La niña se revolvió inquieta entre las sábanas, sumida aún en un sueño profundo, que se resquebrajaba por momentos, obligándola a regresar contra su voluntad de la tierra de los sueños infantiles. Aún aturdida, no conseguía identificar qué era lo que la había despertado a tan temprana hora; la luz del día apenas era una insinuación grisácea, y a su alrededor el silencio era absoluto, todos dormían. Entonces oyó algo, un sonido extraño, apenas audible, como el chirrido de una puerta mal engrasada, y puso toda su atención en intentar descubrir la fuente de ese quejido. Enseguida se dio cuenta de que provenía de la calle, y se levantó rápidamente para abrir la ventana, sin ningún temor. Y allí, en el jardín, a metro y medio de la casa, estaba él, oculto por unos arbustos y llamando desesperadamente a la madre que lo había abandonado. La niña contuvo un grito de alegría, por temor a asustarlo, y rápidamente se puso la bata sobre el pijama y salió a la calle, sin tener muy claro qué era lo que iba a hacer, pero confiando en su instinto y en sus dotes naturales. Muy despacio, se acercó al lugar donde él continuaba llorando, se agachó y muy lentamente, acercó su mano al mismo tiempo que llamaba su atención de la misma forma que venía haciéndolo desde que tenía memoria, con ese sonido característico y universal; y con mucha cautela, él se fue acercando, pasito a pasito, entre curioso y receloso, a aquel ser enorme que por alguna extraña razón, había sabido comunicarse con él. La niña permaneció inmóvil, a pesar del hormigueo que recorría sus piernas y del incipiente calambre que la amenazaba en el brazo, hasta que sintió en las puntas de sus dedos el roce sedoso de su pelo, y sólo entonces movió un poquito la mano, lo justo para poder acariciar su cuello, provocando con este gesto una avalancha de empujones, roces, lametones y ronroneos, que la hizo caer sobre su trasero, muerta de risa, situación que él aprovechó para saltar a su regazo y lamerle la barbilla, adoptándola en ese instante como madre, mientras el placer le hacía sacar y meter las uñas repetidamente, arañándole suavemente el muslo y demostrando así su total aceptación. Como una tromba entró corriendo en la casa, con su nuevo tesoro en la mano, y se topó de bruces con su madre, que extrañada al oírla salir a la calle, había salido en su busca; y con los ojos brillantes de excitación y felicidad, anunció a su perpleja madre: “¡¡¡He encontrado un gatito, casi recién nacido!!! Lo voy a criar, y desde ahora, es mi mascota”. La madre, sabiendo del amor de su hija por los animales y de su demostrada responsabilidad para hacerse cargo de uno de ellos, sonrió y fue a la cocina a preparar un platillo con leche para el pequeño recién llegado, y mirando a la niña ilusionada, le preguntó, “¿y cómo lo vas a llamar?”, a lo que, ni corta ni perezosa, la hija respondió: “Charlie”.
Pasó el tiempo, y el gato creció feliz y satisfecho, olvidada ya aquella que lo trajo al mundo, pues para él, no existía otra madre que la niña, con quien jugaba, dormía y pasaba horas disfrutando de sus caricias. Gozaba de toda la libertad necesaria por su condición de gato, pero también apreciaba la compañía de los humanos con quienes convivía, ya que jamás había recibido mal trato de ninguno de ellos. Como era natural, se fue volviendo más y más independiente, y pronto adoptó el hábito de salir cada noche a satisfacer sus instintos felinos, aunque nunca olvidaba a su ama, trayendo cada mañana un trofeo para ella, que dejaba bajo su almohada. A veces eran colas de lagartija, otras pequeños ratones muertos, incluso mariposas, pero lo que más satisfacción le causaba era llevar a casa ratoncillos atontados tras la cacería, y soltarlos por la casa para después jugar con ellos hasta aburrirse. ¡Qué divertido era ver a su ama, que ya no era una niña, jugar, como él, a la caza del ratón, armada con un largo palo con pelos en uno de los extremos! Y no se le daba nada mal, pues casi siempre era ella quien acababa con ellos, mientras él, aburrido de jugar, se tumbaba satisfecho en el sofá, se hacía un ovillo y se dormía.
Una mañana, el gato no regresó a la hora de siempre. Ella se angustió pensando en todas las cosas horribles que podían haberle ocurrido, desde ser atropellado por un coche, hasta caer en las fauces de un perro más rápido que él. Con un nudo en el estómago vió pasar los días y las noches, intentando hacerse a la idea de no volver a verlo nunca más. Entonces, diez días después de su desaparición, oyó en su ventana el familiar sonido de sus uñas contra el cristal, y al levantarse, allí estaba, malherido, sucio, lleno de sangre seca y sin pelo en varias zonas de su cuerpo, pero vivo. Con gran cuidado lo limpió, desinfectó sus heridas, vendó su pata desgarrada por crueles dientes, mientras susurraba todo el tiempo palabras tranquilizadoras, y lo calmaba con suaves caricias.
El gato se recuperó totalmente, aunque la experiencia no sirvió para disuadirle de salir a callejear de noche, pero sí le enseñó a ser más desconfiado, más arisco, y a huir de los perros como del diablo. Y como recuerdo de aquél incidente, le quedó una oreja a la que le faltaba la punta, y una leve cojera de la pata trasera, que le daba un aire de chulo pandillero al andar. Vivió muchos años, hasta que, un día, sin más, no regresó. Tras él hubo otros gatos en la casa, pero ninguno pudo ocupar el hueco que dejó en el corazón de la que, siendo niña, adoptó a un gatito abandonado.
6 comentarios:
La eterna diferencia libertina de los animales...
Y pese a aprender la lección, la libertad siempre es más atrayente....
A nosotros nos paraliza muchas veces la.....
Como le dicen.......ah, sí....conciencia...
Besos....€rik
Yo tengo tres de esos malditos bichos ;) una de las cuales me adoptó a mí, cuando era bebé, luego de ser abandonada, lo mismo que el perro que también decidió quedarse en mi casa, vaya uno a saber por qué. El gato, que es grande, peludo y amarillo, me trajo en una oportunidad una paloma y la dejó junto a la cama,se la comió en cómodas cuotas y desperdigó plumas por toooodos lados. Otras veces han sido ratas, una vez un aperiá, pájaros, etc.En fin, perdón por el divague, pero me gustó tu relato y no sé, me dio por hacerme la loca.
Aunque a mí me dan más confianza los perros, pero es conmovedor la fidelidad que ganas de alguien a quien cuidas y demuestras afecto.
Lo lamentable es esa gente que, movida por un capricho, se hace con una mascota y luego la abandona como si de una cosa se tratase.
Yo no tengo perro guiía porque creo que debe cuidársele con el máximo esmero y al vivir solo no me parece posible, pero es bonita su compañía. Observo que cada vez hay más animales en las casas, ¿será por la creciente soledad de sus moradores?
Besos cariñosos.
Bello relato, Viperina.
Me encanta tu estilo narrativo, he podido ver a Charlie perfectamente...
Un fuerte abrazo
Ola!!!
gracias.. Aun estoy de pruebas.. pero veo que si te a salido lo de la entrada no?
saludos y bonito relato
normalmente nos damos de bruces, salimos mal parados de alguna historia pero somos incapaces de no ejercer nuestro derecho a la libertad, aprendemos simplemente a ser mas cautos... besos preciosa
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