Entro en casa de un humor de perros, empapada por completo de cintura para abajo, agarrotada por el frío y segura de que mañana me despertaré hecha unos zorros. Dejo el paquete sobre la mesa de la cocina y pongo a calentar agua en el microondas mientras busco en el armario una bolsita de té, que espero me ayude a recuperar un poco la temperatura interna de mi cuerpo. Mientras reposa entro en el baño y me quito la ropa chorreante, entro en la ducha y dejo correr el agua muy caliente sobre mi maltrecho cuerpo, sintiendo como poco a poco se relajan los músculos y se alivia la tensión que amenazaba con provocar una jaqueca que hubiera arruinado mis planes para esa noche. Me pongo un pijama grueso, un par de calcetines de lana y la bata de invierno, y sintiéndome casi bien del todo me acurruco en el sofá con la taza de té y el paquete, que apoyo sobre mis rodillas. Casi con reverencia rasgo el papel que lo envuelve, dejando a la vista el tesoro que contiene, cuatro libros de diferentes tamaños y estilos, escogidos entre cientos para ser mi más preciada compañía en las frías noches de invierno de las próximas semanas. Tras un momento de vacilación me decido por uno de ellos y lo abro cuidadosamente, lo mismo que si se tratara del estuche de una joya de incalculable valor, porque en realidad eso es lo que es, al menos para mí, una joya más preciada que cualquier diamante. Y me sumerjo en la lectura mientras lo que me rodea pierde consistencia y es sustituido por otro paisaje, otro tiempo, con texturas y olores propios que nada tienen que ver con los de mi apartamento...
No pasa mucho tiempo antes de que sienta su presencia a mi lado, sutil e incorpórea, pero familiar y reconfortante. Oigo su voz susurrando junto a mi oído, siento el leve roce de sus manos al apoyarse en mi hombro y jugueteando con mi pelo, e incluso a veces me parece sentir su aliento en mi cara, como si estuviera leyendo por encima de mi hombro. Mi compañero de lectura me acompaña cada noche desde el día que me mudé aquí, y nunca he sentido miedo ante su presencia; al contrario, es como un viejo amigo con quien comparto una gran pasión, un compañero de piso que no ensucia, no pone la música demasiado alta ni curiosea en mis cosas cuando no estoy. No sé su nombre ni he visto nunca su cara, pero de lo que sí estoy segura es de que nunca me abandonará, y yo nunca faltaré al ritual nocturno de su compañía.
Nunca más estaremos solos.
5 comentarios:
Ay, Vipe, lo siento, pero llevo escrito como cuatro veces este comentario, donde hablo de los libros y las precencias y cada vez que voy a publicarlo, algo pasó y la conexión se me cortó.
La verdad, no me dan ganas de escribirlo otra vez así que te lo debo para la próxima :-)
Oye bruja, de donde sacas tanta inspiración? ahora me dejas con la ganas de saber mas de "el acompañante nocturno". Mira a ver si no empiezas tantas historias, sin acabar las antiguas ¡eh!!!
Te he borrado de mi blogger (que mal suena) y te he vuelto a "seguir", haz tu lo mismo a ver si de esa manera..... ES QUE ESTOY MUY SOLA, maña.
TULIPÁN, te tomo la palabra, jejeje...Es una lata cuando ocurre eso, yo después de varios fiascos parecidos he tomado por costumbre, cuando escribo un comentario un poco largo, copiarlo antes de darle a enviar, por si las moscas...y la verdad es que más de una vez me ha salvado de la catástrofe.
Espero que la próxima vez tengas más suerte; besos.
YZUL, qué vas a estar sola...¿o es que tú no tienes un acompañante nocturno como éste? Por cierto, vuelve a llamarme bruja, y te echo el mal de ojo...so víbora, jajajaja!!!
Cuando llevo un rato leyendo, y pienso en esa compañía incorporéa....Lanzo un fuerte suspiro, reconociendo la presencia, y es cuando el último párrafo se escapa a las neuronas.....Y decido, dejar que lea detrás de mí hombro izquierdo...
Y releo el último párrafo.....
Publicar un comentario