, pero no me importa. Este rubio platino me queda divino y con la ropa italiana de diseño que dejé preparada ayer y mis nuevos Manolos, no creo que haya problemas para que me encuentre la chica más deseable del mundo; además no tiene mucho más donde elegir, ¿no? Mañana por la mañana, bien temprano, saldré rumbo a lo que mi nuevo destino me depara…
Día 73
Llegué la primera al punto de encuentro. Estaba nerviosísima, así que busqué un sitio donde poder tomarme una copa antes de que él apareciera. Mientras me servía en el interior de un local cercano el ruido de un coche acercándose me aceleró el corazón. Creí que nunca más volvería a ver otro coche que no fuera el mío circulando. Me quedé oculta, observando al guaperas que desde ese momento sería mi compañero, la respuesta a todas mis plegarias. El coche se detuvo frente a la fuente de la plaza donde habíamos quedado, y alguien bajó, pero el reflejo del sol sobre el cristal de la ventanilla me impidió verle con claridad hasta que cerró la puerta. Estaba de espaldas a mí y permaneció en la misma postura unos segundos que se me hicieron eternos, estirándose después del largo viaje. Por fin se giró y pude verle la cara. Con mucho cuidado para no dejarme ver ni oír, salí por la puerta trasera del local, crucé varias calles hasta alejarme lo suficiente y me subí al primer coche que encontré con las llaves puestas. Pisé a fondo el acelerador mientras ponía kilómetros entre él y yo. Me largo a hacer ese viaje por Europa que me prometí. Lo siento, tal vez mi postura sea egoísta y despreciable, pero si la única esperanza de repoblar la tierra somos mi ex jefe y yo, la humanidad puede darse por jodida.
Para Chache; gracias por tu amistad y por la inspiración, aunque haya sido indirecta.
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5 comentarios:
También es casualidad... o quizás es el destino el que te tiene tan unida a tu jefe, jajaja. Disfruta del viaje en todo caso y sé prudentemente feliz que aunque solita en el mundo por desgracia sigues teniendo "ese jefe".
Un hasta luego.
Día uno, no quiero ser linchado....jeje....
Día 64, ahora me acordaré un buen rato de la vasectomía....
Día 71, debería contar como desde el 58 has bajado de peso....
Día 73, ja, ja, ahora me alegro de no ser más jefe que de mi colección de soldaditos de plomo....(y no tengo)...
Abrazos, genial la historia_sueño.....
Lástima que al final el coche tenía poca gasolina y algo no funcionó, seguro.....
Ja ja, muy bueno, como siempre.
Imagínate a mí... tanto buscar a la chica que se deje tocar y luego va y resulta que... es la madrastra de Blancanieves.
Cúidate amiga y feliz domingo.
Besos cariñosos.
que delicioso acabar de la humanidad
madre mia que solo sobrevivan dos personas en la tierra y que encima sea tu ex jefe, yo hubiera hecho lo mismo, agarrar el coche y largarme, que bueno chata, no hay duda de que estas inspiradisima voy muy retrasadacon esto de los blogs asi que la ultima de hoy va a tener que esperar a mañana...besotes wapa
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